Rafael Álvarez el Brujo: descubrir el milagro para resistir en tiempos de crisis
De Calderón a Valle-Inclán. De Yogananda al Evangelio, el dramaturgo ha asistido a un coloquio en la Universidad Francisco de Vitoria para hablar y encarnar el sentido de la palabra. Después del afectuoso encuentro, ha seguido con su gira por todo el país
Rafael Álvarez el Brujo ha recorrido un camino misterioso y, sorprendentemente, humano. Pero ese camino es tan inexplicable que a sus palabras hay que añadirle el brillo de unos ojillos de judío andaluz de Lucena: ese pueblo donde dicen que, en otro tiempo no muy lejano, unos medían el rumor del viento seco entre la rama del ciprés para encerrarlo en el alma de la guitarra, mientras un Brujo soñaba los signos de la vereda que, después, le ha llevado al escenario del mundo, en el que ya estaba llamado a ser el protagonista.
Juglar del alma
Hoy ya habrá salido por los pueblos como un trovador, o un rapsoda de la divina palabra olvidada, acallada por el torbellino de la apariencia en los caminos empedrados de las Castillas; como «un juglar que hace reír a la gente, contándoles historias de héroes y santos. Porque lo verdaderamente importante, lo esencial, es caer en la cuenta de que se tiene un alma, que así lo dijo Cervantes».
Ya habrá salido, y estará próximo a su siguiente función con el papel suficientemente aprendido y fresco como para tergiversarlo en la improvisación ante la devota risa del respetable, al que hipnotiza con su mano de taumaturgo singular. Pero ayer fue otro día. Ayer estuvo entre nosotros sin maquillaje, con el poder de las sencillas cosas que todos querríamos guardar para siempre en el corazón. Y que nunca se olvidaran.
Ayer estaba entre nosotros. Sencillo y humilde. Sin defensa. Sin impostura, como todo hombre que ya no se avergüenza de haber tocado fondo, y ya no necesita aparentar que sabe y que ha gustado el vaso amargo de su límite. Porque el Brujo sabe lo que sabe por haber sufrido, y en ese sufrimiento haber mendigado un signo, un gesto, una señal que se le concedió en la mueca grabada de esa piedra parlante que le dijo cómo entornar los ojos para ver el final de la noche del alma, siempre entre la duda y la posible casualidad.
Esperar el milagro
Ayer estuvo entre nosotros sin más maquillaje ni atrezzo que el del hombre normal, comprensivo, cercano, igual que todos los hombres que descubren a través de la leve luz del velo de la realidad, que dentro de la apariencia se asoma otro mundo y otra presencia que llama, que susurra, que lanza guijarros a los pies de los caminantes para llamar su atención.
Ayer estuvo entre nosotros como ese Lazarillo de Tormes redivivo, tal vez resucitado como aquel otro Lázaro de Betania, que esperaba un signo entre los mundos del sueño y de la muerte; entre el mundo de nuestros dioses y el mundo luminoso de Dios.
«Yo sólo quiero decir», –y dijo, entre muchas otras cosas– que «este es el camino necesario para atravesar la turbulencia que está pasando el mundo: meditación y oración». Meditación y oración –repetía– preocupado por si «hay alguien que esté pasando una crisis, que resista; que resista. A lo mejor, si esperas un minuto más, se produce el milagro. Porque la escena es tan grande como el brillo de las estrellas; y hay otra Vida que se puede soñar, a la que se puede despertar». Y el milagro de la vida, de la voz y la palabra se produjo; y se derramaba por sus ojos como por un ensalmo de compañía afectuosa.