La «estrella» que se enfrentó al Met
Aclamado, quizá prematuramente, como nuevo fenómeno de los tenores, Jonathan Tetelman acaba de declararse casi «en rebeldía» frente al Metropolitan de Nueva York, al que ha acusado de aprovecharse de su tirón para vender entradas
El mundo de la ópera tiene sus propios «Grand Slams», como en el tenis. Si no actúas habitualmente en el circuito más exclusivo, el que comprende las óperas de Viena, París y Munich, el Metropolitan de Nueva York y el Covent Garden de Londres no has alcanzado el auténtico «top», y por tanto tus posibilidades de entrar en la historia (los más comprometidos) o acceder a esos grandes contratos que pueden proporcionar fortuna (los más ambiciosos) se encuentran severamente limitados.
Al contrario de lo que sucede en el tenis, que con ganar una sola vez un torneo como Roland Garros ya bastaría para lograr un cierto estatus entre la aristocracia de este noble deporte, en la lírica aparecer en una única ocasión, aunque sea en cada uno de los teatros mencionados, no garantiza el éxito pleno que conlleva el reconocimiento.
La nueva estrella no se siente bien tratada en el Met
Algo de esto se intuye que ha podido ocurrirle estos días al tenor Jonathan Tetelman (Castro, Chile, 1988) prematuramente encumbrado al estrellato de los cantantes de su cuerda, cuando ya se intuye que el dedo pulgar de Peter Gelb, el emperador que rige con puño de acero los designios de la Ópera Metropolitana, en tiempos de crisis, quizá haya comenzado a inclinarse inexorablemente en la dirección inesperada para él.
Lo cierto es que tras haber debutado la pasada temporada en el glamoroso escenario del Lincoln Center, con dos títulos nada menos, en plena conmemoración del centenario de la muerte de Puccini (La Rondine y Madama Butterfly), parece que allí ya no se contemplan otros planes en el futuro cercano para este cantante. Y Tetelman, que no aparece en el cartel de la próxima temporada neoyorquina, cuyo inicio se prevé para dentro de unas semanas, se ha puesto nervioso, de muy mala manera para el cuidado de sus propios intereses.
Normalmente estos asuntos solían tratarse en la intimidad de los despachos, entre los agentes de los artistas y la propia dirección del teatro, o los subalternos designados por esta para negociar con los comerciales. Pero algo impaciente (también imprudente), y quizá deudor de esa «cultura de la queja permanente» que parece formar parte sustancial de los temperamentos de los jóvenes de hoy, el ofendido intérprete ha decidido pasar al ataque en una táctica posiblemente suicida para la suerte de su inmediata carrera; o no, ya se verá.
Unas recientes declaraciones, muy polémicas
En declaraciones realizadas a un medio, inmediatamente replicadas por varias webs internacionales, Tetelman ha afirmado, estos días, que su reciente paso por el Met no resultó satisfactorio para él. «Sólo me querían porque era un nombre en alza, podía cantar, y tal vez podrían vender algunos asientos. Así es como me sentía. Me sentí como un accesorio», afirmó en la entrevista.
Quizá su vanidad, prematuramente cultivada por algunos comentaristas sin grandes conocimientos acerca de la historia del canto, le hiciera creerse alguien más importante de quien en realidad es en estos momentos. De lo contrario, resulta pueril el argumento de que el Met pretendió aprovecharse de su estatus de estrella en ciernes para lograr vender más entradas (las funciones llenas han pasado a la historia también allí, con una ocupación media del 70 %, en un teatro para el que en otro tiempo costaba gran esfuerzo conseguir localidades porque sus funciones se agotaban con gran antelación).
Con una mezcla de arrogancia e ingenuidad a partes iguales (a lo que habría que añadir quizá una inteligencia no muy asentada), Tetelman parece no haber entendido nada de las reglas del juego a las que él mismo parecía someterse feliz. Efectivamente, el Met intenta superar su déficit recurriendo a cuanto artista en ascenso pueda atraer al público. Y a su vez, el tenor, en este caso, al convertirse en una de las franquicias del teatro, que ni paga bien ni suele destinar un trato preferente más que hacia aquellos en los que observa un gran potencial de futuro (como le ocurre a la soprano noruega Lise Davidsen ahora mismo) inmediatamente verificable, podría beneficiarse a la larga del negocio entre ambos.
Viena o Londres otorgan su prestigio al artista
Si cantas en Viena o en Londres, coliseos con historias gloriosas a sus espaldas, el prestigio te lo otorga el teatro a ti, nunca al revés. Pero si sabes aprovechar la oportunidad, puede que tu cotización en el mercado aumente luego exponencialmente: otros escenarios, menos relevantes, codiciarán tu fama y te pagarán sumas más altas por actuación, pudiendo establecerse incluso alguna subasta entre estas casas, como ocurre con algunos agentes.
Y ya no digamos nada si tus circunstancias te permiten ingresar en el privilegiado espacio de los conciertos magníficamente remunerados, donde tenores como Jonas Kaufmann o Juan Diego Flórez (por citar a los más conocidos) pueden llegar a cobrar más de cien mil euros en una única actuación (de ahí que el primero no se resista a cantar últimamente en hoteles españoles, donde a veces puede percibir incluso más).
El prestigio profesional se obtiene manteniéndose en la cresta de la ola de los cuatro o cinco teatros principales. Lo otro llega casi seguido si se se juegan bien las cartas. Pero parece que Tetelman no domina las artes del mus, o ha decidido en un rapto de sinceridad teñido de cólera romper la baraja (tarea en la que no va a tener compañeros, hay una larga cola de aspirantes esperando el probable desenlace). Además Peter Gelb no suele pagar a traidores. En el improbable caso de que los partidarios del tenor chileno, adoptado por un acomodado matrimonio norteamericano, que saldó el ajuar de DJ (pinchaba en los exclusivos clubes de los Hamptons) para triunfar en el canto, protestasen por su ausencia del Met (que tampoco parece que vaya a ocurrir), el responsable artístico del Met tendría las espaldas bien cubiertas.
Críticas dispares, en modo alguno definitivas
Tetelman, cuyo dispar equipamiento vocal recuerda un poco al procedimiento de Frankenstein (se le notan las costuras de sus óptimos modelos cuando se lanza a imitar abiertamente a Pavarotti o a Kaufmann, según la ocasión), no ha recibido críticas unánimemente elogiosas tras el efímero paso por el Met. Sus actuaciones tanto en La Rondine como en Madama Butterfly cosecharon las reseñas habituales: algunos apreciaron a un nuevo dios de la lírica, mientras otros hablaban de tiranteces en su canto; una voz sin personalidad, no muy grande para llenar un espacio inmenso como el coliseo neoyorquino en roles de cierto peso; y lo que aún resulta más preocupante para sus intereses, no habría concitado un entusiasmo generalizado entre el público.
Al jefe Gelb le interesan mayormente los comentarios del aún influyente New York Times, su medio de cabecera, al que le unen vínculos familiares. Y estos no se encuentran entre los más propicios. Cierto que se curan en salud, hablando si acaso de un futuro prometedor, pero sin dejar de reconocer a las claras que no se trataría del fenómeno lírico que algunos intentan vender estos días como posible reemplazo de los tenores históricos que hasta hace poco actuaban allí mismo, como Plácido Domingo.
Así que no sería extraño que el patrón del Met hubiese decidido renunciar, ahora, al nuevo «Cary Grant de la ópera», como algún comentarista ha señalado a cuenta de su incuestionable apostura de galán latino de telenovela, para optar por otros jóvenes, también en alza. Sus rivales Brian Jadge y Freddie De Tomasso, quizá menos atractivos pero con voces incluso más poderosas y temperamentos estables, no calientan en la banda, tienen ya contratos firmados para varios años en aquella casa.