Canciones de nuestros padres contra la amnistía: «Esta España mía, esta España nuestra»
Ni una papelera rota en una de las manifestaciones más masivas desde que se publicaron los pactos del PSOE con el separatismo. «Quien tolera lo intolerable, termina viviendo de manera miserable», concluyó Fernando Savater
En la España de 2023, bajar la Gran Vía de Madrid sin tráfico es algo que solo puedes hacer siendo runner o metido en una manifestación. La capital de España, que todavía resiste como imán de inversores y bastión del libre mercado, ha congregado este sábado a cientos de miles de españoles en defensa de la Constitución: la ley de leyes que iguala al que corre y al que protesta, al catalán y al maño, al rico y al pobre.
Ha habido en Cibeles banderas de España, de la Unión Europea e incluso algunas con la cara de Miguel Ángel Blanco. Eran estas últimas banderas en blanco y negro, como las que adornan a veces los estadios de fútbol, recordándonos que una vez España salió a la calle por un bien que está muy por encima de las ideas y los partidos: el derecho a la vida.
Y sonaba Libertad sin ira, de Jarcha. Y Libre de Nino Bravo o Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. También Esta España mía, de Cecilia, una de las más coreadas. Canciones de nuestros padres para defender aquello que dábamos por consolidado: la división de poderes y la igualdad entre españoles. Algo a priori tan sencillo como que un delito merece condena si lo comete uno de Toledo, de Orense o alguien con siete escaños para prestarle a Pedro Sánchez.
Así como en la calle Ferraz abunda el público joven (sobre todo a partir de cierta hora) la muestra de la España que se ha congregado en Cibeles es más amplia y variada. Los hay que escucharían Jarcha hace décadas con pantalones de campana y otros que la habrán descubierto hace dos semanas, coincidiendo con las primeras manifestaciones frente a la sede del PSOE. «Pedro, canalla, España no se calla» o algunas pancartas en alusión a las frutas de Ayuso entretenían a la gente en los minutos previos a la lectura del manifiesto.
Comenzó la concentración con un recuerdo a Alejo Vidal-Quadras, al que intentaron matar hace solo unos días, y que estaba llamado a tomar la palabra en muchas de las manifestaciones de estos días.
El discurso más vehemente lo pronunció la ponente más joven, Júlia Calvet, representante de S’ha Acabat!, esa agrupación que ha padecido en sus carnes la discriminación, el señalamiento y hasta la agresión física por defender en Cataluña lo mismo que en Madrid: libertad para formarse en castellano y libertad para vivir ajenos al rodillo separatista.
Hubo una escucha muy atenta durante el mensaje de Miguel Henrique Otero, un silencio sincero. El director de El Nacional es un venezolano de esos que, como suele decirse, viene del futuro, pues vio derrumbarse a una nación rica en recursos por obra y desgracia de una dictadura de izquierdas. «La idea de que había límites que no se podían rebasar dejó de ser válida (...). Hoy las instituciones están ocupadas por enchufados y miembros del partido». Y enseguida se acuerda uno de José Félix Tezanos (CIS), y de Juan Manuel Serrano (Correos), militante del PSOE y amigo de Sánchez, respectivamente, encabezando instituciones que hasta hace no mucho eran respetadas. Se empieza por ahí y se termina abrazando prófugos en Waterloo.
Ante el micrófono, un hombre de izquierdas y una víctima del terrorismo evidenciaron las dos piedras que arrastra el PSOE desde 2004: el abandono de su ideario y su complicidad con los proetarras. En dos minutos, Andrés Trapiello tiró por tierra la presunta superioridad moral y cultural de la izquierda. Al igual que Savater: «España no solo es entrañable, es necesaria para nuestros derechos, para nuestra libertades (...). No nos bastan con los terruños (...) que permiten a los caciques vivir a su antojo».
El lema de la manifestación –«Por la libertad, la unidad y la igualdad»– ha permitido una concentración sin siglas. Y la protesta terminó como empezó, con música, y con la sensación de que Sánchez ha medido mal.