La gestión de la agricultura y el empobrecimiento de los ciudadanos europeos
Los autores reflexionan sobre el reciente acuerdo europeo de socialistas y populares en la gestión del medio ambiente
Todos los gobiernos españoles de la democracia y al menos los últimos tres Comisarios de Medio Ambiente de la U.E. situaron la Dehesa como ejemplo de buenas prácticas humanas (¡y lo son!) para conservar ese ecosistema. Si los humanos no hubieran actuado de manera reiterada desde hace más de quinientos años desmontándola de especies arbustivas, talando sus especies leñosas, retirando sus restos lignificados y finalmente quemándolos para evitar plagas entomológicas, no existiría la Dehesa sino que aún sería un bosque climatérico mediterráneo. Parece, por tanto, que ya entonces se imponía la lógica de la experiencia, para la búsqueda de un equilibrio entre el beneficio de la población y el mantenimiento del medio rural. En la actualidad, el acuerdo político alcanzado por la mayoría socialista y popular en el Parlamento Europeo y el Consejo (adoptado en forma de Reglamento) con el objetivo de minimizar la deforestación y la degradación forestal provocada por la UE, comienza a afectar gravemente a las cadenas de suministro de numerosos sectores de producción, otrora estratégicos para la Unión.
La nueva legislación dice pretender que una serie de mercancías clave comercializadas en el mercado de la UE como las habas, el aceite y la harina de soja para la nutrición humana y animal, el aceite de palma, la madera o el caucho, el ganado bovino, café o cacao así como todos sus derivados dejen de propiciar la deforestación y la degradación forestal en el mundo, por lo que «promueve el consumo de productos «libres de deforestación» en la Unión Europea para reducir esa deforestación y degradación forestal a escala mundial, además de esperar que la nueva norma reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de biodiversidad». Pero atendiendo a los datos, la realidad es que Europa importa cada año unos 30 millones de toneladas de soja (entre harina, aceite y habas) mientras que en el mundo se producen anualmente unos 400 millones de toneladas de soja y sus derivados.
Así pues, Europa consume menos del 8% de la soja y sus derivados producidos mundialmente, por lo que la eficacia de dicha medida sobre su objetivo oscilará entre lo anecdótico y lo circunstancial sobre la superficie deforestada en el Estado de Mato Grosso en Brasil (realizada ¡hace más de quince años!) o las grandes llanuras de la Córdoba y Rosario Argentina, roturadas desde hace más de un siglo. La realidad es que la adopción y aplicación de esas medidas ya está suponiendo que, al menos de momento, ningún operador internacional del comercio de soja y sus derivados esté ofreciendo precios de su mercancía en la Unión Europea para 2025, mientras que sí lo están haciendo para el resto del mundo como es habitual en estas fechas, a efectos de organización de los fletes marítimos en el supply chain mundial. Si la situación se mantuviera, el nefasto impacto que dicha medida tendría podría a ser definitiva sobre el tejido industrial (deslocalización) y ganadero (reconversión), comercial (restricción de canales), laboral (aumento del paro) o incluso a nivel económico (inflación) y para el consumo en los ciudadanos europeos, puesto que las medidas exigidas a las materias primas citadas exigen la geolocalización de todo el proceso productivo con diligencia debida, información veraz para poder facilitar el control a las autoridades europeas en todo momento y el acceso in situ a la mercancía desde su origen, a pesar que la U.E. carezca a la fecha actual incluso del sistema informático que soporte toda esa trazabilidad y seguimiento por lotes.
Aunque la UE es aún una economía de cierta importancia, está en notorio declive (como los afectos de su población al proyecto europeo actual) y una disminución o incluso la eliminación total del consumo de esos bienes básicos como la soja, el cacao, la carne de bovino, la madera, el aceite y todos sus productos derivados, es muy dudoso que vaya a contribuir de forma significativa para detener la deforestación y la degradación forestal a escala mundial como defiende cierta élite europea, que parece necesitar de la alquimia comunicativa para imponer restricciones, que pertenecen más al campo de la ideología. Podría pensarse que quizás los intereses de una élite global se hayan apartado de la lógica que rigió antaño para establecer el ecosistema de la Dehesa y vayan en detrimento de la calidad de vida de la ciudadanía que es administrada por ellos, o lo que sería aún peor, que sus propuestas de aprobación de esas reglamentaciones para la supuesta disminución de la deforestación y la degradación forestal en otras zonas del mundo o de restauración de la naturaleza, parecieran responder en realidad a otros intereses, por encajar más con prácticas de «ingeniería social» que con la propia conservación del medio ambiente.