El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Cuestión de educación

«Hasta ahora nos hemos apañado sin ordenanzas que regularan la convivencia porque el común de los mortales -con algunas excepciones, claro- sabía comportarse»

Actualizada 04:30

Si usted es usuario de Aucorsa, y presta un poco de atención a lo que ocurre dentro del vehiculo, verá cómo un porcentaje muy alto de los usuarios saludan al conductor al entrar, mientras pasan su tarjeta por el lector o pagan en efectivo, que de todo hay.

Los conductores, como no puede ser de otra manera, responden educadamente y uno se plantea al cabo del rato que la criatura tiene que acabar agotada cada día, más que de conducir por responder a tanto «buenos días». Si uno se fija, además, se dará cuenta que en todas las ocasiones se corresponde al saludo con espontaneidad, como si fuera el primero del día, cuando en realidad es el enésimo de la jornada.

Esto es educación, de la de toda la vida. Nadie obliga al viajero a saludar ni al conductor a responder. Esto es lo bueno. Esa relación de cortesía surge porque sí, porque con educación la vida es mejor para todos.

Lo asombroso de este hecho es que suceda cada día en los autobuses de Aucorsa sin que haya una norma que lo obligue. Ahora, cuando los valores como la educación son objetivo a abatir por las nuevas pedagogías llama la atención que sea el pueblo, la gente, quienes se aferren a ellos como gesto de buen gusto y factor esencial que facilita la convivencia.

Es curioso que esto suceda en los autobuses urbanos y no lo lleven a la práctica los cordobeses en otros aspectos de su vida diaria. Si esa buena educación estuviera más generalizada no habría cacas ni pipís de perros en la vía pública, ni se iría por la calle dando voces cuando se han tomado dos copas de más.

Cuando esto ocurre hay que buscar una solución y ahí es donde tiene su origen la Ordenanza Municipal de Convivencia Ciudadana que esta semana ha afrontado la recta final de su aprobación. Sin lugar a dudas, lo más llamativo de la misma es la regulación de las denominadas despedidas de soltero -y de soltera, habría que incluir aquí con todo derecho sin hacer concesión al denominado lenguaje inclusivo- que tanta vergüenza ajena provocan cuando nos cruzamos con ellas por la Judería o en la Feria de la Salud, que parece la meca a donde peregrinan los que quieren celebrar el fin de su soltería.

Éste es un fenómeno que en los últimos años ha cobrado forma y que tiene a Córdoba en su punto de mira, ya que atrae a grupos juveniles y no tan juveniles de buena parte de España. Lógicamente había que actuar contra esto, pero en dicha ordenanza llama la atención que se regulen otras cuestiones que son de lo más elemental, como el maltrato a las papeleras, las pintadas, las hogueras, el consumo de alcohol y mil asuntos más que sólo el olfato del legislador es capaz de percibir y a las que por cotidianas no damos la gravedad que realmente tienen.

Hasta ahora nos hemos apañado sin ordenanzas que regularan la convivencia porque el común de los mortales -con algunas excepciones, claro- sabía comportarse. Cuando la buena educación o la urbanidad de toda la vida ha sido atacada en sus cimientos es cuando lo que ocurre en la calle se le va de las manos a cualquiera. Tampoco es cuestión de depositar todas nuestras esperanzas en esta ordenanza que se aplicará desgraciadamente en los casos más graves, mientras el resto de microagresiones a la convivencia seguirá formando parte de nuestro día a día. Porque maleducados habrá siempre, pero nos quedará ese remanso de normalidad donde la mayoría de los viajeros darán cada mañana los buenos días al conductor.

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