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Unas líneasEduardo de Rivas

El Madrid y el espíritu de los piperos

El abonado del Bernabéu es ese que cuando en el minuto 88 el equipo va perdiendo 0-2 solo él confía en que se puede no empatar, sino ganar. Y se gana

Actualizada 18:58

El silencio del Bernabéu a veces incluso asusta. Es como un teatro sin aplausos y los ánimos que llegan desde la pequeña grada de animación parece un susurro durante los 90 minutos. El aficionado del Real Madrid que acude cada domingo al fútbol es, por lo general, un señor mayor que ya dio en su juventud los gritos que tenía que dar, que alzó la voz en su momento y ahora se sienta en su butaca a que le ofrezcan buen juego. Y a veces lo acompaña su mujer, que casi no se puede mover pero que no se pierde su partido de domingo. Las mocitas madrileñas.

Son unos piperos –dícese del que acude al estadio a comer pipas en vez de a animar aunque la RAE todavía no admita esta acepción–. No animan, no gritan, no trasmiten. Dejan en el futbolista una sensación de soledad que le pone en tensión. En alerta. Al mínimo fallo se oye un silbido.

Cualquier aficionado al fútbol definiría más o menos así al aficionado del Real Madrid, cambiando palabras y expresándolo a su manera. El mito infundado de que el que acude al estadio ni siente ni padece se ha ido asentando y parece hasta realidad. Pero nada más lejos. El abonado del Bernabéu es ese que aparece cuando tiene que aparecer, cuando en el minuto 88 el equipo va perdiendo 0-2 y solo él confía en que el partido se puede no empatar, sino ganar. Y se acaba ganando.

El Real Madrid lleva en su ADN la capacidad de luchar hasta que el árbitro pita, sea cual sea el resultado. La historia demuestra que es el único equipo capaz de cualquier gesta y ante el PSG se volvió a escribir un capítulo más de ese libro de 120 años. Con un partido nefasto en la ida y con 0-1 en contra en la vuelta, cuando nadie creía, apareció ese espíritu que ronda por el Bernabéu. El de la confianza. El de la esperanza. El de pensar que todo es posible. El que empujó a Benzema a luchar por esa pelota que tenía Donnarumma completamente controlada y que acabó besando la red. El que le dio fuerzas a Modric para que con 36 años recorriera todo el campo con la presión de los rivales y le diera un pase a Benzema para hacer el segundo. El que impulsó a Modric y Vinicius a robar un balón nada más sacar de centro y marcar el 3-1 once segundos después.

Que se queden con el mito, que yo me quedo con los piperos.

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