De este agua no beberéRafael González

Inevitable

Actualizada 18:02

Más allá de los discursos políticos parapetados bajo una supuesta opinión pública, que no respetan el dolor ni la tragedia y ven en ello una oportunidad sucia para que ganen lo pescadores de votos del légamo, las redes sociales y algunos medios de comunicación nos muestran otro lado no menos punzante de todo loqque ha dejado esta terrible gota fría: la inoperancia de las administraciones.

Ha sido una vez más la sociedad civil la que se ha organizado rápidamente y hasta donde puede, para dar respuesta a todas las situaciones trágicas que el temporal ha dejado, desde la localización de los fallecidos aún atrapados Dios sabe dónde hasta improvisar un método relativamente higiénico para depositar los residuos orgánicos humanos que siguen saliendo mientras se limpia fango y sin que funcionen grifos ni cisternas.

Es indiscutible que las dimensiones del fenómeno y la catástrofe han desbordado cualquier plan o previsión que se pueda hacer, pero el gran problema es que lo que estamos viendo estos días y están padeciendo las víctimas apunta a que ni el aviso se dio en tiempo y forma, ni los planes, de haberlos, se han llevado a cabo. A todo esto hay que añadir una política administrativa de alertas apocalípticas ante cualquier subida estival de temperaturas o borrasca otoñal en ciernes, a las que ya no les quedan colores llamativos con las que ser pintadas, y que de alguna manera motiva a la población a cierto descreimiento cuando se cierran preventivamente los parques (para nada) o colocan avisos morados sobre una sierra al norte, piden que nadie se mueva de casa y solo caen cuatro gotas. Hubo un tiempo que todos los que tenemos cierta edad recordamos previsiones meteorológicas con menos medios técnicos, sin redes sociales y, sobre todo, sin una directriz político-climática, que eran mucho más informativas, prudentes sin caer en el alarmismo y certeras que las actuales. Ahora que el lobo ha venido, los avisadores de sustos están escondidos sin dar explicaciones o tirándose las responsabilidades unos a otros. Y mientras, la gente es la que se ha remangado a pesar de estar sin luz ni agua cuatro días más tarde. A ver donde están estas comercializadoras eléctricas tan cucas y sostenibles de energía verde o esos servicios públicos de agua potable que andan tan entretenidos reciclando aguas residuales para dejarnos un planeta mejor.

Pero sobre todo la pregunta es dónde está esa pléyade de políticos que tantas fotos les gusta hacerse en la planta tratante de aguas, presentado planes de igualdad de género y cuotas, y celebrando galas turísticas sostenibles cuando la vida y la naturaleza desmonta tanta parafernalia y dice «Aquí estoy». Todos ellos y ellas han dejado solos a los valencianos, han demostrado que no sirven ni saben ni se les espera y que toda la pasta, mucha, que se paga en impuestos no aparece para lo que debería hacerse ante una catástrofe de estas características. Y por añadir la nota surrealista, maniatando no sabemos por qué extraña directriz a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y al Ejército que están deseando ayudar de manera coordinada. Repito: es la sociedad civil la que está sacando las castañas del fuego, mientras las administraciones, mangoneadas por la casta política, o no están o llegan tarde. Esta semana le ha tocado a la Comunidad Valencia (¡Ay las diecisiete españitas!) pero mañana, Dios no lo quiera, puede ser a usted y su familia o a un servidor.

Es inevitable pensar en lo que el otro día señalaba Jano García en su programa, después de que en el Congreso, mientras Valencia se ahogaba, dejaran atado y bien atado el consejo de administración de Radio Televisión Española para los coleguis de Sánchez, mientras éste anunciaba que la prioridad absoluta era por todos los damnificados: «Qué panda de embusteros. Que panda de malnacidos nos gobiernan». Corto se quedó, por eso un poco antes les llamó hijos de puta. Era inevitable, claro.

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