Los 75 años de Barishnikov, «el bailarín perfecto» que huyó de la URSS confundido entre el público
Estrella máxima del ballet soviético en la década de los 60, en 1974 aprovechó una gira por Canadá para desertar y continuar su carrera en Estados Unidos
Cuando el pequeño Misha apenas tenía diez años se batía en (y entre) el fútbol y la natación. Nadie, ni por supuesto él mismo, podía pensar que se iba a convertir en el bailarín más perfecto que jamás había visto Clive Barnes, el decano de la crítica en la danza y el ballet en lengua inglesa. El periodista que se impresionó tanto al ver al atípico Mijáil en escena como René Ricard, el también crítico (de arte), al ver la primera obra de Jean Michel Basquiat y no tener más remedio que escribir sobre él su famoso artículo titulado El Chico Radiante.
Fue su madre, la de Barishnikov, apasionada del ballet, quien empujó a su hijo a entrar en la Escuela de Ballet del Teatro de Riga, su ciudad de nacimiento. Allí él mismo descubrió su gusto y su talento. A los 15 años visitó San Petersburgo (entonces Leningrado) y pidió ingresar en la prestigiosa Academia Vagánova, donde fue literalmente confinado bajo el ala del maestro de egregio nombre, también preceptor del divo Nureyev, Aleksander Pushkin, el mismo que el del gigantesco poeta ruso, ídolo de Dostoievski, Tolstoi o Chaikovski, muerto en duelo y cuyas deudas pagó el mismísimo zar.
Bajo el ala de Pushkin
Pero estos eran otros tiempos. Los de Mijáil Barishnikov, al menos durante su niñez y juventud, fueron los de la Unión Soviética. Si el Pushkin poeta fue el padre de la literatura rusa moderna, el Pushkin bailarín fue el padre, considerado así por su pupilo, del joven Misha. De la Academia pasó directamente al Kirov e hizo su debut en el mítico ballet nacional como protagonista principal de Giselle. Fue el espectacular comienzo de una estrella absoluta que en los siguientes años no dejó de crecer. El Premio del Estado al Mérito de la URSS fue un hito que ningún otro bailarín obtuvo nunca tan joven, una precocidad que sin embargo era pareja a su inquietud: una bomba de inmenso poder y talento a punto de estallar.
Mientras conquistaba y hacía suyos los mayores ballets junto a la gran Irina Kolpakova, quince años mayor, fue creándose el incendio íntimo, que se propagó después al mundo entero, cuando en 1974 (desde hacía varios años planeaba el momento de la huida) aprovechó una gira por Canadá para alejarse del comunismo. Tenía 26 años y al terminar la representación en Toronto se confundió con el público y se marchó para siempre, burlando al KGB, en un coche que le esperaba. Tras el asilo político que recibió de Canadá le esperaba el asilo de Estados Unidos, donde se convirtió en el bailarín principal del American Ballet y del New York City Ballet.
«Cuando estaba en Toronto, finalmente decidí que si dejaba pasar la oportunidad de expandir mi arte en Occidente, siempre me lo reprocharía», dijo en su primera entrevista tras abandonar la URSS. «Lo que he hecho se llama crimen en Rusia, pero mi vida es mi arte y me di cuenta de que sería un crimen mayor destruir eso. Quiero trabajar con algunos de los grandes coreógrafos de Occidente si creen que soy digno de sus creaciones».
Barishnikov contó que cuando salió del teatro los fans le esperaban en la puerta y él empezó a correr lejos del autobús del Kirov y en busca del coche con el motor encendido que le esperaba. «Ellos empezaron a correr detrás de mí para pedirme un autógrafo. Gritaban y se reían mientras yo corría por mi vida», dijo. Después de quince años occidentales de ballet clásico, Barishnikov, acaso encontrando (o encontrándose) con una suerte de cubismo escénico, como Picasso, buscó más allá de su arte.
Tras alternar sus actuaciones con interpretaciones en Hollywood (donde llegó a ser nominado al Oscar a mejor actor) e incluso de enamorarse de Jessica Lange, abandonó el ballet para siempre y para dedicarse al baile moderno a través de su propia compañía, primero, y después a la coreografía sin dejar nunca, todavía hoy continúa haciéndolo, de mover sobre el parqué ese cuerpo de baja estatura inapropiado para el ballet, circunstancia de la que simplemente se deshizo, como de una bagatela, con el talento precoz que por también longevo ni siquiera 75 años después ha acabado de explotar.