Viaje oficial de los condes de Wessex al Peñón
Las constantes ofensas de la familia real inglesa a España con sus reiteradas visitas a Gibraltar
La estancia de tres días del cuarto hijo de Isabel II y su esposa en el marco de las conmemoraciones del 70º aniversario del reinado de su madre sirve para remarcar la soberanía británica sobre la Roca
Aunque el Gobierno de España trasladó hace un par de meses su «malestar» al Reino Unido por la visita que realizan los condes de Wessex entre el 7 y el 9 de junio a Gibraltar, la resignación constituye en el fondo la nota dominante entre fuentes diplomáticas próximas a El Debate. El Peñón es tanto para la Unión Europea como para España una «colonia», pero formalmente no deja de ser territorio 100 % británico. Por tanto, cualquier ciudadano de Gran Bretaña tiene libre acceso a la Roca. También los Windsor. Solo que en un caso la visita, cuanto tiene rango oficial –como es el caso–, adquiere un carácter de reafirmación territorial, dado que la familia real ejerce allá donde va de representantes efectivos de la soberanía británica.
Este viaje del cuarto hijo de Isabel II, el príncipe Eduardo, y de su mujer, Sofía Rhys-Jones, a Gibraltar tiene una clara intencionalidad; trasladar al Peñón el jubileo que en honor a su madre acaba de celebrarse en Londres. La visita engarza con una larga tradición previa de viajes de la realeza inglesa al Peñón durante la segunda mitad del siglo XX. Estos pases de revista se han realizado con la intencionalidad geopolítica de evitar –en pleno proceso de descolonización masiva– que un resto del Imperio Británico desaparezca de las costas andaluzas.
Una jovencísima reina Isabel visitó el Peñón en mayo de 1954 en compañía de su marido, el ya difunto Felipe de Edimburgo, y de los que por entonces todavía eran sus dos únicos hijos: los pequeños Carlos y Ana. Años más tarde, en la luna de miel posterior a su boda en Londres, Carlos de Inglaterra visitó de nuevo Gibraltar en compañía de su esposa, Diana.
Este sería el inicio de un goteo constante de visitas oficiales que los miembros de la familia real británica, en calidad de representantes de la reina inglesa –y, por tanto, de la soberanía del Reino Unido–, han realizado a la última colonia de Europa Occidental. En 1993 acudió el príncipe Andrés para hacerlo de nuevo en 1995, dos años más tarde. En 1997 fue la visita gibraltareña del duque de Kent y de la princesa Alexandra y, en 2001, vino el príncipe Eduardo, aunque en esta ocasión la visita tuvo carácter privado. Fue, por tanto, el único viaje que no generó quejas por parte del Gobierno de España.
Semilla de división
En 2004 acudió de nuevo la princesa Ana y lo hizo en una fecha especialmente significativa; en el marco conmemorativo que anticipó la celebración de los 300 años del Tratado de Utrecht. Una vez más, en 2009, acudió Ana a Gibraltar; en este caso para inaugurar un hospital edificado sobre el istmo de la península que une al Peñón con el territorio español. Que España no cediese esta superficie robada al mar en Utrecht, un tratado firmado en circunstancias especialmente complejas para España –al final de una guerra civil que tuvo como consecuencia el cambio de dinastía con el paso de los Austrias a los Borbones–, no supuso impedimento alguno para que dicha visita al hospital fuera llevada a cabo a plena luz del día, con total desfachatez.
Hubo aún más viajes de la familia real británica. El príncipe Miguel de Kent visitó el Peñón en 2014 como «comodoro en jefe de la reserva marina y contralmirante honorario» y antes, en 2012, los condes de Wessex realizaron su primera visita a Gibraltar, que en este caso era para conmemorar el anterior jubileo de Isabel II, el de sus 60 años de reinado. Todos estos viajes han generado quejas formales por parte de los Ejecutivos españoles, ya fueran del PSOE o del PP.
¿Qué significa hoy Gibraltar para España? Interlocutores diplomáticos señalan que «la colonia tiene un efecto de honda sísmica disgregadora sobre el conjunto del territorio español, porque si un espacio de tierra tan pequeño e históricamente tan español, por el fruto de un simple ardid político puede convertirse en territorio independiente, ¿por no van a poder independizarse espacios más amplios de la soberanía española? Gibraltar supone un ejemplo nefasto. Planta dentro de España una simiente simbólica, pero muy efectiva, de fragmentación. Traslada, además, la imagen de que España es un país débil, manipulable, desvertebrado; otro tanto sucedería si los españoles tuviésemos la soberanía de una ciudad en la península de Cornualles, y que encima estuviera dedicada a ser un paraíso fiscal... Suena inconcebible, ¿verdad? Pero lamentablemente no lo es en sentido contario; es decir, en el caso británico con respecto a España".
De cara al futuro, en el Ministerio de Asuntos Exteriores (MAEC) de España les gustaría que la dinámica en las relaciones hispano-británicas adquiriese un carácter más constructivo. «¿Realmente que gana hoy el Reino Unido manteniendo un territorio de 40.000 personas cuando ello supone un impedimento para la fluidez de relaciones entre 110 millones de europeos, los que formamos con la suma de españoles y británicos?».
Lo ideal para los intereses españoles sería evolucionar hacia un marco de soberanía compartida, máxime cuando el mantenimiento de este territorio supone para los ingleses una pérdida constante de dinero. «La excusa de que Gibraltar servía para garantizar la seguridad de un punto geoestratégico ya no es válida, porque la misma seguridad, aumentada, la provee la propia España, que forma parte de la OTAN; esta seguridad, además, viene reforzada por las bases norteamericanas en Rota. Gibraltar hoy no supone más que un foco de lavado de dinero negro, de negocios turbios, de empresas off shore, y este modelo envilece –es duro decirlo, pero así es– toda la vida social y económica de la zona, haciendo que La Línea de la Concepción sea una de las comarcas con mayor delincuencia, paro y marginalidad de toda la Península Ibérica. Pero hay dos cosas que parecen constantes universales: una es el orgullo nacionalista inglés y otra, la errancia en política exterior de los españoles... Tuvimos un siglo XIX muy malo, un XX tirando a regular y este XXI aun está por ver».