Job Bale es mágico
Sabe que nueve de diez partidos los jugará en inferioridad. Apenas tocará la pelota. Dará un pase y recibirá un melón. Se equivocará solo o en compañía mil veces. Vive un tormento futbolístico, pero no le va a fallar a su gente, la tiene toda detrás
Ahí lo tienen. A sus cinco Champions -cuatro tiene Messi- la carrera con Bartra, la chilena de Kiev, el 2-1 de Lisboa… A sus 20 títulos, 19 con el Madrid y uno con el Tottenham, acaba de añadir Gareth Bale un gol en una fase final de un Mundial. Con Gales. Que llevaba 64 años sin aparecer por ahí. Le estaban esperando.
Su mérito es enorme. Sale al campo con su selección y sabe que nueve de diez partidos los jugará en inferioridad. Apenas tocará la pelota. Dará un pase y recibirá un melón. Se equivocará solo o en compañía mil veces. Vive un tormento futbolístico, pero no le va a fallar a su gente, la tiene toda detrás: ¡qué manera de cantar el himno!
No puede desfallecer, es lo que le toca. Es un monumento a la paciencia: es Job Bale. Tuvo un tiro franco a puerta en 99 minutos, el penalti, y lo clavó. Marca él o nadie. Marcó. Magia.
Fue el hombre de la segunda jornada del Mundial. Antes lo habían sido los jugadores iraníes que no cantaron su himno ni celebraron los goles. Una bofetada valiente, temeraria, para los ayatolas al mando, otra vergüenza mundial. Saben lo que se juegan con ese reto. Y sus familias. Lo hicieron.
Todo valiente tiene su cobarde. Ahora, las federaciones que declinaron lucir el brazalete arcoíris una vez la FIFA les comunicó que quien lo hiciera recibiría una tarjeta amarilla y con dos te pierdes un partido. Federaciones y futbolistas cedieron. Porca miseria.