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Monseñor Munilla durante su entrevista para El Debate

Monseñor Munilla durante su entrevista para El Debate

Entrevista a monseñor José Ignacio Munilla

«Algunos cristianos buscan el aplauso del mundo»

El obispo de Orihuela-Alicante no rehúye los temas «en los que sabemos que la cosmovisión cristiana es muy contraria» a lo socialmente aceptado

Su conferencia del pasado sábado en el 26 Congreso Católicos y Vida Pública fue de las que levantó más expectación entre los asistentes. Así suele suceder con monseñor José Ignacio Munilla, el más mediático de los obispos españoles, que posee un verbo fácil y una predicación nítida.

– Ha mencionado usted en su intervención que existe «una cierta secularización dentro de la propia Iglesia; un cristianismo que busca ser socialmente aplaudido». ¿Dónde están los síntomas? ¿Cómo identificarlos?

– Un síntoma de que podemos estar cayendo en un ámbito de secularización, donde se esté buscando únicamente el aplauso del mundo, es limitar o cercenar la predicación de la Iglesia a ciertos campos en los que es más fácil buscar un consenso social y dejar en silencio otros aspectos en los que sabemos que la cosmovisión cristiana es muy contraria. Es mucho más fácil, por ejemplo, tener un discurso ecológico o sobre la inmigración que hablar de otros problemas como son las heridas antropológicas, o el influjo del lobby LGTB, o el pensamiento cristiano sobre el matrimonio como unión entre un hombre y una mujer, o en lo que verdaderamente pensamos de por qué la homosexualidad no forma parte del designio de Dios al crear al hombre.

Yo creo que es muy importante la integridad en la predicación de la fe y de la moral. El hecho de que San Juan Bautista fuera un mártir de la verdad moral y que fuese decapitado por haber denunciado que Herodes vivía con una mujer que no era la suya debería interpelarnos. Hay ciertas cosas de las que parece que nos hemos olvidado. Cada uno tiene que hacer un examen de conciencia. Tiene que haber una integridad en la predicación sin que uno adapte la predicación del Evangelio a su sensibilidad.

«Rostros avinagrados»

– Pero el Papa Francisco también alerta contra los «rostros avinagrados», una expresión que repite con cierta frecuencia. ¿Cómo hacer lo que usted propone sin caer en tener unos «rostros avinagrados»?

– Es verdad que la predicación de la verdad moral, cuando es muy contracorriente, podría conllevar tener ese «rostro avinagrado». Pero yo creo que la verdad moral debe mostrarse en su belleza. Por ejemplo, el hecho de que mostremos la alegría del Evangelio en las familias que son fieles al matrimonio; en los centros de orientación familiar que les han salvado de la ruptura matrimonial; en las personas que han recibido un acompañamiento en sus heridas afectivas y gracias a eso han podido salir adelante.

Alguno puede pensar que abordar temas contraculturales es entrar solamente en el género de la denuncia, y yo creo que también tiene que haber anuncio, anuncio de que hay esperanza, de que los grandes males morales que se están difundiendo no llenan el corazón del hombre. Quienes han tenido la experiencia de haber sido rescatados de esos males morales son los primeros testigos. Eso está muy lejos de traducirse en un «rostro avinagrado», sino todo lo contrario: de ser un testimonio de esperanza. Lo cual quiere decir que es muy importante el estilo con el que se hagan las cosas.

– Últimamente han aparecido curas y monjas mediáticos que hablan mucho de «tender puentes» y parece que buscan reconciliarse con el mundo, donde «todo cabe»: «Hay que ser comprensivo con la mujer que aborta», «con el hombre que ama a otro hombre», «no podemos ser tan duros con los divorciados»... ¿Lobos vestidos de corderos?

– Yo creo que la gran, gran tentación a la hora de buscar el equilibrio es admitir que existe una contraposición entre verdad y caridad. Si admitimos eso, si creemos en esa dialéctica, entonces estamos perdidos. Nosotros no creemos que exista una contradicción entre decir: «Mujer, yo no te condeno, vete en paz», y añadir: «No peques más». Jesucristo es la Verdad y Jesucristo es la Caridad. No es la media verdad para que sea más fácil conjugarlo con la mediocridad.

El que cree en esa dialéctica, en el fondo tiene que decir: Tengo que rebajar la verdad para que sea más fácil conjugarla con la mediocridad. No; eso es haber caído en la dialéctica hegeliana. Buscar una síntesis después de una tesis y una antítesis. Nosotros no creemos en eso. Creemos que Jesucristo es la Verdad y la Caridad.

Victimismo

– También ha comentado en su conferencia que «nos hemos vuelto enemigos de la cruz» y que debemos «abrazar la cruz». Recuerdo la predicación de un sacerdote en esa misma línea pero que decía que, primero, hay que saber identificar la cruz, porque si no, uno puede acabar abrazando cruces que no son las suyas...

– Eso es cierto. Porque, por ejemplo, puede haber alguien que esté sufriendo muchísimo por una relación familiar, o dentro de la empresa y que, en el fondo, detrás de ese sufrimiento, lo que ocurre es que yo tengo unos celos, o un amor propio herido, o un complejo de inferioridad. Es muy importante que yo no haga una lectura victimista: «Me ha tocado el peor compañero de trabajo o el peor cuñado del mundo». A ver, que el problema no está en el cuñado; que yo tengo unos celos o tengo un complejo de inferioridad inmenso. Claro que tengo que abrazar la cruz, pero es verdad que tiene que ser identificada, hay que ponerle nombre.

Casi siempre la mayor cruz está en nosotros mismos. Por eso es muy importante identificar, no equivocarse de enemigo. Es muy importante también identificar al Maligno, desenmascarar sus tentaciones y ser conscientes de que la mayor cruz que llevamos son nuestras propias heridas, que se han forjado en nuestra vida por nuestros pecados.

Pensamientos tóxicos

– Ha abordado usted el tema de los logismoi, una palabra griega para designar esos pensamientos tóxicos que minan la esperanza. Es uno de los demonios que anda más suelto últimamente en esta sociedad saturada de ansiolíticos y antidepresivos, ¿no le parece?

– Sin duda. La acción del Maligno tiene tres posibles caminos: demonio, mundo y carne. El mundo es todo el influjo del Maligno a través de la mundanidad, de la vanidad. La carne es buscar el hedonismo, el placer, el mínimo esfuerzo, la pereza.

Pero, ¡cuidado! Aunque generalmente el demonio es un tenista que juega con la derecha y con la izquierda –que son el mundo y la carne–, en ocasiones pasa al ataque directo cuando ve el terreno preparado. Esa acción suele ser la desesperanza: «Tú ya no tienes nada que hacer»; «lo tuyo está perdido»; «no tienes esperanza»; «no vales nada»... Eso es lo que, por ejemplo, explica el aumento exponencial que ha habido de intentos de suicidio, de autolesiones, en las que, claro, el Maligno juega su carta sirviéndose de la fragilidad psicológica en la que va derivando nuestra cultura. Y entonces, claro, está como pez en el agua en ese terreno de baja autoestima. Sembrar la desesperanza es muy fácil; es como chutar un balón a una portería donde no hay nadie defendiéndola. Lo tradicional ha sido el ataque por la carne y por el mundo. Eso continúa, por supuesto. Pero quizás este momento se caracteriza por ese plus de ataque directo que siembra desesperanza.

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