Rodríguez Braun: «El proteccionismo es atractivo para los políticos, pero malo para los ciudadanos»
El prestigioso catedrático piensa que no tiene sentido para Estados Unidos ni para los agricultores españoles ni para nadie
Además de muchas otras cosas (escritor, conferenciante...), Carlos Rodríguez Braun (Buenos Aires, 1948) es profesor de la Universidad San Pablo CEU y catedrático retirado de la Universidad Complutense. En esta última su especialidad era la de Historia del Pensamiento Económico, de modo que es una voz muy autorizada para hablarnos sobre uno de los grandes temas económicos del momento: el proteccionismo.
–¿Ha merecido alguna vez la pena?
–El proteccionismo tiene una larga historia. En nuestra época moderna, digamos los siglos XIX y XX, lo han practicado muchísimos países, empezando por Estados Unidos. Hablamos de Trump y, siguiendo por Inglaterra, de todos los países del mundo. Pero si nos queremos remontar atrás, podemos ir a hasta la antigüedad más remota. La clave del proteccionismo es que se trata de proteger a un grupo pequeño de personas y de castigar a un grupo grande. Es curioso que mantenga ese nombre tan bonito de proteccionismo, cuando en realidad implica un castigo. Un ejemplo típico es prohibir o encarecer las importaciones de determinados productos, que es lo que va a hacer Donald Trump. ¿Qué resultado tiene? Beneficia a los productores locales porque no tienen competencia de producción extranjera. ¿Y a quién castiga? A millones y millones de consumidores que se van a ver obligados a comprar sus productos más caros. En el fondo es bastante notable cómo ha subsistido el encanto del proteccionismo cuando, esencialmente, funciona así. Y, por supuesto, no tiene ningún impacto positivo sobre el crecimiento económico. Más bien lo retrasa.
Millones de consumidores pagarán los productos más caros, y no habrá ningún impacto positivo para el crecimiento económico
–¿Ni siquiera tiene un efecto positivo sobre el país que lo aplica?
–Obviamente el país que lo aplica tendrá unos beneficiarios: los empresarios no competitivos, ya que la competencia extranjera va a verse dificultada. El impacto de todo esto se descarga entre toda la población.
–¿De qué manera?
–Si ponemos un arancel a los coches chinos, van a entrar más caros a Europa o no van a entrar de ninguna manera. ¿Quién se beneficia en realidad? Los empresarios y las empresas productoras de coches en España y en Europa, si el arancel se impone aquí. Pero el consumidor, el ciudadano corriente, va a tener que comprar su coche más caro que si el comercio fuera libre.
–¿La lección histórica es que a ningún país que haya aplicado aranceles le ha merecido la pena?
–Así es: en ningún caso. Pero claro, para eso hay que entender que con el llamado proteccionismo estás desprotegiendo a la mayoría de la población. Lo que pasa es que es sumamente atractivo políticamente, porque sirve para dar la sensación de que estamos defendiendo a la patria frente al extranjero. Esto políticamente es muy atractivo y también lo es, por supuesto, para las empresas que se van a ver beneficiadas porque no van a tener competencia. Tienen mucho incentivo y mucho interés en hacer mucha propaganda de qué bueno es que compremos coches europeos en lugar de los asquerosos coches chinos que son más baratos. Bueno, pues pregúntele al consumidor a ver qué prefiere.
Habría que preguntar a los ciudadanos si prefieren comprar coches europeos antes que chinos, que son más baratos
–¿Estarían más justificados los aranceles en el caso de Estados Unidos, por los que les imponen en otras regiones?
–Donald Trump se defiende diciendo que lo está haciendo «a cambio de». Va a poner aranceles del 25 % a sus dos principales socios comerciales: Canadá y México. Entonces dice no, esto lo hago a cambio de. En el caso de México, mientras no limite la inmigración. Esto, por cierto, tiene unos antecedentes. La última vez que gobernó Trump hizo una especie de acuerdo con los mexicanos que se llamaba Remain in Mexico. Quedaos en México, con la idea de que el inmigrante mexicano que pasaba a Estados Unidos solo iba a ser el legal. Mientras no tuviera admisión legal, no podía entrar. Más o menos le funcionó. Esto le gustó. Estoy leyendo ahora un artículo de The Wall Street Journal que salió hace unos días. Dice que lo más probable es que esto continúe. Entonces uno podría decir: hombre, si es por un buen objetivo... Pero esto es muy delicado, ¿no? ¿Por un buen objetivo vas a obligar a los ciudadanos a empobrecerse? ¿Por qué no lo haces de otra manera? ¿Por qué tiene que pagar el coste siempre el ciudadano en términos de productos más caros? Esta es una objeción. La otra objeción se contaba en la columna Lex del Financial Times, y es cómo se aplica. ¿Cómo aplicas el 25%? Porque resulta muy atractivo y muy simple: a todos. Todos los productos que vienen de tal país, de México, de Canadá, tienen un 25 %. Paso siguiente: preguntarse, ¿todos? Respuesta: siempre hay excepciones. Y entonces ya se abre ahí una puerta para la discriminación. Entonces, si a los coches les pongo aranceles pero resulta que a un medicamento que necesito para cuidar a mi población se lo bajo, todo es un lío. Lo mismo con la inmigración. ¿Vamos a prohibir la entrada a todos? ¿A todos vamos a ponerles dificultades, pero si necesitamos mano de obra cualificada o no cualificada, vamos a hacer excepciones? Ahí tenemos una posible apertura o cierta flexibilidad de un remedio que parece atractivo por lo simple. En realidad no es tan simple.
– ¿Tiene sentido la política proteccionista de Estados Unidos frente a China?
–Un argumento clásico del proteccionismo es que yo hago esto solo para defenderme, porque resulta que el otro también está haciendo proteccionismo. Este argumento tiene un punto de razón, pero es como las escaladas bélicas. Hay que tener un poco de cuidado con la idea de que yo te voy a atacar porque tú me atacas. Como es obvio, sabes cómo empieza, pero no cómo termina. En el fondo estás razonando asi: como el gobierno chino castiga a sus ciudadanos obligándoles a subsidiar la industria que después exporta a Estados Unidos, yo, Donald Trump, castigo a mis ciudadanos obligándoles a que consuman productos más caros. El razonamiento no termina de ser correcto. Si se hilvana un poquito más, podríamos concluir: oye, si el gobierno chino quiere castigar a sus propios súbditos, ¿por qué el gobierno americano o español, o cualquiera, va a tener que castigar a sus propios ciudadanos? No tiene sentido.
La presidenta del Banco Central Europeo ha dicho algo muy sensato: a la Unión Europea no le conviene una guerra comercial con Estados Unidos
–También es un modo de ponerles palos en las ruedas en la carrera por ser el líder mundial de la economía.
-Esta es otra dimensión que tiene mucho interés: la situación geopolítica. Es decir: si beneficiamos el comercio chino, aumentamos la potencia de China como país. Siendo un país peligroso, estaríamos haciendo algo perjudicial para nosotros. Fíjense en lo retorcido del razonamiento: como resulta que China no se detiene en la bomba atómica o en lo que fuera, voy a castigar a mis ciudadanos por ese argumento otra vez. Se están intentando buscar argumentos que tienen una cierta lógica, porque es verdad que China es una dictadura comunista, y por supuesto es un peligro para la libertad de todos. Pero fíjense en que para llegar a ese objetivo, que es loable, se están utilizando otra vez medios que castigan a tu propia población, no a la población china.
–¿Cómo ve la relación de la Unión Europea con Estados Unidos, y cómo podría afectarle el proteccionismo anunciado por Trump?
–De manera excepcional, porque no suele decir cosas muy sensatas, Christine Lagarde, esta vez dijo una en la entrevista que publicaron hace unos días Financial Times y Expansión: hay que evitar una guerra comercial con Trump. Está muy bien. Ese es el mensaje. En lugar de hacer el mensaje contrario y decir, ah, como esta persona es mala, yo voy a ser malo también. En lugar de entrar en esa dinámica, que siempre paga el pueblo, hay que buscar otras formas. Si intentas hacer una guerra comercial conmigo, voy a intentar darte la vuelta y a explicar, o incluso te voy a denunciar en los foros, en la Organización Mundial del Comercio. Hay muchas vías para intentar neutralizar una política económica mala de otro país, pero lo que no hay que hacer es precipitarse rápidamente a copiar esa política mala.
–En el caso de Estados Unidos, ¿hay algún tipo de productos en los que los aranceles que les ponen sean tan dañinos que justificarían su proteccionismo?
–Depende de la competitividad de cada sector, pero una forma de detectar lo que está pasando o lo que puede pasar es lo que ya ha sucedido con solo el anuncio de los aranceles. Por ejemplo, ha hecho caer al peso mexicano. Por supuesto, un sector afectado puede ser el automotriz. ¿Siempre le protege el proteccionismo? En principio sí: yo, productor automotriz, no voy a tener la competencia del chino; pero también hay un segundo efecto más indirecto: en la medida en que los sectores protegidos como el automotriz puedan vender productos más caros, que lo podrían hacer si hubiera libre competencia, entonces su propio mercado se achica, porque el consumidor tampoco es tonto. No se va a precipitar ahora mismo a comprar coches sabiendo que su productor, al estar al abrigo de la competencia, va a poder poner los precios más caros. Entonces, a lo mejor el mercado se achica y termina siendo el remedio peor que la enfermedad.
La batalla que deben librar los agricultores españoles es que les reduzcan los costes. La competencia y el mercado abierto benefician a todos
– Pensando en España, quizá el sector sobre el que más planea el proteccionismo es el de la agricultura. Muchos no entienden por qué consumimos productos de fuera peores que los nuestros. ¿Estaría justificado el proteccionismo en este caso?
–Lo que hay que explicar es que la competencia y el mercado abierto benefician a los ciudadanos. Debe incentivar a los productores a competir mejor. Por ejemplo, en el caso de la agricultura española, a reclamar contra los gobiernos que lo que hacen es fastidiar a los productores con impuestos altos, cotizaciones, toda clase de regulaciones medioambientales... Por supuesto que ahí hay una batalla por librar, naturalmente, para que bajen los costes de nuestros productores. Pero esa es la batalla que hay que librar, no la idea de que aquí no puede llegar nada más barato de lo que yo produzco, y entonces yo soy el que vendo y fastidio a mis conciudadanos con productos más caros. Esa no puede ser la estrategia. Y desde luego, lo que comentaba Christine Lagarde creo que apunta en esa dirección. Porque, ¿qué significa hacer una guerra comercial? Pues subir cada vez más las fronteras, dificultar cada vez más el comercio libre y empobrecer a los ciudadanos de cada país.