Nada es imposible para Rafael Nadal
Camino de los 36 años y tras conquistar su Grand Slam más inesperado, el español abre de par en par la ventana que parecía cerrada en busca de nuevos retos
«Seguir entrenando», la mentalidad de un jovencísimo Nadal que ha hecho historia
¿Qué hay detrás del 21º Grand Slam de una carrera a los casi 36 años, ganado en la final al número dos del mundo, de 25, reciente ganador del US Open, después de cinco meses parado por una intervención, sin apenas tiempo para entrenar y con la sombra de la retirada acechando por el dolor y la incapacidad producidos por una lesión congénita que a punto estuvo de acabar con su carrera recién comenzada?
Ya lo dijo él mismo con su segundo trofeo en Melbourne Park en las manos: Ahora tiene toda la energía para continuar y hasta para volver a ver al público australiano el año que viene. Entonces tendrá casi 37, pero, «¿Qué es la edad? Un frenesí/¿Qué es la edad? Una ilusión,/una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño;/ que toda la edad es sueño,/ y los sueños, sueños son», le tendría que haber escrito Calderón.
El Padrino
Solo que los sueños los convierte en realidad Nadal ni siquiera imaginados. Imagínese cuando los sueña, como admitió en la Rod Laver y al día siguiente en el acto tradicional de celebración. Nadal pidió una silla durante la larga ceremonia de premiación. Cuando se la trajeron le preguntó a Medvedev si quería una, y este le dijo que no. Así que se sentó. El joven de pie y el viejo sentado, como en un autobús. Delgado y quemado por el sol, parecía el anciano Michael Corleone en la escena final de El Padrino sentado en esa silla crepuscular de su casa de Sicilia.
Pero ese anciano iba a prometer unos minutos después que tenía toda la fuerza del mundo. Con el síndrome de Müller-Weiss en el pie, con la tendinitis, con los mil achaques de una vida tenística plena, ese hombre iba a anunciar su regreso emocional. Palabras mayores de quien ha vuelto de los fondos más oscuros. Una vez más, Nadal ha salido a la superficie para coronarse. Un rey infinito que basa su monarquía en la honestidad de una actitud, de un carácter, ya casi desligado del cuerpo.
Hay algo imponente y jubiloso en que Nadal diga que tiene toda la energía, y no solo para disputar el siguiente torneo, sino para volver a dar la vuelta al mundo una vez más y reencontrarse con ese público en las antípodas. Para los rivales debe de ser como si estuvieran leyendo una novela de Faulkner, donde siempre parece que va a pasar algo malo. Y es que Nadal sigue ahí. Por increíble que parezca. Y ahora viene Roland Garros, su tierra, y antes el cemento de Indian Wells. Y el de Miami, donde no ha ganado nunca.
Viene la tierra
¿Ganará Nadal al fin el llamado «quinto» Grand Slam que se le resiste? Nada es imposible para Nadal, que siempre empieza a ponerse a tono en el desierto californiano para llegar a la arcilla europea como un ciclón. Así era en sus tiempos más jóvenes y así parece que puede volver a ser después de salir lanzado desde Australia. Solo una vez se había dado esta situación antes, hace trece años, en unas condiciones distintas.
El español llegó a Melbourne casi estrenando el número uno después de ganar a Federer en Wimbledon, pero sus rodillas empezaban a decir basta. Ganó aquel año, pero no fue un trampolín sino el último resquicio de competitividad antes de su primera derrota ante Soderling en París, adónde acudió sin fuerzas, y su posterior y primer y serio contratiempo físico.
Entonces no miraba las consecuencias de su espectacular desempeño sobre la pista con su juventud rozagante, pero hoy es un hombre y un tenista sabio (en realidad, siempre lo fue), al que su sabiduría le sigue proporcionando capítulo tras capítulo a pesar de su juventud castigada.
¿Qué hay detrás del récord absoluto de Grand Slam a los casi 36 años después de no saber hacía dos semanas si iba a poder seguir compitiendo profesionalmente?
Nadie lo sabe, ni siquiera él, salvo que Nadal no se ha acabado y ya no se acabará nunca, incluso aunque no vuelva a ganar más. Algo posible y al mismo tiempo increíble, el hombre al que cabe soñarle ganando muchos años más, recitándole poemas de Calderón o cantándole canciones populares de cuando niños: «Tenemos un tenista que es una maravilla, que gana los torneos sentado en una silla».