Entrevista | Escritor
Antonio Soler: « La memoria no es un arma política, es un acto de justicia»
El escritor malagueño atiende a El Debate con motivo del lanzamiento de su nueva obra, El Día del Lobo, una novela biográfica basada en la experiencia de su familia durante el éxodo de 1937 provocado por la Guerra Civil
El autor malagueño Antonio Soler, galardonado con el Premio Nadal (2004) y el Premio Herralde (1996,) ha presentado recientemente su nueva obra, El día del Lobo. Una novela biográfica que nos cuenta la historia de supervivencia que vivió su familia durante uno de los éxodos más importantes de la Guerra Civil española, siendo este la «desbandá» de 1937.
–Su novela parte de una historia, profundamente personal, basada en su propia familia. ¿Fue difícil convertir los recuerdos familiares e hitos históricos en una obra literaria?
–La verdad es que antes de comenzar a escribir tuve un proceso de depuración mental, para poner una distancia entre lo puramente sentimental y el trabajo que tenía que hacer. Era consciente de que no estaba trabajando con personajes de ficción, sino con personas que habían formado parte de mi vida y que, de pronto, tenía que manejar como personajes. En beneficio del libro y en beneficio de esas personas no podía haber un desparrame sentimentaloide que llevara el libro por cauces que no me parecen los más deseables.
He intentado dar la justa medida de emoción que corresponde a unos hechos ya de por sí dramáticos
–¿Le afectó emocionalmente revivir los horrores de la guerra?
–Sí. Era inevitable que hubiera momentos más delicados, pero siempre procuré en el proceso de escritura que eso quedara fuera de la pantalla del ordenador. Intenté que eso formara parte de mi historia personal y dar la justa medida de emoción que corresponde a unos hechos ya de por sí dramáticos. Esos hechos estaban impregnados de un afán de superación que también heredé como ese deseo de sobreponerse al desastre, y eso también estaba presente. Así lo he intentado plasmar en el libro.
–¿Qué balance hay entre la fidelidad histórica y la ficción en El día del lobo? ¿Existe algo de ficción en esta novela?
–No, no he inventado nada. Está reflejado tal y como ellos me contaron, no he añadido nada. A veces, estuve dudando si quitar algo, porque, verdaderamente, hay algunas peripecias que eran demasiado novelescas. ¿Lo que le puede dar el carácter de novela y no de biografía? Elementos de ficción que vienen a partir de situaciones que he conocido porque me han sido contadas. Por ejemplo, mis padres se casan comenzada la Guerra Civil y mi padre se va a Madrid de voluntario del cuerpo de carabineros y mi madre, recién casada, se queda en Málaga. Tengo la documentación, sé cómo ocurre, pero lo que yo no puedo saber es cómo se vivió íntimamente, esas dos personas a las que se les quiebra la vida viven en ese momento de separación.
¿Cómo se despiden? ¿De qué modo le afecta a cada uno de ellos esa separación? Es algo que he tenido que especular y, por tanto, ahí sí que entra la ficción. Realmente es un libro hecho a base de memoria. Intentaba recoger unos acontecimientos que eran los de mi familia, pero que pertenecen a un colectivo muchísimo más amplio. Y ese era el propósito fundamental.
«Algo nuevo»
–¿Cómo desarrolló los personajes basados en sus familiares? ¿Fue difícil evitar idealizarlos?
–Ahí está el trabajo de novelista previo. Supongo que, si este hubiera sido mi primer libro, habría patinado escandalosamente. Pero bueno, uno ya tiene una serie de herramientas y las intenta manejar del mejor modo posible. Aun así, este era un experimento nuevo para mí. A veces en las novelas he utilizado personas de la vida real, cambiándoles el nombre, fundiendo dos personajes o cambiándole la profesión, pero esto de trabajar directamente con seres queridos era nuevo para mí. Lo fundamental era tener un cierto control, un tren emocional y dejarle al lector que completase el dibujo de los de los personajes. ¿Eso me parece también importante, ¿no?
No dar todo completamente mascado al lector, sino darle algunas claves de interpretación para que él vaya completando las situaciones, los personajes y las motivaciones que los llevan a unos y a otros. De todos modos, supongo que también ahí se notan las propias percepciones mías, personales, subjetivas, hacia unas personas y otras. La diferencia, por ejemplo, que puede haber entre la percepción que yo tengo de mi abuela materna y de la paterna, cosas de este tipo. Ese ha sido el trabajo fundamental y, en ese proceso, he procurado introducir una cierta distancia para escribir, más con la cabeza que con las tripas.
En un proceso de este tipo donde uno intenta hurgar en los sentimientos de los seres queridos, hay un florecimiento, una renovación de emocional, y eso es algo que se queda en mí
–¿Escribir esta novela le ha cambiado la forma de ver a sus familiares?
–No tanto, pero sí que me ha hecho reflexionar sobre algunos de ellos y volverme a aproximar a ellos. La gente querida siempre nos acompaña, estén vivos o muertos, pero en un proceso de este tipo donde uno intenta hurgar en los sentimientos de los seres queridos, hay un florecimiento, una renovación de emocional, y eso es algo que se queda en mí. Conclusiones propias o sentimientos personales que, al lector, evidentemente, no le afectan ni, en definitiva, no le importan.
Curiosidad intelectual
–Además de los relatos familiares, ¿cómo se preparó para abordar un tema tan complejo?
–Por el conocimiento tan temprano que tuve de la participación de mi familia en la guerra. Un hecho que supe desde la infancia. Cuando llega la democracia y se empiezan a publicar, sin censura y libremente, determinados libros sobre la guerra recuerdo los diarios de Azaña, la Guerra Civil de Egipto. Tenía 18 o 19 años, y ya entonces empiezo a leer sobre sobre la guerra por pura curiosidad intelectual. Me puse a leer todo lo que pude sobre sobre la Guerra Civil, los antecedentes, la Segunda República. A la hora de enfrentarme a escribir El día del lobo tenía un bagaje bastante amplio sobre lo que era el contexto en el que iba a desarrollarse la historia que iba a contar.
Málaga se sintió abandonada y engañada por el gobierno republicano. La República no tuvo la fuerza moral para denunciarlo porque su papel en el episodio no es demasiado honorable
–La «desbandá», como usted ha señalado en muchas ocasiones, tuvo más muertos que Guernica, pero sigue siendo un episodio menos conocido. ¿Considera que es importante rescatar estos hechos, a menudo silenciados en la historia?
–Sí, me parece importante y necesario. Otra cosa es que no se traten como hechos históricos. Lo que me parece imprudente es que esas cuestiones se utilicen como arma política en 2024. Como hecho histórico, todo lo que sepamos sobre la historia inmediata me parece muy loable y necesario. Lo que no me parece necesario ni deseable es convertir la historia en una herramienta política, sacada fuera de contexto, porque hay que tener en cuenta que estos acontecimientos ocurren en 1937, en el éxodo de Málaga a Almería. Vamos camino de un siglo, por lo que creo que hay que dejar las cosas, cada una en su contexto.
–¿Por qué cree que se ha silenciado?
–A diferencia de Guernica, donde se hizo una denuncia en toda regla por parte del Partido Nacionalista Vasco, una denuncia -lógica- ante la barbaridad que se cometió inmortalizada por Picasso, en la desbandá no ocurrió lo mismo. Málaga se sintió abandonada y engañada por el gobierno republicano. La República no tuvo la fuerza moral para denunciarlo porque su papel en el episodio no es demasiado honorable. Esto impidió una denuncia similar, dejando el episodio en la sombra.
–En otras ocasiones ha hablado de los paralelismos que se pueden encontrar dentro de la novela con las crisis humanitarias actuales. ¿Cree que esta historia puede ayudar a empatizar con las diferentes crisis de refugiados que se sufren alrededor de todo el mundo?
–Ojalá mi libro contribuya para empatizar con estas situaciones. Esas corrientes humanas con familias andando, con sus bártulos a cuestas, sus mascotas, algún niño con su juguete nos podemos asomar a un telediario y verlo hoy en día. En Ucrania, lo estamos viendo y en Gaza. Incluso las personas que llegan en pateras vienen huyendo de desastres como la guerra, la miseria. Es un panorama que seguimos viendo en otras partes del mundo.
Sería extrañísimo ver en la pantalla a mi madre, que no es mi madre y a mi padre que tampoco, pero sería una experiencia interesante
–Hablando de otras obras suyas como Sur o El camino de los ingleses, ¿en qué se diferencia de las citadas?
–Ha sido una experiencia radicalmente distinta a Sur, por ejemplo. En este el trabajo ha sido bastante fluido en contra de lo que pueda parecer Sur, porque es una novela de estructura compleja. Esta es una novela que me toca muy de cerca en el plano emocional. Tanto una como otra han sido fáciles de escribir, gracias a esa concienciación previa de estar preparado para enfrentarme con algo que en principio iba a ser complejo y dificultoso. A la hora de la verdad, no lo ha sido tanto.
–El camino de los ingleses fue llevada al cine. ¿Cree que El día del lobo podría adaptarse?
–Vamos conociendo un poco el medio y habiendo trabajado como guionista en algunas ocasiones, lo que sí me parece claro es que sería un trabajo muy caro. A la hora de hablar de cine parece algo muy mercantilista, pero es la realidad. En un folio tanto me da hundir veintidós submarinos, que caigan cinco aviones y que descarrilen dos trenes, pero en el cine eso no es lo mismo. Esa página me cuesta lo mismo que dos personajes hablando sentados en un sofá, en el cine no.
–¿Si se pudiera económicamente dar el caso, le gustaría que pasase?
Sí, sí hubiera un director involucrado. Sería interesante, ahora, sería extrañísimo ver en la pantalla a mi madre, que no es mi madre y a mi padre que tampoco, pero sería una experiencia interesante.