Las cosas que Adolfo Suárez se atrevía a decir y los políticos de hoy no

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El primer presidente de la democracia española dio un discurso ejemplar cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1996

Resulta esperanzador rescatar el espíritu de la Transición que movilizó a los políticos y a la sociedad de la época, capaces de luchar por unos ideales, pero también de dejar a un lado las diferencias ideológicas con el fin de apelar a la unión y unidad de todo el país.

Suárez fue el político que dejó atrás el pasado, la dictadura franquista, y dio un paso al frente para construir una democracia en España. Así lo relató él mismo cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1996. Un año en el que la Transición ya había pasado a un segundo plano y el bipartidismo estaba en plena pugna política, eso sí, sin olvidar ese espíritu de la Transición.

Es en ese momento en el que Suárez ya estaba alejado del mundo de la política en el que pronunció un ejemplar discurso al recoger el premio en el que puso de relieve los valores en los que creía y que había enarbolado a lo largo de su vida política.

Consenso como base para la convivencia democrática

El discurso de Suárez ensalzó en todo momento los valores de consenso, comprensión del «que piensa diferente» y una apuesta por el diálogo para lograr la «convivencia democrática».

El expresidente del Gobierno aseguró que la «concordia» es el valor más importante de la democracia, aunque afirmó que es «difícil» de lograr porque «jamás se impone, se busca en común y se realiza con el esfuerzo de todos», sentenció.

Sin embargo, si esto se rompe aparece la «discordia» que es capaz de «destruir las cosas más grandes». En este sentido, hizo un llamamiento a la unidad, ya que para él dentro del proyecto de nación, de España, cabemos todos: «España es obra común de todos los españoles, de todos los pueblos que la forman y de todos los niños que la integran», aseguró.

«Reconocimiento y comprensión del distinto»

Suárez alentó el espíritu de la Transición, como se refleja también en este discurso, y lo transmitió de una forma firme y clara. Aseguró convencido que ese proceso político y social fue un proceso de «reconocimiento y comprensión del distinto, del que no piensa como yo o no tiene las mismas creencias, del que no ha nacido en la comunidad o tiene diferentes ideales políticos».

Un discurso articulado en torno a esos valores y al que le puso el broche final con un alegato en favor del respeto mutuo y de la aceptación de las diferencias como parte de la riqueza democrática: «Somos un pueblo que ha superado muchos problemas, pero debe seguir aprendiendo la gran lección de la concordia, de la convivencia en libertad y en justicia». Una lección que es conveniente recordar hoy en día, en una España crispada y polarizada, porque, a pesar de pronunciarla hace 28 años, es la base para una buena convivencia y una democracia sana.

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