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la educación en la encrucijadafrancisco lópez rupérez

¿Es inteligente nuestro sistema educativo?

Más allá de esa idea genérica de inteligencia como capacidad de comprender y de resolver problemas, existe un elemento básico de los comportamientos inteligentes que radica en el 'feedback' o retroalimentación

Actualizada 04:00

Lo primero que, de un modo tácito, plantea el título de esta columna es si acaso tiene sentido hablar de inteligencia cuando nos referimos a un ente de naturaleza social como lo es un sistema educativo. Aunque estemos acostumbrados a considerar la inteligencia como un atributo individual –de las personas o incluso de los animales superiores– no hay ninguna razón por la cual no podamos hablar, con propiedad, de la inteligencia de las organizaciones humanas.

Más allá de esa idea genérica de inteligencia como capacidad de comprender y de resolver problemas, existe un elemento básico de los comportamientos inteligentes que radica en el feedback o retroalimentación. En su expresión más sencilla, consiste en un retorno de la información relativa al resultado de un proceso –que tiene lugar en el seno de un sistema– y que vuelve sobre él permitiendo corregirlo o reforzarlo. Se trata de un concepto transversal que es de aplicación en una multiplicidad de áreas o de materias, así como «en un abanico de problemas sorprendentemente amplio», según nos recuerda el padre de la teoría de sistemas, Von Bertalanfy. Por esta razón, y por su vinculación con los procesos de aprendizaje, el concepto de feedback está asociado con los comportamientos inteligentes. De hecho, los teóricos de la inteligencia computacional han concluido que el feedback –entendido como «un proceso mediante el cual el resultado de una iteración precedente, en el proceso de inteligencia, se combina con el input en la subsiguiente aplicación»– añade impulso o momentum a los procesos de aprendizaje artificial.

La inteligencia de una organización humana, y por ende de un sistema educativo, está íntimamente ligada con su capacidad para corregir los errores y aprender de la experiencia. Pero, además, la llamada Ley de Revans nos advierte que «para que una organización sobreviva, su velocidad de aprendizaje debe ser igual o superior a la velocidad de cambio de su medio ambiente externo». Esta regla empírica aplicada a los sistemas educativos nos anticipa un futuro sombrío si no somos capaces de aprender en tanto que organizaciones, particularmente en un contexto tan cambiante como el que caracteriza el presente siglo.

Las evaluaciones generales son elementos fundamentales de inteligencia de los sistemas educativos que poseen por ello un indudable valor. Además de las predicciones plausibles que puedan derivarse del anterior análisis conceptual, la evidencia empírica disponible parece confirmarlas. Así, por ejemplo, como ha señalado la OCDE a propósito de los resultados de PISA, «en los países cuyos sistemas de evaluación incluyen pruebas externas y estandarizadas, la puntuación de lectura es 16 puntos superior, de media, con respecto a los países en los que no se aplican estas pruebas».

Sin embargo, cuando se analiza la presencia de esos elementos sustantivos de inteligencia en nuestro sistema educativo, se advierte su insuficiencia o incluso su ausencia. Un estudio que, bajo el título «Un modelo integrado de evaluación para el sistema educativo español», efectuamos en 2018 desde la Cátedra de Políticas Educativas de la UCJC puso de manifiesto los vaivenes a los que había sido sometido, hasta entonces, el sistema educativo español en su modelo de evaluación general, con cambios de criterio y las consiguientes rupturas de las series cronológicas que imposibilitan el análisis de tendencias. Esa circunstancia se ha visto acentuada en la última ley socialista –la LOMLOE–, contribuyendo así a un movimiento errático en la generación de una información que podría ser de gran utilidad para el aprendizaje organizacional.

Por otra parte, estudios de diagnóstico sistemáticos realizados desde el ámbito académico sobre aspectos importantes de la educación española, a partir de la rica base de datos de PISA, de forma territorializada por comunidades autónomas y tomando en consideración el papel de variables relevantes, como el nivel socioeconómico y cultural de los alumnos, han sido ignorados por las administraciones educativas, como si sus resultados no les concernieran.

Lo que muestran hechos como los anteriormente descritos es que el sistema educativo español ha renunciado a ser inteligente: se ha marginado la realidad, se ha dado la espalda a un conocimiento objetivo sobre su rendimiento y se han evitado las acciones consiguientes de corrección, o de refuerzo, orientadas a una mejora acumulativa del sistema. Sólo las evaluaciones internacionales producen una información fiable sobre los resultados de nuestra Educación, ofrecen la oportunidad de compararnos con los otros, y dan lugar a un tratamiento en los medios de comunicación, con frecuencia extenso, que, a pesar de su carácter en apariencia efímero, llega a la ciudadanía y va configurando un estado de opinión pública basado en datos. No obstante, esa ausencia de aprendizaje, esa falta de inteligencia organizacional se traducirá, como nos anticipa la Ley de Revans, en un progresivo deterioro del sistema.

Si alguna vez fuera posible alcanzar en España un pacto en educación –siquiera sea en su versión de mínimos– un modelo de evaluación inteligente, adecuado y estable del sistema educativo debería formar parte de esa colección reducida, pero decisiva para el futuro colectivo, de acuerdos políticos.

  • Francisco López Rupérez es director de la Cátedra de Políticas Educativas de la UCJC y expresidente del Consejo Escolar del Estado
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