La investigadora Andrea de Carlos, durante la entrevista, en la UAO

La investigadora Andrea de Carlos, durante la entrevista, en la UAOUAO CEU

Entrevista

Andrea de Carlos, pedagoga: «El principal reto de los tutores de Primaria es la sobreprotección de los niños»

La joven investigadora de la UAO acaba de defender su tesis doctoral sobre el sentido del humor como un elemento clave para fomentar la resiliencia en las aulas

De un tiempo a esta parte, la palabra «resiliencia» se ha convertido en parte del paisaje cultural. Se habla de resiliencia en los hospitales, en la empresa… pero aún queda mucho por explorar, como demuestra la tesis doctoral que ha defendido recientemente la investigadora de la Universitat Abat Oliba CEU Andrea de Carlos: «el sentido del humor como elemento clave para el fomento de un ambiente educativo resiliente en Educación Primaria».

En su trabajo, la pedagoga explora el concepto de «risaliencia en acción», y demuestra a través del trabajo de campo cómo las escuelas pueden ser lugares adecuados para el fomento de la resiliencia. «Muchos autores identifican el sentido del humor como uno de los pilares de la resiliencia, pero me parece que nunca se le ha dado mucha importancia», señala en conversación con El Debate.

Empecemos por el principio: ¿qué es la resiliencia?

—El vocablo viene de la física de materiales, y se refiere a la capacidad que tiene un material de recuperar su forma original tras someterse a una presión sin romperse. Pasó a las ciencias sociales por un experimento en Hawái que pretendía demostrar que los niños de un contexto muy desfavorecido, con muy malas condiciones familiares, lo iban a tener inevitablemente muy difícil para llegar a ser adultos competentes.

Pero…

—Pero los investigadores se llevaron una sorpresa: el estudio longitudinal demostró que muchos de esos niños pudieron superar las malas circunstancias. A partir de ahí se empezaron a estudiar los factores protectores, los factores de riesgo… Hoy la resiliencia está en boca de todos, pero no se ha llegado a un consenso sobre su definición, porque hay autores que la describen como una capacidad y otros como un proceso.

¿Cómo la describe ud.?

—Yo la entiendo más como un proceso, porque no se trata de que seas o no resiliente, sino de que siempre puedes serlo más. Yo la definiría como ese proceso que te permite superar la adversidad, incluso utilizando esa adversidad como trampolín hacia algo mejor. De hecho, se ha estudiado que muchas personas, tras atravesar situaciones difíciles, cambian su escala de valores y se vuelven mucho más solidarios, ayudan a los demás. Aunque la resiliencia también se aplica en lo cotidiano, como la capacidad de superar los pequeños contratiempos del día a día.

La investigadora Andrea de Carlos, durante la entrevista

La investigadora Andrea de Carlos, durante la entrevistaUAO CEU

Su tesis nace de un proyecto de investigación del grupo TRIVIUM de la UAO que estudia la resiliencia en el aula. ¿Qué dificultades tienen hoy los alumnos que hacen necesaria la resiliencia?

—La primera parte del proyecto —bautizado como ANDREIA— consistía en unas 80 entrevistas a tutores de colegios públicos, concertados y privados, en su mayoría de Cataluña, pero también de Madrid y la Comunidad Valenciana. Todos ellos decían que el primer reto que ven es la sobreprotección de los niños. Y muy vinculado a esto, la baja tolerancia a la frustración.

¿En qué sentido?

—Los tutores nos decían que son niños superprotegidos, y algunos profesores que llevaban más años apuntaban que ha sido una evolución que ha ido a más, con niños incapaces de enfrentarse a la más mínima dificultad. Que si les dices: «Has hecho este ejercicio mal» ya es como el gran drama, y que tiran la toalla muy rápido. Lo que pasa es que inevitablemente se tendrán que encontrar con dificultades en su camino, y por eso es muy importante entrenar, fortalecer la resiliencia.

Muchos padres que sobreprotegen lo harán con toda la buena intención…

—Claro, y no solo los padres, también los profesores. Lo hacemos con la mejor intención, pero lo que conseguimos es evitar que el niño sepa superar problemas pequeñitos. Algunos tutores entrevistados ponían un ejemplo: el niño no ha hecho los deberes, y antes de que en clase explique por qué, ya tenemos el mail del padre o la madre diciendo «mi hijo no ha hecho los deberes porque tal y tal».

Frente a esto, vemos en los medios a veces cierta romantización de las «rodillas peladas». ¿Hay un choque generacional?

—Se ha pasado de un extremo al otro. Y hay algunas paradojas también, porque aunque a lo mejor en algunos aspectos se sobreprotege más que en otros, los profesores también decían que hay campos donde se debería proteger y no se hace, como el acceso a nuevas tecnologías, internet... Niños que les dan un teléfono a corta edad y sin ningún tipo de protección, con consecuencias muy negativas.

Quizá hay que encontrar la balanza, y entender, por ejemplo, que si un día el niño se ha olvidado el desayuno o el chándal, igual no hace falta que salgas de trabajar para llevárselo. Que él también se sienta capaz, vea que puede hacer cosas por sí mismo, superar cosas... Siempre atendiendo a cada caso, pero haciendo esa reflexión.

Yendo a su tesis, ¿cómo se aplica el sentido del humor en el aula?

—En la tesis me he centrado sobre todo en el humor como arma de fomento de la resiliencia, pero también puede ser un arma más pedagógica o didáctica. Puede ayudar tanto al bienestar del profesor como a que los alumnos conecten mejor con el maestro y con la materia. En relación a la resiliencia, el sentido del humor puede ayudar a fomentar una identidad y una cohesión grupal, ayudando a que mejoren las relaciones interpersonales. También se vincula a otros pilares de la resiliencia, como el pensamiento positivo, los motivos para luchar o el centro interno de control, la sensación de tener cierto dominio sobre tu vida.

¿Cómo se lleva esto a la práctica?

—Yo lo he aplicado en la universidad con cosas muy simples. Por ejemplo, cada clase empezamos con el chiste del día. Y no importa que sea muy malo, nos vamos a reír. Hay un ambiente distinto, surge el humor... Y he visto como en grupos que a lo mejor en un inicio no había mucha cohesión, o no se conocían, y ha mejorado. Aunque el humor depende de las relaciones, no hay un esquema: por eso es importante que el maestro lo tenga en cuenta y sepa que cuenta con esta herramienta.

¿El sentido del humor se puede aprender?

—Este es un miedo de los profesores, pero sí, se puede aprender. No se trata de haber nacido más o menos gracioso… Ahora bien, tampoco todos tenemos que ser buenos contando chistes, hay muchas formas de aproximarse al humor. Yo hago lo del chiste del día, pero soy malísima contando chistes, por ejemplo. Tengo sentido del humor, pero no porque sea graciosa, sino porque sé apreciar cuando hay una situación humorística...

Terminada la tesis, ¿seguirá por esta línea de investigación?

—Voy a continuar porque queda mucho por hacer. Quiero acabar de desarrollar el programa que he empezado, que he llamado maRIpoSA, y ahora voy a ir al colegio a ponerlo en práctica también. Lo he estudiado a nivel empírico, viendo la correlación positiva entre sentido del humor y resiliencia, pero ahora tendré la oportunidad de ver cómo funciona en el aula en primera persona.

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