Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Las tetas de la demagogia

Actualizada 05:05

Las ubres de Amaral, para una cincuentona, no están mal. Son pasables, y no les demos más pábulo. Enseñarlas con esa jactancia es cursilería que pone en aprietos al que mira, como cuando un concejal del pueblo en el que te agasajan te regala un volumen de ripios suyos publicado por la diputación provincial. Sí, muchas gracias, se agradece el detalle. Pretender que, con tal mentecatez, España vuelva a ser la tumba del fascismo, como en el 39, nos ofende por lo hortera, es un mal trago, una pavada embarazosa. La epifanía invita a que Amaral, en futuros bolos de pueblo cogobernado por VOX, se saque sus domingas, tal vez maquilladas, y, por contrato, cobre más.

Haber caído tan bajo, intelectual y culturalmente, cuesta digerirlo. Es tragarse que España tenga que ser este sainete. La cuestión no es que haya personal de escasas luces, gente ingenua, tontos a tutiplén, sobrinos enchufados, pobreticos en sinecuras, memos premiados como artistas o escritores, esposas en postureos de lujo, vanidad y oquedad, queridas y queridos ejerciendo papelones, figurantes, payasos y enanos diplomáticos a tutiplén, el circo estentóreo. Sino que Amaral haya logrado ser primera plana periodística, televisiva y cultural, cima del arte, la política, el coraje y la intelligentsia.

La cincuentona Amaral es el emblema de nuestras carencias, de nuestra falta de argumentos, de nuestra cortedad. El retardo de edades --mentales y biológicas—es craso, chillón y triste. Si la música ambiental resulta pegadiza e infantil, para emotividades banales y adolescentes viejunos, entonces se torna aún más evidente que el simbolismo ideológico que se arroga la diva, con sinceridad, porque le brota de su almita, raya a la altura de la doxa, pulgadas por encima incluso.

Amaral está al nivel de Sánchez y de su banquillo de oficiantes. Hacemos como que Amaral es el arte y don Pedro la nación, que gentes de ese corte marcan la rutilante actualidad de España, encarnando el everest de nuestros méritos. ¿Para esto el trillado feminismo, de verdad? ¿No nos da náuseas admitir cimas tan romas, proezas tan enclenques? ¿No sentimos que cualquier cordura o sensibilidad quedaron atrás, que mucha gente apta nos ha desertado, para dejar la imagen del país hecha estos zorros?

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