Pacheco: el bandolero que sedujo a Baroja, García Lorca y Romero de Torres
En plena revolución de 1868 cayó muerto de un disparo bajo la torre de la iglesia de la Trinidad
La figura del bandolero está mitificada en el imaginario colectivo español como una figura romántica. En Andalucía forman parte de su identidad y Córdoba no podía ser menos y cuenta con uno propio, José Tirado 'Pacheco', que ha trascendido su propia existencia y se convirtió en un icono para las generaciones posteriores.
La visión que el romanticismo ofreció del bandolero andaluz hizo que pronto fuera protagonista de coplas y romances además de formar parte del género costumbrista en la pintura. Al bandolero se le ha indultado de sus crímenes y robos y desde el desconocimiento de sus fechorías se le ha elevado a la categoría del Robin Hood andaluz.
Tan integrados están en el patrimonio sentimental de la región que cuentan no sólo con museos propios sino también con rutas temáticas en las que al turista se le cuenta una historia que no siempre coincide al cien por cien con lo que realmente ocurrió.
El bandolero de Córdoba
Pacheco es el bandolero cordobés por excelencia. Aunque nació en Écija, buena parte de su teatro de operaciones estuvo en la capital y en sus inmediaciones, aunque tampoco hacía ascos a 'trabajar' en la campiña cordobesa y sevillana, así como en la vega del Guadalquivir.
Todo buen bandolero tiene una causa por la que se echa al monte y queda al margen de la ley. El caso de Pacheco no puede ser más literario ni más español, ya que un día discutió con otro en un reñidero de gallos y acabó atravesándole el corazón de un navajazo.
A partir de ese momento nace la leyenda y las fechorías de Pacheco eran recogidas tanto por la prensa local como nacional. Esto hizo que el personaje cobrara forma, que sus correrías cobrarán popularidad y que, encima, le salieran imitadores que pertrechaban robos, extorsiones y asesinatos.
Lo mismo podía llegar Pacheco a un cortijo y llevarse todo lo que hubiera que aparecer disfrazado de sacerdote en una casa principal de Córdoba y pedirle a su dueño una alta cantidad de dinero a cambio de su tranquilidad. Como en Sicilia o Nápoles, sí.
Pacheco y la revolución de 1868
La vida activa de este bandolero fue muy corta y apenas llegó a una década. Apenas tuvo partida con discípulos y encontró en la revolución de 1868 la oportunidad para lograr el indulto por todos los crímenes cometidos.
En septiembre de ese año, cuando se consumó la marcha de España de Isabel II, Pacheco aprovechó el desorden para recorrer Córdoba con su caballo haciendo proselitismo por el bando liberal. El conde de Hornachuelos, José Ramón de Hoces, era el nuevo jefe político de Córdoba, algo así como un gobernador civil. En su casa de la plaza de la Trinidad tenía alojado al general Antonio Caballero Fernández de Rodas, el militar que pocos días después se iba a enfrentar al bando isabelino en la batalla de Alcolea a las órdenes del general Serrano.
Los múltiples seguidores de Pacheco, fundamentalmente del Campo de la Merced, lo vitoreaban alrededor de su jaca blanca y él se vino arriba. Ideó que aquella tropa improvisada se podía sumar al ejército liberal pero como prestación le tenían que indultar.
Para lograr su objetivo se dirigió a la plaza de la Trinidad y entregó una carta con su petición. La vio el general Caballero de Rodas y, para ganar tiempo, le dijo que volviera el día siguiente a la misma hora. Se interesó sobre quién era el tal Pacheco y cuando supo de sus crímenes buscó al mejor tirador en el vecino cuartel de la Trinidad al que dio órdenes expresas de acabar con Pacheco.
La muerte de Pacheco
El bandolero se vio fuerte y siguió recorriendo la ciudad de Córdoba en la creencia que lo del indulto estaba hecho. Al día siguiente, al pasar por las Tendillas, se le acercó un personaje muy popular, conocido como el Cojillo de la Barca, que le entregó un sable que le habían dado para que luchara con él en Alcolea. Esta era la señal ideada por Caballero de Rodas para que el francotirador no errase el disparo.
Al llegar a la plaza de la Trinidad los soldados trataron de poner orden en la multitud y despejarla de las inmediaciones de Pacheco para evitar una desgracia mayor. Ése fue el momento en el que un certero disparo impactó en la cabeza del bandolero. La masa, en medio de un gran griterío, se dispersó por la Puerta de Hierro y el paseo de la Victoria mientras el cuerpo de Pacheco quedaba tendido en medio de la plaza de la Trinidad sobre un charco de sangre. Ahí nació la leyenda.
El bandolero y los artistas
La potencia del personaje hizo que escritores, poetas y pintores se fijaran en él. Pio Baroja supo de Pacheco en 1905 cuando pasó una temporada en Córdoba para escribir 'La feria de los discretos'. El personaje se presenta a Quintín Roelas, el protagonista del libro, como «yo soy Pacheco el caballista; vamos, Pacheco el bandido». Físicamente lo describe como «un tipo rubio, pálido, con los ojos azules y las manos finas, blancas y bien cuidadas».
Más o menos así aparece en la fotografía que se conserva de él y que Julio Romero de Torres tenía colgada en su estudio. El periodista Ricardo de Montis no fue contemporáneo de Pacheco pero sí pudo escuchar en su infancia a muchos que conocieron al bandolero. En sus 'Notas Cordobesas' lo cita con frecuencia y hace el mejor relato de su muerte.
Montis discrepa de Baroja en cuanto a la descripción física del personaje. El periodista al hablar de la foto que le hizo José García Córdoba en su estudio de la calle de los Dolores Chicos lo esboza como «un hombre alto, fornido, de aspecto rudo y de mírada siniestra». Además, «vestía el traje de la gente del pueblo y entre la faja y el chaleco asomábale una enorme pistola».
Romero de Torres no sólo conservó una copia de esta fotografía sino que también le puso el nombre de Pacheco al galgo que le regalaron en Porcuna en 1905 cuando pintó los murales de su iglesia parroquial y con el que está inmortalizado en el monumento de Juan Cristóbal en los jardines de la Agricultura.
Federico García Lorca, por su parte, escribió la famosa 'Canción del jinete' en la que aparece Córdoba, un bandolero, una jaca, una torre y la muerte. Hay una alta probabilidad de que escuchara hablar del personaje en sus diversas estancias en la capital. Eran los años en los que el bandido seguía estando de moda. El poeta Pablo García Baena desentrañó estos versos y los interpretó como una versión lírica del final de Pacheco. Así, cobra sentido eso de «la muerte me está mirando/ desde las torres de Córdoba».