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Secularismo

Son enemigos los disidentes que no piensan como ellos o, mejor dicho, los que reconocen que no son ellos la respuesta y no los aceptan como «dios»

Actualizada 05:00

Cuentan los más listos de la clase -C. Taylor y compañía- cómo es esta sociedad en la que vivimos: una sociedad secularizada nivel 3.

El nivel 3 hace referencia a un «humanismo exclusivo». No es que Dios y la fe hayan sido expulsados de nuestro mundo, si no que no son más que una opción, entre otras, para alcanzar la plenitud. Hasta el hombre con más fe del mundo sabe que, hoy día, su opción no es sino una más entre otras que podría adoptar rápidamente y casi sin dolor. Todas las posiciones, entre las que se encontraría la fe, se refieren a un «humanismo exclusivo», como capacidad de guiar al hombre hacia su plenitud. Un humanismo autosuficiente y narcisista que se basta a sí mismo.

Esta autorreferencialidad narcisista invade hoy todos los campos y asuntos humanos. Es verdaderamente extraño el sitio -deportivo, social, familiar, laboral o religioso- que no haya sido invadido por este estereotipo humano tan común.

Tal vez donde más se ve de modo más fácil, público y notorio sea en el terreno de la política donde hay tipos que se votan y aplauden a sí mismos, que venden la idea de que sin ellos nada funcionará porque ellos son el remedio a los males del mundo. Se identifican con la verdad y la bondad. Es una verdad de parte que te quieren vender como la verdad total. Quien les pone en duda y en solfa son considerados «enemigos». Ven enemigos por todos lados. Son enemigos los disidentes que no piensan como ellos o, mejor dicho, los que reconocen que no son ellos la respuesta y no los aceptan como «dios». No dejan espacio ninguno al otro. «O me sigues o no existes. Eres nada».

Es una línea roja. Sólo dejan espacio al otro si pasan primero por el aro de aceptarles a pies juntillas. Ya homologados, como si se les hubiera quitado el aguijón que tiene lo humano, evitan disentir o aportar nuevos horizontes. Se produce lo «fake». Bajo una capa de ser verdadero se oculta su ser narcisista. Estos lugares dejan de ser atractivos humanamente. El talento huye de esas organizaciones y queda solo el ambicioso y los que se dejan ser instrumentos del poder.

Si en todos los sectores esta posición hegemónica es grave y tiene como consecuencia el deterioro de lo humano, lo es mucho más en la vida de la iglesia. Por ella pasa la historia de la salvación y hacer pasar esta historia divina reduciéndose a la idolatría de los egos, es especialmente grave.

Es increíble cómo este Papa se ha dado cuenta de que también entre sus líderes y responsables eclesiales esa mentalidad narcisista y autorreferencial campa a sus anchas. Es lo que ha llamado «mundanización» de la Iglesia. Todas las medidas de gobierno que ha ido y va adoptando con una valentía -inusitada, a mi parecer, en la historia de la Iglesia- responden al intento de sanar a la iglesia de esta larga y profunda enfermedad.

Se necesitará tiempo y perspectiva para darse cuenta del gran bien que están suponiendo todas estas medidas del Papa, porque hay demasiados intereses de parte y demasiados egos como para que una gran mayoría se de cuenta de la situación. Sólo un observador atento, desapasionado y conocedor de lo que realmente pasa por dentro de los grupos eclesiales, podría afinar tanto. Gracias santidad a su valentía.

El antídoto al narcisismo es el servicio. Los grupos hegemónicos quieren mandar a toda costa y no sirven. Ahí está la diferencia. Se llevan mal con la inteligencia, la reflexión, en definitiva con la libertad del ser humano y la realidad. Se hacen mediocres y esclavos y buscan siempre el poder y perpetuarse en él.

Menos mal que no duran en el tiempo. El tiempo es la gran medicina de lo humano, porque las imposturas no duran. ¡Qué gusto, qué bien hecho está hecho el corazón humano!

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