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José víctor orón semper

Enseña para que aprendan viviendo, no haciendo

Toda acción o toda metodología escolar necesita situarse en este contexto para que la acción tenga una finalidad y no sea un mero hacer

Actualizada 04:30

Hay cierta bondad en la expresión «el niño aprende haciendo», pues evita que el profesor descanse en un pensar inactivo cuando trata de educar al niño pequeño. Decirle a un niño pequeño «piensa» y nada más es como decirle a un adulto «salta y quédate arriba». Aunque quiera, no puede hacerlo. Ciertamente el niño pequeño necesita que le digan «piensa y recorta», «piensa y modela», «piensa y colorea». Esto no quiere decir que no se le pida al niño un pensamiento inactivo, sino que vale la pena saber que el pensamiento inactivo no es lo natural con el niño. Pero también hay que decirlo con claridad: el niño no aprende haciendo, sino viviendo o actuando, que no es lo mismo.

Pensamiento inactivo no es lo mismo que pensamiento abstracto, pues todo pensamiento requiere de un proceso de abstracción. Luego el niño, que ciertamente piensa, desarrolla siempre un pensamiento abstracto, pero no siempre un pensamiento inactivo. Adquirir el pensamiento inactivo es todo un reto que habrá que saber introducir, pues es una gran ventaja. Pero si nos centramos ahora en el pensamiento natural del niño, hay que decir que este no desarrolla su pensamiento por ser activo, sino porque se identifica con su vida. El niño piensa viviendo y vive pensando. Vamos a por ello.

Toda acción, para ser llamada tal, requiere de una finalidad, de un propósito. El comportamiento es el medio para alcanzar la finalidad y, por ello, el comportamiento no justifica la acción. El medio no justifica la finalidad de la acción, pues primero se establece la finalidad y luego los medios. La finalidad sí que justifica el medio cuando hay verdadera coherencia entre ellos, pues no cualquier medio sirve para una finalidad. En el ser humano el fin de la acción es el encuentro interpersonal salvo que la relación interpersonal se rompa, y entonces la acción humana se animaliza, pues pasa a servir a la autosatisfacción. Desligar la acción de su fin humano es lo mismo que trabajar bajo esclavitud –bajo la esclavitud de otro o bajo la esclavitud de la autosatisfacción–. Pero se mire como se mire, esclavitud.

Muchas veces cuando los docentes asumen acríticamente el «learning by doing» lanzan a los alumnos a una electrificante actividad desprovista de verdadera finalidad, pues el hacer no justifica el hacer, ni el aprender se justifica a sí mismo. Hacer y aprender solo son medios para la vida. Pero la vida la sacan de la ecuación. Al lanzarles a ese paroxismo de actividad, los introducen en alguna de las dos esclavitudes. Tal vez hagan eso pensando que la finalidad de la acción es acabarla o capacitarse, pero eso no puede ser finalidad, pues una cosa que acaba, por definición, no puede ser la finalidad, y siempre requerirá de otra acción. Imagina que ya se acabó lo que se estaba haciendo (recortar, un proyecto…). Entonces surge la pregunta: «¿ahora, qué?», mostrando que eso no podía ser la finalidad. Necesitamos comprender cómo se articulan el hacer y su finalidad para entender una propuesta educativa basada en el vivir y no en el mero hacer.

No se cuestiona el aprender haciendo, sino el aprender haciendo desprovisto de verdadera finalidad. El hacer y el actuar son también ciertamente importantes, pues la finalidad sin la realización de los medios tampoco es creíble. Por ejemplo, sería difícil decirle a alguien «te quiero» y no darle pan si está hambriento y tienes pan para darle. Amar es la finalidad y dar de comer el medio. Tiene que haber coherencia entre medio y fin. Quien ama, transforma el mundo para el amado. Este es el lugar de la acción: transformar el mundo para hacer de él un lugar de encuentro. Esto es humanizar este mundo. Esta es su finalidad y su medio. En educación es crucial afirmar la coherencia de medio y fin, y no uno sin el otro. Es ridículo que un alumno se siente serenamente a estudiar si el profesor usa como medio la presión o la amenaza. El niño se sentará, pero esperar que serenamente estudio es una esperanza ridícula porparte del docente. Si la finalidad de la educación es un bien para el niño se tiene que ofrecer medios que sean un bien para el niño. Por eso, no es creíble afirmar que se quiere a los niños si no se les dan recursos para transformar el mundo, pero tampoco es creíble dar recursos desprovistos de finalidad.

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Así pues, toda acción o toda metodología escolar necesita situarse en este contexto para que la acción tenga una finalidad y no sea un mero hacer. Vale la pena que cada educador se pregunte: ¿a qué encuentro sirve tal acción que propongo en clase?

Este replanteamiento sirve además para entender el pensamiento inactivo, que también es necesario aprender, pues permite avanzar en el conocimiento mucho más rápido que sometido a la lentitud que supone poner todo en práctica. Así, podrá llegar a darse la capacidad de tener un pensamiento inactivo, pero nunca separado ni del vivir ni del acto humano. El pensamiento inactivo propiamente separa temporalmente pensamiento de comportamiento, pero no separa esencialmente pensamiento de acción, es decir, de vivir y de la finalidad del vivir.

Cuando a los niños se les enseña a separar pensamiento de acción en cuanto vivir (una cosa es saber, y otra cosa es cómo usas ese saber), el niño aprenderá a independizar pensamiento y comportamiento, y así se explica, por ejemplo, que un alguien gane un Premio Pulitzer fotografiando a un niño pobre, pero no haga nada por ayudarle. O que un empresario piense solo en sí cuando crea una empresa de servicios sociales. Probablemente el Premio Pulitzer y el empresario aprendieron haciendo, pero no aprendieron viviendo. Educar con el horizonte de aprender haciendo es lo mismo que vivir con el horizonte de conseguir capacidades o posesiones. Y así viven muchas personas emborrachadas por sus éxitos yendo de un hacer al siguiente, hasta que se paran, reflexionan y se atisba la depresión cuando uno se pregunta: «¿para qué he vivido?».

Ayudando a la siguiente generación nos ayudaremos a nosotros. No enseñes para que aprendan haciendo, sino para que aprendan viviendo, es decir, poniendo todo al servicio del encuentro. Así, cada momento educativo será una oportunidad para hacer realidad lo que puede dar sentido a nuestra vida.

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