El mundo que la inflación amenaza
La vida en chanclas se asumió con una docilidad sorprendente
La sociedad del bajo coste se instaló hace años como evolución extendida mundialmente del «pret a porter». Ésta última popularizó la moda permitiendo su paso desde la cara y exclusiva confección a medida al «listo para llevar». Ahora una buena parte de las prendas que se compran apenas se usan unas pocas veces antes de darle una vuelta entera al fondo de armario.
Hasta la irrupción de la inflación como problema global y de base ancha, teníamos a golpe de click, no sólo prendas de vestido sino todo tipo de complementos, productos de diversa índole y servicios de ocio. Entre estos últimos, los vuelos «low cost» probablemente supusieron la revolución más llamativa. Volar en avión dejó de ser un modo de transporte de lujo para estar al alcance de cualquier bolsillo.
Los avances tecnológicos y la globalización que llevó al sur este asiático a la mayor parte de las manufacturas occidentales hicieron posible dos cosas; la primera fue bajar los precios de bienes de consumo y de componentes de fabricación. La segunda fue que los precios más bajos permaneciesen anclados durante décadas. La estabilidad en los costes de producción de China hasta la primera década del siglo XXI permitió que la sociedad mundial no sólo se instalase en el «low cost» sino que la situación se asentase como un cuasi «statu quo». La gran recesión iniciada en 2008 no movió un solo ápice los precios y, cuando ocasionalmente lo hizo, fue para bajarlos en tímidos periodos de deflación.
La subida generalizada de precios ha puesto en un grave aprieto toda esta sociedad. A todo un modo de vida que asiste a pugnas internas inquietantes. Me refiero en este caso a pugnas de concepciones económicas. En esa pugna a un lado tenemos a los que lideran «la gran renuncia»; miles de personas -no sólo jóvenes- que no están dispuestas a aceptar trabajos a cualquier salario y condiciones. En el otro lado tenemos a quienes están dispuestos a trabajar largas jornadas con salarios y condiciones laborales mínimas. Los segundos, junto con el estado del bienestar son los que sostienen a los primeros. Los sostienen porque siguen facilitando costes laborales muy bajos allá donde las grandes empresas occidentales decidieron llevarse sus plantas. Se sostienen también porque subsiste un estado del bienestar al que se ha venido dopando desde 2008 financiando emisiones masivas de deuda pública con políticas monetarias ultra expansivas. La longevidad de esta situación es desconocida pero es insostenible.
Volviendo a la pugna que mencionábamos. Bajo el mismo techo conviven los que no se comen una tortilla sin antes estar seguros de que los huevos fueron puestos por gallinas que viven libres de jaulas y los que compran la cubertería para comer los huevos ecológicos en el bazar del barrio. Es como si aplicáramos un ecologismo selectivo. Importa la trazabilidad del huevo de campo pero importa poco la del menaje del hogar, los productos de limpieza o los diversos dispositivos electrónicos.
Lo exquisitamente ecológico y lo que compramos en el bazar, ahora a precios más elevados, lo financiamos en España con unos salarios estancados. Si hace veinte años el poder adquisitivo en paridad de poder de compra del salario medio español estaba en 39.175 dólares americanos, el confinamiento lo redujo a 37.769. Desde comienzos de siglo, el poder adquisitivo de los salarios en España ha seguido una tendencia descendente. Sólo Italia y Grecia nos acompañan en tan lamentable senda. Usando como datos los procedentes de los clientes de CaixaBank con cuentas abiertas en esta entidad, en junio de este año los grupos de clientes sin ingresos regulares o con ingresos bajos sumaban casi el 37 por ciento. Para esta parte de nuestros compatriotas no hay subsistencia posible fue del «low cost».
Hace unos días la OCDE ha actualizado sus previsiones económicas para 2022 y para 2023; no sólo las previsiones de crecimiento del PIB también otras como la de los precios. Sin que se pueda imaginar las consecuencias de una escalada en la guerra entre Rusia y Ucrania, los analistas de la OCDE predicen una moderación en la subida de precios para 2023. La inflación para España apenas rebasaría el 5%. Nada que recuerde al anclaje de precios que favoreció la economía del «low cost» pero es una previsión que permite albergar alguna esperanza a quienes diseñaron este «modus vivendi». La vida en chanclas se asumió con una docilidad sorprendente. Es vertiginoso pensar a lo que nos enfrentamos si no se logran embridar los precios. Más aún; anclarlos.
José Manuel Cansino es catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla y Académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino