Los altos precios comprometen el poder adquisitivo de los ciudadanos.

Los altos precios comprometen el poder adquisitivo de los ciudadanos.LVC

La normalización del esfuerzo por llegar a fin de mes

El nivel adquisitivo del ciudadano de a pie está tan comprometido que atarse el cinturón para llegar a final de mes se concibe ya, como una práctica común

La economía doméstica en nuestro país está en la Unidad de Críticos tras soportar los embistes de una pandemia, la guerra de Rusia y una inflación que ha desbocado los precios. Según arroja una encuesta realizada por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) en la que se valora la solvencia financiera de las familias, la capacidad para afrontar los gastos domésticos se encuentra en el nivel más bajo desde que empezó la serie en el año 2018, los hogares con graves dificultades para afrontar los gastos más básicos están en máximos y a siete de cada 10 españoles les resulta prácticamente imposible ahorrar.

Pero llueve sobre mojado y las estimaciones para el año 2023 son aún peores: la OCU prevé que el índice de solvencia familiar medio en España se hunda hasta el 43,5 por ciento como consecuencia de las presiones inflacionistas y las secuelas económicas derivadas de la pandemia.

Apretarse el cinturón

Córdoba no dista de esas previsiones. A caballo entre los barrios de Levante y Cañero vive Ana Luján. De 51 años, está casada y tiene dos hijas, una universitaria y otra recién licenciada. Como explica a este periódico, trabaja haciendo labores domésticas en varias casas, «con contratos», puntualiza. Al mes puede ganar alrededor de mil euros, tirando hacia abajo. Su marido, Antonio, trabaja en reformas de pisos y locales. Su sueldo suma un poco más que el de ella, «pero sin tirar cohetes».

Tal y como relata, en poco tiempo la vida les ha cambiado mucho, «como a todo el mundo». Así subraya Ana que «no nos falta para comer pero hemos recortado en muchas cosas, cuando voy al supermercado, por ejemplo, no me salgo de la lista de productos que llevo apuntada porque si hago como antes, que iba picando de aquí y de allá, al final las cuentas no salen». Ahora, además, mira de manera especial el precio, «toca buscar lo más barato y apretarse el cinturón porque hay veces que el mes parece que se estira como un chicle y es que no llegamos».

Desde Grupo Piedra, poseedor de varias enseñas de supermercados en la capital cordobesa, aseguran que tener distintos formatos de tiendas con surtidos diferentes les permite acceder a clientes de distintos perfiles. En este sentido manifiestan que «el cambio que efectivamente se está produciendo en la forma de compra del cliente es similar en todos los formatos de tienda, creciendo con fuerza la presencia de marcas propias y segundas marcas que suelen ser más económicas que las conocidas como primeras marcas».

En busca de precios bajos

Por otra parte, el cliente está tendiendo de forma clara, a tener un menor volumen de compra y a bajar el importe del ticket pero incrementando las visitas a los establecimientos, es decir, compra menos cantidad pero más veces.

Según distintos estudios de mercado, los productos perecederos, debido al encarecimiento al que se han visto sometidos, están viendo disminuida su demanda. Sin embargo, «en nuestras enseñas pasa completamente lo contrario motivado por el crecimiento que estamos tendiendo tanto en pescado fresco, carnes, frutas y verduras y charcutería. Esto último es consecuencia de la exigente selección de productos y los precios tan competitivos que estamos poniendo al servicio de nuestros clientes» afirman desde Piedra.

El cliente cada vez está más informado y es más profesional en su compra por lo que elige muy bien qué producto quiere comprar y cuánto está dispuesto a pagar por él. Esto tiene como resultado que en este momento se esté detectando una fuga de clientes hacia marcas, que a criterio de éstos, les dan una mejor relación calidad/precio. Obtienen la misma satisfacción en la elección de un producto pero al optar por algo más económico, logran bajar el importe de su cesta. La subida de los precios, sobre todo de la alimentación más básica, ha acabado por devaluar el valor real de los salarios.

Salarios con escaso poder adquisitivo

De esta situación se desliza que el poder adquisitivo del ciudadano de a pie, sus sueldos y pensiones, cada vez valen menos.

La Unión Sindical Obrera (USO) publicaba recientemente un informe en el que revelaba que los salarios suponían, en plena crisis de 2012, el 47,1% de la riqueza del país. Los salarios han perdido en los últimos cuatro años 4,2 puntos de poder de compra y cerca de seis millones de pensiones no llegan al Salario Mínimo Interprofesional (1.080 euros), es decir, cerca del 60% del total. Con todo ello sobre la mesa es fácil de entender que cobrar un salario o una pensión a día de hoy sólo sirve para sobrevivir el mes de curso. Algo que sabe bien Rafi Cortés, pensionista y vecina del barrio de La Viñuela. Cuenta a este periódico que entre «sus pocos vicios» tenía la costumbre de comprarse de vez en cuando alguna «unos pendientes de oro, un anillo... que luego pagaba poquito a poco en la joyería». Pero señala que con la espiral inflacionista que se vive, «mi paga se queda más corta que las mangas de un chaleco, así que se acabó darme ese caprichito» admite resignada.

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