El periodista y diácono Rafael Cervera, en Barcelona

El periodista y diácono Rafael Cervera, en BarcelonaGuillermo Altarriba

Entrevista

Rafael Cervera, nuevo diácono de Barcelona: «El matrimonio es como el boxeo, mejor dar que recibir»

El periodista deportivo recién ordenado relata el camino que le ha llevado al diaconado permanente

El primer mártir cristiano, san Esteban, no era sacerdote, sino diácono. Tampoco lo era otro de los más famosos: san Lorenzo, el de la parrilla. Lo mismo el omnipresente San Francisco de Asís: podía predicar, pero no celebrar misa. «Nos cuesta verlo, pero la figura del diácono ha estado en la Iglesia desde los Hechos de los Apóstoles», explica el periodista deportivo Rafael Cervera, uno de los nueve nuevos diáconos ordenados la semana pasada en el área metropolitana de Barcelona.

En concreto, se ordenaron tres diáconos permanentes en la archidiócesis de Barcelona, tres en Sant Feliu y tres en Terrassa. Cervera estaba en el primer grupo, y atiende a El Debate pocos días después de su ordenación, cuando aún le da cierto vértigo colocarse la estola. «Siento el peso, la responsabilidad de representar a toda la Iglesia… la idea es habituarse, ¡aunque no acostumbrarse!», destaca.

–¿De dónde nace su deseo de ordenarse como diácono?

–Un entrenador de fútbol americano pedía a sus jugadores que solo se fijaran en tres cosas: fe, familia y fútbol. Yo siempre he estado entusiasmado por las tres, y siempre había tenido inquietudes. Como adulto, he descubierto una relación de amistad con Jesucristo, y dentro de ella me planteé lo del diaconado, aunque tampoco sabía exactamente qué implicaba.

–¿En qué momento pasó de ser una idea vaga a una resolución firme?

–Creo que fue un viernes. Recuerdo que ese día estaba en una misa, cerca de la Sagrada Familia. Era antes de que empezase un periodo de vacaciones, no recuerdo cuál. Oficiaba un sacerdote muy mayor, y dijo que, a la vuelta, aquella misa dejaría de celebrarse. Yo me sentí interpelado, me pregunté: «¿Y tú qué vas a hacer?». Ahí me puse manos a la obra con el diaconado.

–¿Cómo se empieza este camino?

–En mi caso, me dijeron que fuera a ver al obispo Toni Vadell [fallecido en 2022], y él me entusiasmó, me recordó que los diáconos aparecen en los Hechos de los Apóstoles. Antes de empezar, lo consulté con mi mujer –a lo largo de todo el proceso, además, ha tenido que firmar hasta en tres ocasiones– y con mis hijos, que entonces ya eran mayores: la pequeña tenía 16. Me animaron y me matriculé: son 180 créditos de Ciencias Religiosas, que cursé casi todo online, por la pandemia, en tres años y medio.

Carles Rubio, Rafael Cervera y Manuel Garrido, los tres nuevos diáconos permanentes de Barcelona

Carles Rubio, Rafael Cervera y Manuel Garrido, los tres nuevos diáconos permanentes de BarcelonaAgustí Codinach

–¿Qué implica ser diácono permanente?

Diakonos, en griego, significa «servidor». Forma parte del sacramento del orden, que tiene tres grados: diaconado, presbiteriado y episcopado. ¿Qué implica? Bueno, te marcan mucho que tu primera vocación es al matrimonio, tu familia y tu trabajo, porque tu familia ha de comer. A partir de ahí, haces un voto de obediencia al obispo y te asignan una parroquia; en mi caso, San Eugenio I, Papa. Un diácono permanente puede hacer todo lo que un sacerdote, menos consagrar y absolver. Es decir, que no podemos celebrar la eucaristía, confesar ni dar la unción, pero sí casar, bautizar y presidir la celebración de la palabra o un funeral. Un diácono, en definitiva, se ordena para servir: en la palabra, la liturgia y la caridad. En mi parroquia, llevo la pastoral de la salud, que atiende espiritualmente a enfermos, llevándoles la comunión y acompañándoles.

–Estamos en un momento de crisis de vocaciones sacerdotales, ¿el diaconado permanente gana fuerza en un tiempo como este?

–Este último curso éramos más de 40 aspirantes al diaconado, y en las diócesis de Barcelona, Sant Feliu y Terrassa hay más diáconos en formación que seminaristas… aunque no sé si eso es una buena o una mala noticia. En cualquier caso, sí creo que el papel del diácono –que se relanzó con el Concilio Vaticano II– ha de ser muy relevante hoy.

Antes mencionaba a su mujer. Lleva casado 29 años, y más de dos décadas dando cursos prematrimoniales, de los que ha salido un libro, Destino Caná. ¿Cambiaría algo si volviese atrás?

–Bueno, siempre cambiarías errores… pero no, me gusta mucho ver cómo hemos ido experimentando ese camino de entrega, de crecimiento en las distintas dimensiones del amor. El matrimonio se parece a un boxeador: mejor dar que recibir. Ahí se ve la paradoja del amor, además, porque cuanto más das, mejor te sientes.

–Ud. se ha comprometido ya por partida doble: casándose y ordenándose. Hoy se escucha a menudo que falta compromiso, pero parece que no se aplica el cuento.

–(Ríe) Bueno, sí, ¡pero no lo he hecho a la vez! Además, también se ha comprometido mi mujer. Yo creo que el compromiso vale la pena. No me gusta eso que se dice de los médicos: «No te comprometas con el enfermo». No, yo creo que hemos de dejar algo de nosotros. Es aquello del grano de trigo que cae en tierra y muere. Hoy siempre queremos echar marcha atrás, pero hay cosas en la vida que no la tienen. Un matrimonio, en este sentido, es como un Fórmula Uno: no tiene marcha atrás… pero eso sí, ¡se está mucho mejor casado que soltero! Además, vivimos la trampa del mundo del bienestar: estamos tan bien que no estamos dispuestos a renunciar a nada. Y mira… pero si te comprometes, resulta que serás mucho más feliz que si no.

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