Rafa Nadal, un chaval de Manacor
Una continua lección de vida sobre una pista de tenis. Resiste en cada punto, insiste, persiste y nunca desiste
A Nadal y a mí nos separan 15 meses de edad y unos cuantos millones en la cuenta del banco. Los dos vivíamos en Mallorca cuando empezamos a jugar al tenis. Yo en la capital; él, en un pueblo de interior. Ninguno de los dos pasaba del metro veinte de altura y mientras para uno coger la raqueta era el típico sueño de un niño que un día quiere ser bombero y al siguiente tenista, para el otro empezaba a ser un proyecto de futuro. Mis entrenadores ya por entonces hablaban de él. «Hay un chaval en Manacor que apunta maneras». Y tanto que apuntaba.
Ese chaval es hoy historia del tenis. Ya fue una proeza ganar su primer Grand Slam con 19 años la primera vez que pisaba la tierra de Roland Garros, pero conseguir el vigésimo primero en Australia camino de los 36, después de casi un año entero apartado de las pistas y de pasar una covid que para él no fue precisamente un resfriado, era algo impensable. Roza la épica. Nadie contaba con él cuando empezó el torneo y en su entorno consideraban un éxito alcanzar los cuartos de final. Mucho menos cuando en la final Medvedev se puso con dos sets a favor y la inteligencia artificial le daba al mallorquín un 4 % de probabilidades de victoria. Pero ahí emergió Nadal, el que resiste en cada punto, insiste, persiste y nunca desiste. Una lección de vida sobre una pista de tenis.
Así ha sido siempre su carrera, un continuo ejemplo de pundonor. Nadal ha sido el mejor sin ser el mejor en nada, ese al que nadie podía vencer, pero que no tenía la mejor derecha, ni el mejor revés, ni la mejor bolea, ni el mejor saque, sino un cómputo de todo y una capacidad innata para no rendirse nunca. Con la covid vio cerca la retirada y seis semanas después mira desde lo alto a Federer y a Djokovic.
Al hablar de Nadal se acaban los calificativos y puede que una imagen resuma mejor lo que significa: la de una leyenda como Rod Laver grabando al español en la pista que lleva su nombre. Una leyenda fotografiando a otra. Porque aquel chaval de Manacor que apuntaba maneras ya es leyenda e historia del deporte. El otro que empezó a jugar al tenis a la vez que él dejó la raqueta a los 16 y ahora junta letras con cierto sentido.