El portalón de San Lorenzo
Las elecciones gallegas y el agua
Crónicas medievales cuentan, nada menos, que hubo años en que se secó por completo el Guadalquivir
Por fin han terminado las elecciones gallegas, que parecía que nunca acababan, y sus resultados han supuesto un fuerte varapalo para el PSOE y Pedro Sánchez, «el subcontratas», preciso apodo que le ha «encasquetado» un ilustre gallego, varios dirigentes socialistas así como el ex-alcalde socialista de La Coruña, Paco Vázquez.
El apodo le viene como anillo al dedo, porque Sánchez está llevando al PSOE a no ganar ninguna elección (ni en las pasadas generales, por mucho que nos lo quieran vender), mientras todo su interés se limita en quedar a la espera de que ganen otros y luego «subcontratar» sus escaños a un «módico» precio para formar el gobierno que sea con quien sea. No hay principios ni prioridades, porque para Sánchez lo importante es que no llegue al poder su enemigo de siempre, «la derecha», aunque eso sí, el gobierno «progresista» debe tener a él al mando. Pero ante este nuevo fracaso del PSOE y sus aliados comunistas en Galicia sus opciones combinatorias de seguir en la poltrona se le van disminuyendo, aunque, como decían en «Casablanca», al menos «Siempre le quedará Puigdemont».
La política del agua en España
Si un tema político es claro ejemplo de la forma de actuar de estos subcontratistas de la política, amnistías y «memoria histórica» al margen, es el del agua. Da la «casualidad» de que la gran mayoría de España, como país mediterráneo, sufre sequías recurrentes. Ya pasaba en época de los romanos, los visigodos o los musulmanes, luego no es nada nuevo. Crónicas medievales cuentan, nada menos, que hubo años en que se secó por completo el Guadalquivir y se podía cruzar andando. No hace falta explicar lo que supondría la falta de lluvias para un país donde, hasta mediados del siglo XX, la gran mayoría de la población vivía del campo. Sin agua no había cosechas, y sin cosechas se morían de hambre, se expandían las enfermedades o se producían revueltas de todo tipo.
Este drama se intentó paliar en época de, precisamente, un gallego, Franco al que apodan los que perdieron la guerra, «Patas Cortas». A pesar de que se ha intentado (y se sigue intentando) quitarle méritos, el dictador planteó realizar nada menos que 615 embalses y pantanos, impulsados por el ingeniero Eduardo Torroja (abuelo de la cantante Ana Torroja de «Mecano», junto con Victoriano Muñoz). Y, extrañamente en este país de maquetas y vendedores de trolas, el caso es que lo hizo. Se había intentado anteriormente, en época de la Dictadura de Primo de Rivera, impulsar una política hídrica nacional, y en los lejanos años 20 surgió, por ejemplo, la figura de las Confederaciones Hidrográficas (tan útil que la copiaron otros países europeos) para una gestión integral de las cuencas. A nivel local fue entonces cuando se puso en marcha el pantano del Guadalmellato, que posibilitó dar respuesta al problema de abastecimiento de agua potable en Córdoba, hasta entonces limitado a las conducciones caóticas de innumerables veneros gestionados por sociedades de partícipes, en algunas de las cuales participaba el Ayuntamiento para dotar de agua a sus fuentes. Este es su listado completo: Aguas de la Fábrica de la Catedral, Aguas del Cabildo, Huerta de la Reina, Los Morales, Horquín, Huerta de Segovia, La Cima, Huerta Olías, El Patriarca, Cañito Bazán, Hoja Maimón (una alcubilla suya es la fuente de la Palomera), Huerta del Naranjo, Huerta del Rey o Esquina Paradas, Huerta del Alcázar, Hormiguita o Miraflores, San Basilio, Cerro de las Piedras, Santo Domingo de Silos (el que nace bajo el altar de la Compañía), La Palma o Sombrero del Rey (en el arroyo Pedroches), Huerta Nueva, Agua de la Puerta del Rincón, San Agustín, Marques del Carpio, Fuensantilla Vieja, Fuenseca, Císter. La Romana y Santa María de Gracia.
Aparte de su escueto caudal, medido en «pajas», de muchas de estas conducciones no se sabía ni el origen del manantial ni su trazado por el campo y la ciudad, por lo que las reparaciones eran prácticamente imposibles. Y en años secos la mayoría no llevaba agua, o llevaba tan poca, llena de todo tipo de impurezas, que no era de utilidad. De ahí que en los contratos de los partícipes quedara por escrito reflejado que habría que contar, inevitablemente, con que en las sequías habría «menguas» en sus suministros. Porque el agua no se podía almacenar.
Acabó la Dictadura de Primo de Rivera, pasó la II República (en la que, aunque algún técnico hizo un trabajo benemérito en este sentido, sus gobernantes estaban con otras prioridades y todo quedó en proyectos) y llegó la citada época de «Patas Cortas», también llamado «Paco Pantanos» por su afición a los mismos. Habría que preguntarse de dónde se sacaba el dinero en aquellos tiempos en los que casi nadie tenía la obligación de hacer la liquidación de la renta. Y tuvieron que emplearse buenas sumas, porque en paralelo a los pantanos se construyeron, entre otros, 606 Hospitales, 56 Residencias de la Seguridad Social, 173 Hospitales Municipales o 56 Patronatos Antituberculosos. Entre las grandes instalaciones hay que señalar las Ciudades Sanitarias de «La Paz», el Hospital «Francisco Franco» (hoy «Gregorio Marañón»), el «Primero de Octubre» (hoy renombrado «Doce de Octubre»), o el Hospital «Ramón y Cajal», «El Piramidón». Además de centenares de ambulatorios diseminados por todo el país. Incluso, para que no se diga, se llegaron a construir hospitales en las zonas de África como Fernando Poo (4) y Río Muni (11), en la Guinea Ecuatorial, o en el Sáhara occidental (5) ese que Sánchez ha regalado a Marruecos.
Como resultado final, España se dotó de una red de pantanos y embalses líder mundial, que servía para amortiguar las erráticas lluvias y que es la base de nuestro sector agrario, ya que la agricultura consume el 80% de los recursos embalsados. Nuestras frutas y hortalizas, cítricos, algodón, arroz, etc. serían cultivos inviables sin ellos. El consumo humano, aunque los políticos nos vendan otra cosa, es prácticamente testimonial. Por supuesto que siempre es bueno ahorrar agua, pero su repercusión es mínima. Cortar las fuentes municipales no deja de ser una actuación «cara a la galería» (ahora se llama a eso «concienciar»), y más en una ciudad como la nuestra donde el agua usada se regenera en la depuradora y donde por el alcantarillado circulan los caudales de los antiguos veneros citados, sin ningún tipo de uso (salvo la fuente ornamental del Compás de San Francisco, surtida por el venero de Santo Domingo de Silos), aunque, de vez en cuando, nos hablan de proyectos futuros para usar sus aguas en el baldeo de las calles.
Y volviendo a Franco y sus pantanos, en estas estábamos cuando, tras su muerte, empezó a no verse con buenos ojos construir nuevos pantanos por su descarado tufillo «franquista», a pesar de que se hacía evidente que eran necesarios. El culmen de estos despropósitos llegaría cuando llegó al poder el señor Rodríguez Zapatero, tras aquella masacre del 11 de marzo del 2004 donde fallecieron 192 personas y más de 2.000 resultaron heridas. Este personaje, pionero y mentor del subcontratista Pedro Sánchez, se plegó en su día a lo que le exigieron los separatistas y antiespañoles de Esquerra Republicana. oponiéndose al trasvase del Ebro a las cuencas del este español, tan agrícola y laborioso como necesitado de agua.
Tampoco es que le costara mucho aceptar sus exigencias, porque el hombre en lo que realmente estaba interesado era en «vengar» la figura de su abuelo, el capitán Juan Rodríguez Lozano (1893-1936), trágicamente fusilado en ese tiempo criminal de rencillas y odios en la retaguardia que suscitó la Guerra Civil. Eso sí, escondiendo su papel como soldado del Regimiento de Infantería Burgos nº 36 en la misión de aplastar la rebelión de Asturias, en ayuda de los legionarios y los regulares dirigidos precisamente por Franco, contra los milicianos «demócratas» del PSOE y la UGT que habían dado un Golpe de Estado en 1934.
El caso es que el Zapatero dijo que sí a sus correligionarios catalanes y ahí sigue el Ebro (el río más caudaloso de España, aunque ya no sé si esto se estudia), arrojando en su desembocadura cerca de Tortosa un caudal de 12 billones de litros de agua al mar, el triple de las necesidades de consumo de toda la población española. Y nos quedamos perplejos al contemplar cómo desde la zona de la castigada Valencia se desala esta agua del mar y se transporta en barcos para Cataluña que está sufriendo como ninguna región (ironías del destino) la actual sequía.
Y una de las razones de que no haya dineros para invertir en nada, es el reparto económico que este Pedro Sánchez hace alegremente para pagar sus subcontratas, y así como el enorme gasto que supone para España la clase política. Y como muestra un botón citemos, para terminar, una vez más hasta que me canse, a uno de los políticos que intenta desgajar España, el diputado Gabriel Rufián. Al que el «opresor» Estado Español le paga 129.747 euros anuales para que se dedique en exclusiva a atacar a España y a los españoles. Pero, eso sí, que no le tarden los valencianos en llevarle el agua mientras, de paso, repasa al alza la factura para el subcontratista Sánchez.