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Lecciones de verano: el jardín

Actualizada 05:00

Acabamos de entrar en una nueva estación, el otoño. Buena época para dejarse llevar por la nostalgia de tiempos pasados, en este caso de verano.

Sin duda yo soy de los que el verano le sienta fenomenal y sale humanamente más reforzado. El gran poeta Eloy Sanchez Rosillo dice así en su poesía Amigo del verano: «Así que ya sabéis: si alguien por mí pregunta cuando yo para siempre me haya ido, recordadle que yo fui amigo del verano y que por él - y que por otras cosas que al verano equivalen - era hermoso estar vivo y era la vida misericordiosa»

Hubo un episodio acontecido en lo profundo del mes de agosto, que no se me va de la cabeza. Todos los veranos, desde hace unos cuántos años, asisto en la ciudad de Rímini (Italia) a una enorme feria cultural llamada 'Meeting de Rimini'. En ella tienen lugar exposiciones, encuentros de todo tipo, mesas redondas... con el fin de favorecer el diálogo y profundizar en la verdad de las cosas.

Una de las exposiciones mostraba la experiencia de unas mujeres trapenses que están construyendo un monasterio en plena Siria. Una Siria llena hoy de peligros e incertezas causadas por la guerra. Las monjas que allí viven provienen del monasterio de Valserena (Toscana) lugar que más tarde, por pura casualidad y para mi asombro, pude visitar. Más de 40 monjas viviendo para la Gloria humana de Dios. Increíble.

La exposición finalizaba con los testimonios de seis monjas que contaban la razón por la que estaban allí. La vida es vocación, llamada y se hace tremendamente sencilla.

De repente en uno de los videos sale un bellísimo jardín, el edén, trabajado en pleno territorio hostil por esta pequeñísima comunidad. Una de las hermanas explicaba que en ese lugar acogían a personas con múltiples heridas. Un lugar privilegiado para poder sanarlas, descubrirse a uno mismo y encontrar un camino -tal vez perdido- en una selva oscura a mitad del camino de nuestras vidas, «que de derecha senda era perdida», como nos recuerda la Divina Comedia de Dante.

Ese jardín se habría quedado como una bella anécdota más si no hubiese sucedido lo que aconteció al día siguiente.

Nosotros alquilamos, siempre que vamos a la feria cultural, una buena casa de campo donde disfrutamos la mitad del día mientras que las tardes las dedicamos a la feria.

Pues una mañana que iba corriendo con dos amigos hacia la costa para alcanzar el mar y darnos un chapuzón cuando, en el kilómetro 3, tuve que parar por un dolor muscular junto a una casa de recuperación de drogadictos. Esperé 20 minutos hasta que me recogieron y tuve la oportunidad de mirarla y curiosear desde fuera. Había algunas personas tranquilamente en la terraza leyendo o escribiendo sus memorias - o quizá un artículo como yo ahora-. Todo rezumaba tranquilidad absoluta pero había algo que incomodaba a la vista. Algo perturbaba en el alma la bonita estampa estival. La casa estaba bastante destartalada y el extenso campo que rodeaba la casa estaba completamente abandonado a su suerte, achicharrado por el tórrido solete itálico.

Normal- podría pensar uno. ¿Para qué esforzarse en arreglar aquello en medio de aquél páramo? Y entonces me vino a la cabeza ese otro jardín que había encontrado el día anterior en la expo. Más tórrido que Siria no hay muchos lugares en este planeta. Allí 100% seguro había más gente que en el monasterio de mis ya amigas (porque los amigos son aquellos que te acompañan al destino), gente más joven y con más energías.

¿Entonces? ¿Dónde está la diferencia? En el territorio de los asuntos humanos a veces decimos, superficialmente, que lo que hace falta son más medios, más estructura, más inversión. Lo que realmente falta no es tanto eso como lo humano propiamente dicho. El amor a una historia, a una misión encomendada, a una llamada. El primer amor ha decaído. El inaudito corazón que pone en pie obras tan bellas y preciosas como un monasterio o una casa de recuperación, decae y viene a menos. Y eso se ve en el jardín.

Ojalá que el jardín de nuestra vida, de nuestras relaciones, familia, amigos, trabajo... de lo que tengamos entre manos, sea siempre bonito y bien cuidado. Si es así, sabremos dónde está puesto nuestro corazón, cuál es nuestro tesoro. Si no, nos estamos despistando, indicándonos que este mundo estresante y loco nos está llevando a su terreno. El jardín es el inevitable reflejo del jardín de nuestra alma, de nuestra comunidad.

El jardín, todo se juega en el jardín.

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