Por derechoLuis Marín Sicilia

No es gobernar

Ni siquiera el Gobierno se pone de acuerdo entre sí, dando un espectáculo de fractura que, en cualquier país democrático, habría provocado la disolución parlamentaria

Actualizada 05:00

El candidato Sánchez defendió su investidura proclamando que contaba con una mayoría, que él denominaba progresista, en la que confluían intereses sectarios y contradictorios y cuyo fin último, al apoyar al candidato, era sacarle el mayor provecho posible a cada uno de los acuerdos a los que se vería obligado si quería mantener la poltrona monclovita. Ocioso es decir que aquel batiburrillo de intereses diversos servían a todo menos al interés general de los españoles.

Hoy, al comprobar la dificultad del sanchismo para contentar a tan diversos y a veces antagónicos intereses de quienes lo invistieron, adquieren plena actualidad dos admoniciones que Pedro Sánchez hubo de oír al ser investido: una, la de varios de sus socios parlamentarios que le recordaban que daban su apoyo a la investidura y que, para poder gobernar, tendría que ganarse cada día y cada sesión la confianza, es decir ir pagando los sucesivos plazos de la hipoteca firmada para conseguir su respaldo. La otra, la del líder de la oposición Núñez Feijoo que le advertía sin ambages de que «cuando sus socios le fallen, no me busque».

Solo el atrevimiento de un ambicioso sin principios ni escrúpulos podía llevar a España al callejón sin salida de un Gobierno que no puede plantear un programa coherente que satisfaga los intereses tan dispares de esas fuerzas, pretendidamente progresistas, que apoyaron su investidura. Por ello, Sánchez solo juega al espectáculo, a la crispación, al enfrentamiento en el fango de lo que él llama bulo, al objeto de movilizar a una masa que se mueve por instintos negativos de rechazo visceral a quienes no piensan como ellos. De ahí que haya sido incapaz, en casi un año de legislatura, de sacar adelante ningún proyecto legislativo, salvo una amnistía que aún puede tropezar en su eficacia y entrada en vigor.

Cualquier observador imparcial sabría que no se pueden poner de acuerdo fuerzas políticas tan dispares como Sumar, Podemos, ERC y Bildu, de inequívoca vocación radical de izquierdas, con los planteamientos conservadores de PNV y Junts cuando se abordaran cuestiones ideológicas con trasfondo económico, financiero y familiar. De ahí que ni la ley sobre el proxenetismo ni la referente al suelo y urbanismo hayan obtenido el respaldo parlamentario, poniendo de manifiesto que ni siquiera el Gobierno se pone de acuerdo entre sí, dando un espectáculo de fractura que, en cualquier país democrático, habría provocado la disolución parlamentaria y la convocatoria electoral.

Ante tanto revés e incapacidad de gobierno, Sánchez recurre a su arma favorita: tensionar la vida social avisando, una vez más, de que viene el lobo de la ultraderecha y culpando al PP de sus reveses parlamentarios. Después de ignorar al princípipal partido de la oposición a la hora de acometer políticas de Estado, de ningunear a Feijoo sin hacerle partícipe, como es habitual en los sistemas democráticos, de las decisiones trascendentes en política internacional, resulta esperpéntico que la culpa de sus fracasos legislativos sea, no de sus socios que le dan la espalda, sino del primer partido del país que representa a la oposición mayoritaria y moderada de los españoles.

Un Gobierno que incumple su obligación constitucional de presentar los presupuestos, conocedor de que serían rechazados, es un Gobierno que no merece más consideración de una ciudadanía harta de que se recurra a ella con el sofisma interesado de enfrentarnos a unos con otros. Ese Gobierno ha fracasado. Y la deriva que lleva no es nada halagüeña. Con razón el líder socialista Lambán, al que el sanchismo sanciona por cumplir con sus compromisos electorales, ha advertido de que, al cumplirse el centenario de la Guerra Civil en 2036, la gustaría que España se pareciera a la de 1978 y no a la de 1936. Sánchez parece no estar de acuerdo con él y se empeña en lo peor de aquel triste recuerdo: cuando se buscan enemigos, se tiene poder pero no se gobierna.

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