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Joaquín del Pino Calvo-Sotelo

Theodora en el Teatro Real: un culto al feísmo que engaña al espectador

Lo que ocurre en el Teatro Real no es sino otra muestra de la decadencia cultural y moral de occidente y de la deconstrucción de nuestras raíces cristianas

Actualizada 16:14

Representación de 'Theodora' de Händel en el Teatro Real

Representación de 'Theodora' de Händel en el Teatro RealTeatro Real

Después del magnífico espejismo que supuso la interpretación y puesta en escena de la ópera Adriana Lecouvreur, todo un éxito, acaba de terminar en el Teatro Real la representación de Theodora, un oratorio dramático de Georg Friedrich Händel, que fue estrenado en Londres en 1750.

El argumento original hace referencia a la historia de la mártir cristiana santa Teodora, ejecutada en Antioquía durante las persecuciones de Diocleciano por negarse a ofrecer sacrificios a Júpiter y por ayudar a otros cristianos perseguidos.

La interpretación de la Orquesta y Coro del Teatro Real y de los cantantes, bajo la dirección de Ivor Bolton, ha sido extraordinaria. Pero, una vez más, el Teatro Real ha contratado a un director de escena, en este caso directora, que hace una «relectura» y «reinterpreta» a su manera lo que Händel quiso transmitir, tergiversando totalmente el mensaje del compositor. Éste no es otro que destacar y ensalzar la fe cristiana de la mártir, su actitud pacífica y su fidelidad a Dios.

La directora de escena, Katie Mitchell, feminista radical, como no podía ser de otra manera, transforma a la pacífica mártir en una violenta terrorista

La directora de escena, Katie Mitchell, feminista radical, como no podía ser de otra manera, transforma a la pacífica mártir en una violenta terrorista que se venga de sus agresores matándolos y rematando sin piedad a uno de ellos, que yace moribundo en el suelo. Cambia así la historia original que nos quería contar Händel, despreciando al mismo tiempo las virtudes cristianas, trasfondo del mensaje de la señora Mitchell.

Imagínense ustedes una ópera sobre Mahatma Ghandi, pacifista defensor de la desobediencia civil no violenta, en la que se le convierte en terrorista que asesina violentamente a los colonos ingleses. El escándalo sería mayúsculo y las protestas no se harían esperar.

La puesta en escena de 'Theodora' en el Teatro Real nada tiene que ver con lo que nos cuenta el libreto

La puesta en escena de Theodora en el Teatro Real nada tiene que ver con lo que nos cuenta el libreto. Mientras la acción se desarrolla en el s. IV, lo que vemos en escena es una mansión del s. XXI, con un gran salón, una moderna cocina de acero reluciente, un burdel y una enorme cámara frigorífica con tres cerdos destripados colgando de unos ganchos (esto último todo un canto a la belleza escénica…).

La falta de correspondencia o de relación entre lo que se ve y lo que se oye es una suerte de bipolaridad sensorial que distrae al público de la música, buscando que se centre en la escena, que es el principal objetivo de la directora de escena: ser ella la protagonista de la representación y no Händel, los músicos o los cantantes.

Dado que por sí mismos, directores de escena como Katie Mitchell serían poco conocidos por ser de escaso interés su obra propia, necesitan parasitar la obra de renombrados y célebres compositores para llegar más lejos en su carrera, igual que las rémoras se pegan a los tiburones para viajar largas distancias sin cansarse y comer de lo que los escualos cazan.

Estos directores de escena traicionan al compositor, cambiando y manipulando su mensaje para trasladar al público sus ideas particulares

La diferencia es que las rémoras no molestan a los tiburones ni les cambian su ruta ni destino, mientras que estos directores de escena traicionan al compositor, cambiando y manipulando su mensaje para trasladar al público sus ideas particulares. Ideas que, con pocas excepciones, están relacionadas casi de forma obsesiva con el sexo y con los desnudos, mostrándonos en ocasiones orgías entre hombres y mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres y todas las combinaciones que estas mentes calenturientas son capaces de imaginar (e imaginación para ello tienen). También es ingrediente relativamente habitual el ataque a la tradición y a la cultura cristiana.

En cuanto a los desnudos, en Tehodora hemos tenido suerte y solo se nos ha mostrado el reluciente trasero del personaje Septimius mientras abusa sexualmente de Theodora, escena producto de la mente feminista de Katie Mitchell y no del oratorio de Händel.

Por otra parte, esta muestra explícita del abuso sexual carece de valor artístico, porque lo realmente difícil en escena es saber insinuar algo sin mostrarlo. Así es como se demuestran la capacidad y la creatividad artística y no enseñando lo evidente. Si manipulan a Händel, por lo menos que lo hagan con ingenio.

Esta directora de escena ha afirmado en una entrevista en el diario El Mundo que «no le interesa ni le parece relevante la opinión de un grupo de hombres blancos cisgénero de clase media» («cisgénero», original vocablo que se refiere al hombre, que nace hombre, se siente hombre y le gustan las mujeres, un espécimen raro, al parecer).

Muchos de estos directores de escena, ejemplos «artísticos» del mundo woke, poseen además una notable soberbia y arrogancia

Si un director de escena, hombre, blanco y heterosexual dijera que no le interesa ni le parece relevante la opinión de las mujeres negras y lesbianas, sería lapidado por el feminismo militante, al que pertenece Katie Mitchell.

Muchos de estos directores de escena, ejemplos «artísticos» del mundo woke, poseen además una notable soberbia y arrogancia, desprecian al público que discrepa de su trabajo, lo califican de ignorante y pretenden educarlo, con la colaboración de la dirección del Teatro. Parecen no saber que los espectadores llegamos a la ópera ya educados y, por tanto, no vamos a que nos eduquen, sino a disfrutar de la obra original y de lo que el compositor quiso transmitir.

Acostumbrados a estos lamentables espectáculos nos tiene el Teatro Real, uno de los teatros de ópera más caros del mundo, al que la falta de competencia le permite presentarnos estas puestas en escena que «matan la belleza», como me dijo un conocido exministro gran amante de la ópera y de la música clásica. Un culto al feísmo. Y que, de alguna manera, engaña al espectador al ofrecer títulos operísticos tergiversados y manipulados.

Lo que ocurre en el Teatro Real no es sino otra muestra de la decadencia cultural y moral de occidente y de la deconstrucción de nuestras raíces cristianas. Lo más incomprensible es que esto suceda en un teatro, como el Real, que cuenta con un Patronato, Consejo Internacional y Consejo de Amigos formado por miembros de las élites empresariales y sociales de nuestro país, muchos de los cuales no están de acuerdo con esta deriva artística. Si ellos no actúan o lo hacen infructuosamente, ¿qué resultado podemos esperar de esta batalla cultural que estamos sufriendo?

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