La urgencia de la educación en competencias digitales
La educación tradicional, tal y como está configurada en muchas de nuestras instituciones, sigue anclada en un modelo que no responde a estas nuevas necesidades
La semana pasada se entregó el premio Nobel de economía a dos profesores del MIT (Acemoğlu y Johnson) y uno de la Universidad de Chicago (Robinson) por sus aportaciones en la explicación de por qué la prosperidad de los países depende las instituciones que conforman su estructura social. Daron Acemoğlu, del que fui estudiante de microeconomía hace 30 años en la LSE, es uno de los académicos más prolíficos en la actualidad y también ha investigado sobre la relación entre la tecnología, el crecimiento económico y la educación, destacando la urgencia de una educación enfocada en competencias digitales como un imperativo económico y social.
Acemoğlu advierte que la educación debe evolucionar para dotar a los individuos de las habilidades necesarias en la era digital. Si no lo hacemos corremos el riesgo de ampliar aún más las brechas de desigualdad que ya persisten en nuestras sociedades.
Uno de los conceptos clave en la obra de Acemoğlu es el del «cambio tecnológico sesgado hacia las habilidades» (skill-biased technological change). Dicho en términos más simples, significa que los avances tecnológicos recientes favorecen a aquellos trabajadores que ya poseen habilidades técnicas avanzadas, como la programación, el análisis de datos o la alfabetización digital. Mientras tanto, quienes carecen de estas competencias se van a enfrentar a una dificultad creciente para encontrar empleos bien remunerados. Es decir, los trabajadores de empleos rutinarios y menos calificados ven cómo la tecnología, en lugar de ser una aliada, se convierte en un obstáculo.
Este fenómeno no es nuevo, pero la velocidad con la que la inteligencia artificial, la automatización y la robótica están transformando el mercado laboral es sin precedentes. Como señala Acemoğlu, si no invertimos de forma decidida en la formación digital de nuestros ciudadanos, nos enfrentamos a una profunda polarización del empleo: por un lado, una élite altamente capacitada que se beneficia de la tecnología, y por otro, una gran parte de la población condenada a la precariedad o el desempleo. La pregunta es: ¿cómo respondemos ante este desafío?
El enfoque de Acemoğlu sobre la complementación entre las habilidades humanas y la tecnología es igualmente revelador. Según su investigación, habilidades como la resolución de problemas, el pensamiento crítico, la creatividad y la adaptabilidad son esenciales para aprovechar al máximo las herramientas tecnológicas. Es decir, no basta con enseñar programación o análisis de datos; las competencias blandas, como la capacidad de innovar y adaptarse, son igualmente necesarias para que los trabajadores sean competitivos en la economía digital.
Esto tiene implicaciones directas para nuestros sistemas educativos. Si queremos preparar a las futuras generaciones para el éxito en un mundo digital, no podemos conformarnos con una educación que simplemente enseñe contenidos técnicos de forma aislada. Es necesario un enfoque más integral que combine tanto competencias digitales como habilidades interpersonales y cognitivas. El problema es que la educación tradicional, tal y como está configurada en muchas de nuestras instituciones, sigue anclada en un modelo que no responde a estas nuevas necesidades.
Como ya he señalado, Acemoğlu también enfatiza la importancia de las instituciones en la creación de un entorno inclusivo que permita que los beneficios del progreso tecnológico se distribuyan de manera equitativa. En su libro con Robinson Why nations fail: The origins of power, prosperity, and poverty, argumenta que las instituciones que promueven la competencia, la igualdad de oportunidades y el acceso inclusivo a la educación son clave para maximizar el potencial de las tecnologías. Esto tiene particular relevancia en países como España, donde la desigualdad en el acceso a la educación y las oportunidades laborales sigue siendo un desafío importante.
En este sentido, resulta crucial que las políticas públicas se orienten hacia la mejora del acceso a la educación digital de calidad, especialmente en las zonas y colectivos más desfavorecidos. De lo contrario, el impacto de la automatización y la inteligencia artificial podría acentuar las diferencias socioeconómicas, dejando a muchos fuera del progreso económico que la tecnología puede generar. Una sociedad inclusiva exige un sistema educativo inclusivo, y eso significa garantizar que todos los ciudadanos puedan desarrollar las competencias digitales necesarias para adaptarse a los cambios.
Otro punto destacado en la investigación de Acemoğlu es su análisis de la automatización y su impacto en la desigualdad. Junto con su colaborador Pascual Restrepo, de la Universidad de Boston, ha demostrado que la automatización tiene el potencial de agravar la desigualdad si no se gestiona adecuadamente. Los trabajadores cuyas tareas son más fácilmente automatizables—principalmente aquellos en trabajos rutinarios—corren el mayor riesgo de perder sus empleos, mientras que quienes tienen habilidades avanzadas o creativas tienden a prosperar.
Este panorama pone de relieve la necesidad de diseñar políticas educativas que permitan una actualización continua de las habilidades de los trabajadores. Acemoğlu argumenta que el aprendizaje a lo largo de la vida debe ser una prioridad, y que los gobiernos y empresas deben fomentar la formación continua a través de programas de reskilling y upskilling. Solo así podremos amortiguar los efectos negativos de la automatización y garantizar que todos los trabajadores, independientemente de su nivel de educación inicial, tengan la oportunidad de participar en la economía digital.
En definitiva, Daron Acemoğlu nos ofrece un análisis riguroso y persuasivo sobre el papel crucial de la educación en un futuro donde la tecnología será el eje del crecimiento económico. Pero no cualquier tipo de educación: necesitamos un enfoque que priorice las competencias digitales y que, al mismo tiempo, fomente la creatividad, la capacidad de adaptación y el pensamiento crítico. El reto está en nuestras manos. Debemos transformar nuestras instituciones educativas y desarrollar políticas inclusivas que garanticen que todos los ciudadanos puedan beneficiarse de la economía digital, evitando así la creciente brecha entre aquellos que prosperan gracias a la tecnología y los que quedan atrás.
Como Acemoğlu nos recuerda, el futuro no está escrito. Si actuamos ahora, podemos crear un futuro más inclusivo y equitativo, donde la tecnología sea una herramienta para el bienestar de todos, no solo de unos pocos.
- Jorge Sainz es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC)