El día de la primera derrota y del fin de la carrera de Julio César Chávez

Contó la madre de Julio César Chávez que su hijo era muy tranquilo, pero que «cuando le buscaban pleitos los encontraban. Una vez vi que le iban a pegar tres chamacos, pero él les pegó a los tres». De Ciudad Obregón, en Sonora, vivió en Culiacán, en Sinaloa. Su primer entrenador lo puso a pelear con todo el mundo, hasta con mujeres, en un ejemplo insólito de paridad.

Contó el mexicano que la primera persona con la que boxeó fue con «la Pili», la hermana de Juan Antonio, uno de sus entrenadores, de quien confesó que le daba «buenas friegas». De «la Pili» al Parque Revolución, donde hizo más de cuarenta peleas en las que tumbó a todos sus oponentes en el primer o segundo asalto y donde le nació el apodo de «Mr. Nocaut».

Una de las mayores cualidades de Julio César era que peleaba los tres minutos de cada asalto. Pelear en el ring como en la vida. Muy pronto le dijo a sus padres que tenía que marcharse a Tijuana donde había más afición que en Culiacán. «Yo tengo que ser algo», contó su madre que le decía entre lágrimas dentro del vagón de tren (su padre era ferroviario) donde vivían.

Años más tarde, cuando Julio César tuvo dinero, le hizo una casa a su madre en el lugar donde estaba el vagón. A los golpes les daba sus propios golpes. Siempre respondió, como la vez que le contrató Don King después de vencer, aquejado de diarrea, a un púgil invicto. Cuando el árbitro decretó su triunfo y levantó su mano cuentan que salió corriendo al vestuario.

Fue Don José, el entonces presidente del Consejo Mundial de Boxeo, quien personalmente decidió que el joven Julio peleara por el título mundial con el campeón Mario «Azabache» Martínez, a quien derrotó por nocaut. La fuerza, el carisma y la personalidad del nuevo campeón hicieron a partir de allí el resto.

Once años y medio invicto

Chávez, con su característica cinta roja en la frente, siempre encontraba la manera de ganar frente a rivales en principio mejores. Fue siendo el mejor porque siempre ganaba hasta que ya no quedó nadie que le dijera que no era el número uno. Julio César rompió pronóstico tras pronóstico. Peleó 37 veces por un título, diez veces más que el Bombardero y doce veces más que Muhammad Ali.

A través de tres divisiones diferentes ganó cinco campeonatos mundiales y fue durante once años y medio el campeón invicto. Fue un día como hoy de 1994, en su pelea 91, cuando el mejor boxeador mexicano de todos los tiempos perdió por primera vez y casi para siempre. Alguien le dijo a Don King que no programara una pelea en enero porque Julio César siempre se relajaba en diciembre, pero no le hizo caso. El campeón invicto no podía perder, pero lo hizo.

Fuera de forma a simple vista desde el inicio, Chávez fue sin embargo situándose a medida que avanzaban los asaltos, pero sus golpes no eran los de siempre frente a un oponente, Frankie Randall, en perfecto estado de combate. Advertido de diversos golpes bajos, Chávez se mostraba llamativamente desesperado por ganar, incapaz de comprender, después de más de una década, que estaba perdiendo.

En medio de la batalla es más que posible que el campeón se acordara del mítico derribo a Meldrick Taylor cuatro años antes a falta de 15 segundos para el fin de la pelea que también iba perdiendo y no perdió. Esta vez fue al revés. A falta de medio minuto para el final del undécimo asalto, el campeón cayó a la lona por primera vez en toda su carrera. Un directo seco, casi invisible, se coló por su separada defensa y por primera vez en su vida no pudo regresar. Aún ganó diecisiete peleas más en su carrera, pero aquel 29 de enero los tiempos de gloria del gran Julio César Chávez terminaron de golpe.