'Nos vamos a Agost': la tradición que hace llorar a los niños de un pueblo de la Comunidad cada 31 de julio
Un pasacalle lleno de música y alegría precede al frustrado viaje, donde los pequeños reciben consuelo con golosinas y sandía en la plaza Mayor de Onil
Cada 31 de julio, el pueblo de Onil, en Alicante, se llena de alegría y expectación con una tradición que, a pesar de su final previsible, nunca deja de emocionar a los niños de la población. Se trata del 'viaje a Agost', una celebración que, entre dulzainas y tabalets, involucra a los más pequeños en una aventura anual que termina en lágrimas, risas y dulces.
La tradición comienza al caer la tarde, alrededor de las nueve de la noche, cuando la placeta de la Malva, en el centro histórico de Onil, se llena de niños cargados con mochilas y bocadillos, listos para una noche que prometía ser memorable. Los pequeños, acompañados por sus padres, abuelos y los músicos del grupo de dulzaineros y tamborileros, entonan con entusiasmo el cántico valenciano: «Mon anem a Agost, a Agost mon anem...» (Nos vamos a Agost, a Agost nos vamos...), aprovechando el juego de palabras entre el nombre de la población y el mes del año. Esta frase, que ya se ha convertido en un símbolo de la festividad, resuena por las calles del municipio en un animado pasacalle que marca el inicio de la jornada.
Después del recorrido festivo, el grupo se dirige al autobús que debería llevarlos a la localidad vecina de Agost. Sin embargo, la llegada al pueblo nunca se concreta. Cada año, un imprevisto diferente frustra el viaje: desde una avería en el autobús hasta una inundación en la carretera o incluso una epidemia ficticia que impide la visita. Estos contratiempos, aunque esperados por los adultos, sorprenden y decepcionan a los niños, quienes finalmente deben regresar a Onil entre lágrimas.
La desilusión de los pequeños es mitigada en la plaza Mayor de Onil, donde les espera una dulce recompensa. Allí, se disponen todo tipo de golosinas y la tradicional sandía, que endulzan el final de una noche cargada de emociones. Aunque la tristeza inicial es palpable, los vecinos de Onil se unen para convertir la decepción en una celebración compartida.
El origen exacto de esta tradición es desconocido, lo que añade un aire de misterio y encanto a la festividad. Las historias sobre su inicio son numerosas y variadas. Algunos vecinos sostienen que fue un hombre residente en la plaza de la Malva quien la inventó, siendo él quien apuntaba a los pequeños en una lista para ir a Agost. Otros creen que la tradición surgió del entusiasmo de los niños por montar en cualquier medio de transporte, ya fuera un carro en tiempos antiguos o un autobús en la actualidad.
Lo que es innegable es el impacto emocional y cultural que esta tradición tiene en los más pequeños de la villa. Para los adultos, cada tonada y cada paso del pasacalle están cargados de nostalgia y recuerdos de su propia infancia, cuando ellos también creían en el viaje a Agost. Para los niños, es una lección probablemente temprana sobre las sorpresas y desilusiones de la vida, endulzada, eso sí, con la verbena que encuentran a su vuelta a Onil.
A pesar de los años, el 'viaje a Agost' sigue siendo un símbolo fundamental de su identidad cultural. Así, cada 31 de julio, este pueblo del interior de Alicante, se convierte en escenario de ilusión, música y tradición dando testimonio de que el humor negro también tiene cierta solera.