¿Compensar o consolar?
Solo una persona, y no una cosa o circunstancia, puede consolar a otra persona, y lo podrá hacer en parte, pues toda persona reclama de un consuelo superior solo por el hecho de ser persona
Un alumno conversa con su profesor mostrando su pesimismo ante cierta asignatura que no consigue aprobar, y al ver que traslada su pesimismo a nivel personal, pues dice «yo no sirvo para estudiar», el docente le responde: «no digas eso, que hay otras materias que sí las sacas adelante». Un hijo le dice con pesar a sus padres que sus amigos no le invitan el domingo al cumpleaños y el padre le dice: «tus amigos son tontos, ya haremos otra cosa». Estoy seguro que la intención de tales frases es buena, pero eso no quiere decir que hagan bien.
Con esas y otras frases parecidas se entra en la dinámica de la compensación. Al compensar se busca que el otro esté bien, pero lo que el otro necesita es entender el dolor y no simplemente estar bien. La compensación del profesor y del padre de antes introducen al alumno o al hijo en una relación de dependencia con ellos, además de educar en la búsqueda de la compensación.
De los males de educar en la compensación no voy a entrar, pero por dejarlos mencionados, suele darse con la comida, el sexo y las compras cuando ante un fracaso se siente la necesidad de salir de él. Pero, con ello se busca solo salir de los efectos (el malestar), buscando algo que genere un estado de ánimo placentero. Se evidencia el problema de compensar al descubrir que su efecto principal es el aumento de la frustración inicial y deja a la persona más sola que al principio. Se aumenta la frustración, pues la persona descubre que el dolor inicial sigue estando ahí sin ninguna novedad..
Sobre cómo acompañar en lo que necesita ser significado, la baja calificación o el rechazo de los amigos, ya lo he tratado en otros lugares. Tampoco en esto voy a entrar ahora. Lo que ahora me interesa es saber proponer una alternativa a la compensación. La alternativa a la compensación es la consolación.
Alguien es consolado cuando descubre la presencia amable de alguien que afirma la cercanía y apuesta por su persona cuando se evidencia que no hay motivo para ello.
El consuelo, siendo solo uno, se puede dar en varios contextos: cuando uno ve que está siendo rechazado por algo (inocente o culpable) o cuando uno descubre que hay una realidad de eterna insatisfacción y no es porque le falten las satisfacciones de este mundo.
El consuelo reclama la necesidad de sentirse reconocido por otro en el contexto de algún tipo de fracaso o de vacío. Es decir, el consuelo se ve como necesario cuando uno descubre que no puede ser reconocido por sus obras o porque por muchas obras o situaciones buenas que viva, descubre que él o ella no puede reconocerse en ellas. Quien se reconoce a sí mismo por sus obras o circunstancias, pierde el carácter de persona, pues se identifica con lo que vive. Eso es la triste realidad de quien se identifica con sus éxitos: pasa a hacerse esclavo de ellos.
Solo una persona, y no una cosa o circunstancia, puede consolar a otra persona, y lo podrá hacer en parte, pues toda persona reclama de un consuelo superior solo por el hecho de ser persona. Saberse persona implica ser consciente de que vivimos en tensión pues nunca somos todo lo que podríamos ser. Y si bien dicha tensión, bien vivida es una tensión que energiza pues se puede ir a más, también hace falta recibir ese consuelo superior de que somos queridos en ese proceso.
No se consuela prometiendo lo que no está al alcance de uno. ¿Por qué decir «todo saldrá bien» si no está en la mano de uno? Tampoco se consuela negando una realidad; se consuela viviendo con el otro en su realidad. El otro necesita ver que se puede vivir con él en la situación en la que está. No se trata de ir a vivir con el otro para sacarle de donde está, sino de que el otro descubra que se puede vivir con él en el dolor, porque él o ella es más que el dolor que vive. Así, se evidencia que no se está con uno por el dolor o fracaso, sino por la otra persona.
Nadie está diciendo que se desee dejar al otro donde está. Pero no es lo mismo acercarse al que sufre algún tipo de fracaso para sacarle del fracaso como primer objetivo o que el primer objetivo es que se puede vivir en el fracaso, y una vez eso se descubre, iniciar un proceso para mejorar la situación que se vive. Antes de levantar al caído (tanto si ha caído con o sin la participación de su responsabilidad), vale la pena que el caído descubra que el educador se abaja a vivir la amistad con el caído en su caída. Y desde ahí iniciarán un camino juntos.
Cuando el primer objetivo es salir del fracaso, se le está diciendo, probablemente sin quererlo, que de alguna forma él o ella es su fracaso. Cuando el otro descubre que los demás son felices viviendo en el fracaso con quien fracasa, éste descubre qué él o ella es más que su fracaso. Esto es el consuelo.
Consuela saber qué tu estarás conmigo con independencia del fracaso o insatisfacción en el que pueda estar yo. El consuelo así vivido se convierte en algo plenamente energizante. Y ciertamente capacita para que una vez consolado, uno pueda examinar todo lo que haga falta, incluidas las propias equivocaciones de uno. Un error de la consolación está en pensar que lo que causa daño viene de fuera, la baja calificación o el rechazo de los amigos, según los ejemplos, cuando en verdad es algo mucho más global en donde uno mismo es parte en lo que vive. El consuelo capacita a que con libertad y sinceridad uno pueda hacer el análisis que necesita para significar lo vivido y saber usarlo como plataforma para el crecimiento.
José Víctor Orón es director de Acompañando el Crecimiento y asesor educativo de la Universidad Francisco de Vitoria