Fíjese en los zapatos
«Lo único cierto es que Sánchez no puede sostener ni una sola mirada de cualquier ciudadano que le demande dignidad»
Una catástrofe es un suceso infausto que altera gravemente el orden regular de las cosas. Cuando tal desgracia se produce, las personas afectadas son innumerables, su desarrollo es nefasto y las consecuencias son fatídicas y funestas.
Ante una situación que escapa a nuestra capacidad de digerir desgracias, los seres humanos suelen alumbrar lo mejor y lo peor de sí mismos, tal como estamos pudiendo comprobar con los trágicos sucesos de Valencia donde una inmensa multitud de personas honradas y comprometidas se solidariza sin límites con las víctimas de la calamidad mientras unas minorías canallas y despreciables se entregan al pillaje y a la rapiña.
Los españoles pagamos ingentes cantidades de dinero al Fisco para que nos proteja y cuide de nuestro bienestar y de nuestra salud, no para que ingentes cantidades de cargos, asesores, aduladores y propagandistas de distinto pelaje nos quieran vender la burra ciega de una gestión lamentable del interés público, tal como pretenden hacernos creer esa legión puesta al servicio de la manipulación política más abyecta y despreciable.
Una vez más en la historia de España, y ha tenido que ser como tanta veces en Valencia, hemos comprobado la certeza de aquellas palabras del Cid sobre «¡qué gran vasallo si hubiera un gran señor!». Qué grande es el pueblo y que torpe, nefasta y ruin es a menudo su clase dirigente, diríamos ahora. Porque ha sido el pueblo español el que ha dado una vez más lecciones de solidaridad, de humanismo y de desprendimiento viviendo como propias las desgracias de sus hermanos del levante.
Hace tiempo que venimos insistiendo en que España no es como nos la quiere presentar una clase política entregada al frentismo y a la animadversión más primaria y perversa. Sánchez ha elevado a la cúspide la pretensión puesta en marcha por Zapatero de dividir a los españoles en dos mitades irreconciliables. Y lo ha hecho para garantizarse el poder aunque para ello haya vendido su alma al diablo, aceptando que las leyes las escriban los delincuentes, las cárceles las administren los penados y las hipotecas de los malos administradores queden dispensadas a costa del bolsillo de las víctimas de su sectaria forma de gobernar. Y así los golpistas dictan leyes, los etarras salen indemnes de prisión, los malversadores se enriquecen y los deudores se libran de pagar.
La tragedia valenciana se cobrará alguna víctima política pero será insuficiente para paliar mínimamente el dolor y el desgarro de quienes lo han perdido todo. Y es por ello que resulta patética la conducta de nuestro máximo responsable político, ese que dio la orden de no parar la votación para invadir la televisión pública, votando por vía telemática porque su voto era imprescindible para garantizar el asalto, mientras el drama valenciano no paraba de cobrarse víctimas mortales. Lejos de suspender su visita a la India y personarse en el centro de la desgracia, Sánchez vio la oportunidad de derribar a un adversario político, desentendiendose de liderar la ofensiva contra la desgracia como hubiera hecho cualquier dirigente con un mínimo de humanidad y coraje.
Puede que la envergadura del desafío, unida a la no disposición de todas las facultades legales necesarias para hacerle frente, hayan desbordado la capacidad de gestión del presidente valenciano Mazón, abandonado a su suerte por quienes querían derribarlo. Pero queda claro que Sánchez no tiene alma, carece de principios y de humanidad y no tiene más norte que la ostentación del poder a cualquier precio. Le ha faltado medio minuto, después de su huida vergonzosa de la zona cero de la tragedia, para demostrar que todo para él son meros instrumentos de su ambición desmesurada: pretende ahora supeditar las ayudas a la reconstrucción a que se le aprueben los presupuestos, cuando el menos iniciado sabe que hay fórmulas excepcionales para situaciones excepcionales, recurriendo a partidas y créditos extraordinarios, planes especiales y fondos europeos para hacer frente a la desgracia en un verdadero plan de reconstrucción.
Si, ante desgracias de menor rango, en 1982 Felipe González envío el Ejército al País Vasco en menos de veinticuatro horas, y si la desaparecida ministra de Defensa, Margarita Robles, presumía no ha mucho de que había que tener al Ejército en Marruecos desde el primer minuto, ¿Por qué se tardó casi una semana en enviar, y con cuentagotas, el Ejército a Valencia? ¿Qué era mas importante, quemar a Mazón o salvar vidas y haciendas?.
Por muchas vueltas que le den, por muchas proclamas que difundan los monaguillos a sueldo que protegen al déspota, no hay más que dos verdades. La primera, que la ley orgánica 4/1981, en línea con el artículo 116,2 de la Constitución, declara como primera opción ante «catástrofes, calamidades o desgracias públicas…como inundaciones o accidentes de gran magnitud» la declaración por parte del Gobierno del estado de alarma. La segunda, que Sánchez ha demostrado su falta de empatía y humanidad, refugiándose tras el Rey porque es incapaz de pisar solo la calle, huyendo de la cólera de un pueblo abandonado y sufriente, mientras el monarca, la reina y Mazón aguantaban dignamente y compartían el dolor y el desgarro de la gente.
Ya pueden inventarse historias de ultras y fachas, ya pueden manipular conciencias con fotos y altercados promovidos por grupos organizados contra el guapo y entonces demudado presidente. Lo único cierto es que Sánchez no puede sostener ni una sola mirada de cualquier ciudadano que le demande dignidad. Mientras huía presa del canguelo y la miseria, los reyes se mancharon la ropa y los zapatos con el barro de la desgracia confundidos con su pueblo.
Poco después de la huida, los reyes, Sánchez y Mazón se reunieron en el centro habilitado para la tragedia. La foto de ellos, tomada frente a la mesa en que departían, lo dice todo: Sánchez tiene impolutos sus zapatos, los demás los tiene llenos de barro. Estos estuvieron con el pueblo, acompañándolos en su desgracia. Aquel siguió fiel a su narcisista conducta y a su desapego de las emociones humanitarias.
Quien formó un Gobierno con retales de lo más insolidario y antisistema de España, presumiendo de pueblo y de feminismo, ha acreditado sobradamente que ni se confunde con el pueblo ni es feminista. Cuando quieran saber algo sobre los valores humanos de Sánchez no divaguen y fíjense en los zapatos de la foto de la infamia: ahí está retratado un hombre ruin, ambicioso y sin principios.