El «otro» Puccini
Más allá de sus populares óperas, Giacomo Puccini compuso un puñado de obras sinfónicas, canciones y música sacra que, en algunos casos, muestran el germen y constituyen un avance de su genio imperecedero para la escena lírica
Las conmemoraciones por el centenario del fallecimiento de Giacomo Puccini, que no han dejado de sucederse durante este último año, se han centrado sobre todo en la programación de sus grandes títulos líricos, aquellos que le proporcionaron fama y fortuna, asegurándole un puesto muy cerca de Verdi, como máximos artífices, ambos, del popular melodrama musical italiano.
A lo largo de este año se ha podido asistir, por todas partes, a funciones, más o menos afortunadas, de las imprescindibles La Bohème, Tosca, Madama Butterfly y Turandot, que por otra parte tampoco habían dejado de representarse. Pero los más audaces, se han apuntado a rescatar otras como Il Trittico (ha ocurrido, con cierto éxito, en Barcelona y Bilbao) y La Rondine (La Scala propuso una interesante producción de este título, considerado erróneamente menor, con una joven y prometedora soprano española en el reparto, Rosalía Cid), no tan conocidas como sus hermanas.
Lo que les proponemos ahora es una aproximación al Puccini aún más ignorado, el de sus primeras óperas, los iniciales esbozos sinfónicos, sus canciones, las obras sacras… En definitiva, aquí les dejamos cinco grabaciones (localizables en las principales plataformas) que permiten conocer aún mejor al compositor que suscitó los elogios y la admiración de sus contemporáneos Ravel, Stravinski y Schönberg, considerados más «modernos» en los círculos académicos.
Un marcha para el creador de la pila
«Puccini Discoveries». Riccardo Chailly, director. Orquesta Sinfónica de Milán. Obras para orquesta de Giacomo Puccini. Final de «Turandot» por Luciano Berio. DECCA.
Riccardo Chailly, el responsable musical de La Scala, se encuentra entre los más apreciados directores puccinianos de hoy. Bien lo saben en Valencia, donde, aún en los años dorados de Les Arts, dirigió unas aclamadas representaciones de La Bohème como no se recuerdan en la España reciente.
Hace justamente ahora veinte años, este maestro italiano propició la grabación de un disco que contiene algunos de los primeros apuntes sinfónicos de Puccini, tal que el Preludio a orchestra, un empeño casi adolescente, junto a otras curiosidades como una marcha escrita para conmemorar el aniversario del creador de la pila eléctrica; su Himno a Roma, que luego le serviría a Mussolini; un popurrí para instrumentos de viento sobre temas de La Bohème, un Salve Regina, etc. Todo magníficamente grabado con la Orquesta y el Coro Giuseppe Verdi de Milán.
Pero quizá lo más interesante sea poder escuchar el primer registro que se realizó en estudio del nuevo final que Luciano Berio concibió para Turandot, inspirado en los bocetos que dejó el propio Puccini a su muerte. Un desenlace algo distinto y, a su modo, interesante.
El teatro lírico entre las líneas de una misa
«Messa di Gloria», «Preludio Sinfónico», «Crisantemi». Roberto Alagna, tenor. Thomas Hampson, barítono. Sinfónica de Londres y Coro. Antonio Pappano, director. Warner Classics.
El compositor Alfredo Casella afirmaba «que la fuerza principal de Puccini reside precisamente en ese maravilloso e infalible sentido de sus propios límites. Nunca se le vio emprender un trabajo que estuviera fuera del alcance de sus capacidades». Quizá por ello, el compositor de Lucca centró sus principales esfuerzos en el teatro lírico, dejando de lado la música sinfónica y de cámara. Aún así, de vez en cuando, encontró la inspiración para componer unas pocas obras destinadas a otros ámbitos, como el de la música religiosa.
Este cedé, confiado a otra gran batuta pucciniana de nuestro tiempo, la de sir Antonio Pappano, ofrece la particularidad de reunir conjuntamente con la Misa de gloria, además, dos de esas escasas creaciones sinfónicas, el Preludio sinfónico y Crisantemi. La misa, redescubierta a mediados del siglo pasado, como tantas de sus obras juveniles, contiene temas que luego reutilizaría en sus óperas Edgar y Manon Lescaut.
Su fuerza esencial emana del contenido dramático (marca de la casa), más que de su sentido espiritual. Pappano adora esta música, que ha interpretado en numerosas ocasiones y se entiende porque, a pesar de su aparente inmadurez, refleja ya el abandono, el intenso lirismo, el deseo de comunicar emociones vivas a través de una expresión franca, directa y sencilla.
Un primer encuentro con el mundo de las «meigas»
«Le Villi», ópera. Renata Scotto, soprano. Plácido Domingo, tenor. Leo Nucci, barítono. National Philharmonic Orchestra. Coro Ambrosian. Lorin Maazel, director. Sony Classical.
Curiosamente la primera y la última ópera de Puccini son quizá las más exóticas de su producción, como si de algún modo, al final de sus días, hubiese decidido cerrar un círculo para regresar a sus años juveniles. El músico, cultivador más adelante de un cierto realismo de tipo burgués, el de las pequeñas cosas y los dramas cotidianos, se lanzó de lleno en Le Villi, su primer trabajo para la escena, a la fantasía con una leyenda de espíritus, nada menos, los de las infelices doncellas abandonadas por sus amantes que, al caer la noche, se reúnen para bailar danzas macabras en los bosques centroeuropeos, tan proclives a los embrujos.
Algo parecido a lo que se cuenta en Giselle, el popular ballet de Adam. Teresa Stolz, una de las grandes sopranos de la época, sostenía que a Le Villi, con libreto del poeta Ferdinando Fontana, le sobraba música descriptiva a falta de un mayor predominio de la melodía. Pero lo cierto es que en este título inaugural, si bien más centrado en la recreación de atmósferas y paisajes que en el desarrollo de los protagonistas, ya aparecen un par de arias bien típicas del más puro melodismo pucciniano.
Con su particular sensibilidad para resaltar el color y el dominio del entramado sinfónico, el supremo alquimista Lorin Maazel resulta un detallista traductor de esta obra. Y si además cuenta, como aquí, con un reparto excepcional, en el que brillan Renata Scotto, Plácido Domingo y Leo Nucci, el goce está asegurado.
Bocetos en miniatura de sus grandes creaciones líricas
«Complete songs». Giacomo Puccini. Krassimira Stoyanova, soprano. Maria Prinz, piano. Naxos.
De vez en cuando algunos cantantes, a la hora de exhibirse en recitales, suelen incluir en el programa una o un par de las canciones que llegó a componer Puccini. Durante un tiempo, José Carreras solía ofrecer Sole e amore, Terra e mare y la operística Mentia l’avisso en los suyos. Por la misma época, empezaron a aparecer recopilatorios que incluían más de estas delicadas miniaturas para la voz, como The Unknown Puccini, que en su momento registró Plácido Domingo. Más recientemente se ha animado a hacer lo propio alguna voz femenina, como la elegante soprano búlgara Krassimira Stoyanova, que las grabó todas con la pianista Maria Prinz.
Lo mismo que a la hora de concebir otras obras que no fueran estrictamente las que había pensado para su carrera en los teatros, Puccini apenas legó un puñado de canciones, creadas principalmente durante sus años formativos. Aunque poseen autonomía propia, y resultan más o menos exigentes para la voz, el resultado final indica que el propio autor se sirvió de estos ejercicios como bocetos para sus creaciones dramáticas.
Mentia l’aviso, quizá una de las más ambiciosas por constituir casi un aria de concierto, remata con un fragmento que luego daría lugar a la conocida romanza de Des Grieux en Manon Lescaut, Donna non vida mai. Y en Sole amore se halla ya el germen del no menos famoso cuarteto que clausura el segundo acto de La Bohème. No desperdiciaba ni una nota.