Por derechoLuis Marín Sicilia

Abono para la demagogia

«Este Gobierno de progreso ha prometido muchas viviendas pero no ha ejecutado ninguna»

Actualizada 04:30

La demagogia es una degeneración de la democracia en base a la cual los políticos, mediante concesiones y halagos, remueven los sentimientos elementales de los ciudadanos para alcanzar o mantener el poder. Cuando un demagogo alcanza su objetivo tiende a ocupar todos los órganos de control democrático para ponerlos a su servicio como meros instrumentos de su ambición de permanencia.

España vive momentos de especial instrumentación, con fines demagógicos, de problemas reales que afectan a dos derechos esenciales como son la sanidad y la vivienda. Y la izquierda que se llama progresista ha visto en dicha problemática un terreno abonado para hacer política populista, esa que aplica medidas simples a problemas complejos. Sin aportar nada que realmente solucione el problema, recurren a lo único que saben hacer: exigir dinero para todo y reclamar que sean los particulares que pagan sus impuestos los que deban hacer más sacrificios para satisfacer sus apetencias políticas.

La sanidad es un derecho prioritario de todos los españoles y las administraciones tienen la obligación de atenderlo satisfactoriamente. Pero dicho derecho no debe entenderse con la exigencia de disponer de inmediato de una atención sanitaria de primera, a la hora que se necesite y en el lugar que se produzca.

España es uno de los mejores países en atención sanitaria pública y gratuita. Y ello es posible gracias a que muchos ciudadanos que con sus impuestos la financian no recurren a ella, salvo en situaciones muy excepcionales, porque han suscrito un seguro privado que también le cuesta el dinero. Por ello es absurdo, cuando no ofensivo, que algunos se quejen comparando la sanidad pública, que pagamos todos, con la sanidad privada que la pagan algunos que además pagan la pública. Pretender que todos tengamos al lado a todos los profesionales de la sanidad que pudiéramos necesitar no provoca sino la ansiedad y la angustia que padecen algunos sanitarios asediados por quienes quieren ser atendidos «aquí y ahora».

La vivienda es también un derecho constitucional que el Estado y el conjunto de administraciones debe facilitar. Pero no es la propiedad privada, que también goza de la protección constitucional, la que tenga que soportar una política de vivienda ausente de la acción política. Desgraciadamente este Gobierno de progreso ha prometido muchas viviendas pero no ha ejecutado ninguna. Y no tiene otra política que intervenir el mercado lo que la práctica demuestra que es negativo para la solución del problema.

Estos políticos que tan fácilmente movilizan a las masas de descontentos debieran ser más proactivos en la búsqueda de fórmulas que sirven para resolver el problema y no solo para desgastar al adversario político. ¿Que tal si, por ejemplo, redujeran el número de ministerios, organismos y asesores que son un simple mecanismo para colocar a los amigos y conmilitones y dedicaran ese ahorro a paliar los problemas sanitarios y de vivienda? ¿O qué pasaría si el dinero que le sacan los políticos vascos y catalanes para mantenerlos en el poder lo dedicaran a construir viviendas sociales y convocar más plazas de médicos para que las autonomías dispongan de más medios para satisfacer sus necesidades?

A los políticos hay que enjuiciarlos por sus hechos, no por sus proclamas. Algunos cerraban hospitales y otros los abrían e inauguraban nuevos centros sanitarios. Mientras hay políticos que abordan el problema de la vivienda construyendo viviendas sociales, otros que presumen de política social no construyen viviendas y se dedican a tolerar la ocupación y a imponer restricciones a los propietarios. Pero eso sí, en el fondo les gusta tener vivienda propia, cuanto más buena mejor. Y se echan en cara entre ellos quién puede comprarse un chalet y quién teniendo tres inmuebles no puede aspirar a ello.

Si los ciudadanos no quieren equivocarse, hagan caso a los políticos, no por lo que dicen sino por lo que hacen ahora y por lo que hicieron antes. Y en un país donde todos quieren tener derecho a todo pero sin pagar nada, no estaría de más recordar aquellas palabras de John F. Kennedy: «No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tu por tu país».

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