El Gran Capitán, Alejandro Magno, Franco y el Betis
Los 'likes' y la necesidad de hacer creer que tenemos una vida que no tenemos son lo que ahora mueve el mundo
«Los actores viajan por todo el mundo y solo ven un espejo», afirma el personaje encarnado por Adrien Brody en una de las películas de King Kong; mal que hoy día, desgraciadamente, se ha generalizado. Por su parte, Jürgen Klaric, entre otras cosas gurú del neuromarketing, señalaba, en los orígenes de Instagram, que el gran logro de esa red social se encontraba en conseguir que la gente creyera que eran buenos fotógrafos. Unos años después, la cosa ha cambiado mucho: el éxito de Instagram radica en que la gente crea que son modelos.
Así, el planeta se ha convertido en un parque temático utilizado como un simple photocall. Tiempo atrás decíamos que el vulgo miraba pero no veía. Ahora ni siquiera mira. No viaja, solo se desplaza buscando nuevos decorados para fingir la vida que en realidad no tiene y para aliviar sus inseguridades con los «me gusta». Antes, viajar era indicativo de cultura o inquietudes. Hoy, uno ve las fotos de los viajes, muchas de ellas con variaciones milimétricas entre sí, y piensa: otro cateto queriendo aparentar lo que no es. Con todo el respeto para los catetos de toda la vida, pues, aunque no viajasen, muchos eran auténticos sabios.
Comprobamos de múltiples maneras todo este asunto del viaje que no es viaje. Por ejemplo, son incontables las personas (tanto cordobeses como foráneos) a las que he realizado visitas guiadas por nuestra ciudad y que en la plaza de las Tendillas han señalado como algo obvio que el monumento al Gran Capitán se realizó en tiempos del régimen franquista. Según ellos, el indicador sería el hecho de que el pedestal incluya un escudo español con la famosa águila.
Pero la presencia del águila en el escudo de España hunde sus raíces en el de los Reyes Católicos. Isabel lo incorporó a su blasón personal... ¡siendo todavía princesa! Debemos tener en cuenta la gran devoción de estos monarcas y sus reinos a San Juan Bautista y San Juan Evangelista. De hecho, de los cuatro padres/suegros de sendos soberanos, tres se llamaban Juan o Juana (todos excepto la madre de Isabel). El símbolo del señalado evangelista era un águila, ave que además se ha vinculado tradicionalmente con la sabiduría y con la imagen de poder. Y no debemos confundir esta rapaz con la imperial, bicéfala, que entrará en nuestra heráldica dos generaciones después debido a la Casa de Austria.
Aclarado el origen del animal en el emblema patrio, creo que no hace falta recordar que Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) sirvió a Fernando y, sobre todo, a Isabel. De ahí que su monumento en nuestra ciudad se aderezase con el escudo del águila de San Juan. Era el de sus jefes, o de la España de su tiempo, podríamos decir. Nada que ver con Franco, pues el monumento se inauguró en 1923; el pedestal, incluso unos años antes. Y no cabe la opción de que la divisa se incorporara posteriormente, pues ya se aprecia en las imágenes de la ceremonia.
Es curioso señalar que el yugo y las flechas que suelen acompañar al águila de una testa tienen igualmente su origen en los Reyes Católicos. Obviando simbología como la unión de fuerzas que representa un yugo, las iniciales coincidían con las suyas: la Y de Ysabel (como se solía escribir entonces) y la F de Fernando.
Pero podemos ir más allá. Aunque no se tiene certeza del origen del motivo de las flechas, sí del yugo y el cabo desatado o cortado que lo complementa, tratándose de un episodio relacionado con Alejandro Magno. Personaje, por cierto, a quien gracias a Hollywood visualizamos con la cara y el rubio teñido de Colin Farrell en lugar de con la del famoso mosaico de Issos hallado en la casa del Fauno de Pompeya.
Yo lo contemplé (el mosaico) en el Museo Arqueológico de Nápoles en el puente del 1 de noviembre de 2001, y, para mí, su millón y medio de teselas está vinculado de manera indisoluble a un episodio de un espectro totalmente diferente. Recuerdo que entré al aseo de dicho museo mientras mi amigo Miguel se quedó leyendo el periódico La Repubblica, que habíamos comprado por noticias referentes a la tensión internacional derivada del atentado de las Torres Gemelas (creo que el día anterior Estados Unidos había atacado Afganistán).
Cuando salí del excusado, Miguel me señaló, sorprendido, que en la sección de deportes había una noticia sobre fútbol español: algo de una fiesta de Halloween de los jugadores del Betis (que, para colmo, aseguraron no saber que esa era noche de Halloween) en casa de uno de ellos. El asunto se les había ido de las manos y en pleno cénit del mismo había aparecido por sorpresa, entre otros, el presidente, don Manuel Ruiz de Lopera. Una aparición que dio por terminado el sarao y que el hoy tan mediático Joaquín recuerda como casi celestial. Yo más bien la calificaría como apocalíptica.
Sin embargo, lo que nos ocupa es Alejandro Magno, aunque se antoje mucho menos interesante que el brasileño Denilson saltando en calzoncillos por un balcón para que no lo viese 'Don Manueh'. Y entre los relatos mitificadores del líder macedonio (como el de cómo domó, siendo un niño, a su rebelde caballo) se encuentra el del nudo gordiano. Según este, en la ciudad de Gordio o Gordion (en la actual Turquía) había, en el templo de Zeus, un yugo que Gordias, un antiguo labrador que había llegado a ser rey gracias a una profecía, habría dejado como ofrenda. El yugo tenía las cuerdas atadas con todos los extremos escondidos, de forma que era imposible desligarlas.
Con el tiempo surgió la tradición de que quien lo consiguiera conquistaría Asia. Cuando Alejandro Magno pasó por Gordio se enfrentó a tan popular augurio. Ni corto ni perezoso, sacó su espada, cortó las cuerdas y sentenció: «Nihil interest quomodo solvantur» (en latín, pues nos ha llegado a través de un historiador romano). O sea, «poco importa el modo en que sea desatado».
Resulta imposible saber si el episodio realmente ocurrió o no (de lo del Betis sí tenemos certeza). Pero eso es lo de menos. En nuestra modernidad positivista hemos olvidado el valor y poder de los símbolos. Y los mitos son eso, símbolos, no intentos de sustitución de los hechos reales. Ya expliqué en otro pateo que hay acontecimientos que son «reales sin haber sucedido». En todo caso, parece que el erudito Elio Antonio de Nebrija fue quien descubrió esta historia a Fernando el Católico, el cual, identificándose con el carácter directo y pragmático de Alejandro, hizo suyo tanto el símbolo del yugo como el lema "Tanto monta”. Este adaptaba la supuesta apostilla del macedonio y, completado con «monta tanto», rimaba con su nombre, refiriendo además la famosa equiparación con Isabel.
En resumen, si la gente viajase no solo a posturear y hacerse fotos para las redes sociales, ocurriría lo que ocurría hasta hace una década: que sabría muchas cosas aunque no leyese nada. Por ejemplo, que el escudo del águila de San Juan está en muchos lugares y que no tiene por qué corresponder a Franco. Con una cierta memoria visual, incluso percibiría las variaciones en el mismo.
Pero, ¿qué importa? Los 'likes' y la necesidad de hacer creer que tenemos una vida que no tenemos son lo que ahora mueve el mundo. Hace ya años, decía Juan Manuel de Prada (otro Juan) que internet sería «el fin de todo». Y llevaba razón. Fíjese dónde llega el despropósito de este mundo virtual, que es el culpable, nada más y nada menos, que de que usted me esté leyendo. No se me ocurre calamidad mayor.
¡Qué demonios! Acepto la responsabilidad. Coja mi mano, yo le llevo al Armagedón. Y no al que supuso la aparición de Lopera en aquella fiesta de Halloween de 2001. Sino al Apocalipsis, aunque sea versión digital, del que nos habló, en el idioma de Alejandro Magno y mucho antes de los escudos de marras, un señor que se llamaba... Adivinen: Juan.