La eterna llama de Monteverdi continúa conmoviendo
Al frente de su conjunto, Europa Galante, y con un reparto en el que destacó la inmensa Sara Mingardo como Penélope, el director Fabio Biondi sirvió, en Madrid, El retorno de Ulises a la patria
Al calor del triunfo en los Oscar de la insoportable Todo a la vez en todas partes, nos vienen a decir que el gran enigma, la clave toda del cine de ese hoy que ya es mañana, se encuentra en la sala montaje, como si eso no nos lo hubiera contado ya, con más talento, el propio Einsenstein en su día. Así que el futuro del llamado Séptimo Arte se encuentra cifrado en las mamarrachadas de TikTok… Bien, o no. Afortunadamente existen realidades paralelas, y están aquí mismo, como esa que procura el máximo deleite a casi dos mil personas, enclaustradas durante casi cuatro horas por voluntad propia, para apreciar todavía las bellezas infinitas de una obra maestra que hace más de cuatro siglos cautivaba ya al público capaz de pagar por la experiencia en uno de los primeros teatros, el de San Cassiano, en Venecia.
Unas exiguas minorías logran aún perpetuar el asombro ante el indeclinable fulgor, la eterna llama de algunos grandes logros humanos. Sí, ¿pero hasta cuándo? Gocemos mientras dure. Gracias a un ciclo imprescindible como el «Universo Barroco», que con exquisito gusto promueve Paco Lorenzo en el CDNM, la emoción permanece. Ha vuelto uno de los grandes, Fabio Biondi, para renovar el idilio con una de las primeras óperas que nos deslumbró durante la juventud, El retorno de Ulises a la patria, descubierto para quien escribe gracias a una pionera grabación de un director hoy injustamente olvidado, Raymond Leppard, pero sobre todo a la Penélope con tanto acierto reclutada en aquel reparto.
El eco del anhelante susurro «Torna, deh, torna Ulisse», reiterado con un sutil estremecimiento en la voz aterciopelada de Frederica von Stade, me ha acompañado para siempre, desde entonces. Entre todas las esposas del héroe que he podido conocer después, ninguna me había causado aquel impacto primigenio hasta ahora, cuando se ha podido contar en el Auditorio Nacional con la fabulosa Sara Mingardo, sin duda la más destacada servidora actual de uno de los personajes esenciales, más fascinantes, de toda la literatura operística.
Raramente se produce hoy ese milagro de encontrar una técnica superior puesta al servicio de una expresión capaz de iluminar con todo detalle, y esa naturalidad tan difícil de lograr (que enmascara cualquier sombra de artificio), los amplios perfiles de un rol tan complejo que refleja, al mismo tiempo, la impaciencia, el dolor, la astucia, la duda, la perplejidad y la dicha de una mujer dotada de extraordinaria fortaleza interior.
Magistral estuvo la Mingardo, como no menos espléndido el tenor Mark Padmore al servicio de un Ulises de exquisita nobleza. Así se lo reconocieron a ambos las atronadoras ovaciones finales de un público que asistió a esta versión de concierto, con una mínima actuación, sin apoyo de luces, vestuario u otros si quiera mínimos elementos escénicos, observando hasta el desenlace un silencio sepulcral. Era la señal de que allí se estaba cociendo algo importante, que merecía seguirse con la máxima concentración.
Una lectura reveladora de Biondi
La reveladora lectura de Biondi, al frente del extraordinario conjunto que él mismo fundó hace ya más de treinta años, Europa Galante, y del reducido Coro de la Comunidad de Madrid, magnífico en sus breves intervenciones, tuvo la energía y la intensidad asociadas a este meticuloso director, con contrastes medidos que contribuyeron a la fluidez del discurso musical, confiriéndole todo su dramatismo.
En una partitura que viene sostenida por amplitud de efectos derivados de la fantasía que ya empezaba a alumbrar la escena lírica del barroco, la ductilidad del conjunto, de extraordinarias calidades individuales (soberbio el trabajo de Paola Poncet en el clave, como las flautas, Petr Zejfart y Marco Scorticati), su encomiable entrega, contribuyeron a sostener el edificio entero, sin asomo alguno de desmayo, de principio a fin. Ojalá Paco Lorenzo dispusiera de un teatro para que este tipo de maravillas pudieran disfrutarse en todo su esplendor, ya que los otros coliseos apenas sirven esta faceta imprescindible del repertorio con estos niveles de calidad y exigencia máximas en todos los órdenes requeridos.
Sería injusto no dejar de reseñar, en un reparto tan amplio, y prácticamente sin fisuras, los cometidos de la soprano Julieth Lozan desdoblándose como Amor y Telémaco; la mezzo Francesca Biliotti, que asumió la parte de Euriclea; el Eumeo de Mark Milhofer y el Telémaco de Jorge Navarro, tenores ambos, junto al poderío del bajo Jérôme Varnier como Neptuno o la comicidad bufonesca del tenor Tarik Bousselma en el breve pero relevante papel de Iro, mostrando la ironía de un Monteverdi capaz de identificar ya las contradicciones del género. Jornada gloriosa en el Auditorio.