Carlos Jesús Gallardo

Carlos Jesús GallardoJesús D. Caparrós

Carlos Gallardo, sacerdote rector del Seminario y canónigo

«Sin la oración nuestras obras serán eficientes, pero no eficaces»

Los datos de la trayectoria sacerdotal de Carlos Gallardo Panadero (Las Palmas de Gran Canaria, 1985) nos dicen que fue ordenado el 13 de marzo de 2010, que es rector del Seminario Conciliar San Pelagio y director del Centro Diocesano San Juan de Ávila, profesor del Instituto de Estudios Teológicos San Pelagio y del Instituto de Ciencias Religiosas Beata Victoria Díez, y miembro del Consejo Presbiteral y de Consultores. En el momento de esta entrevista estrena una misión más: el obispo le acaba de nombrar canónigo de la Santa Iglesia Catedral.

Pero lo que encontramos ante nosotros es un entusiasmo contagioso, un cura de los que crean afición. El padre Carlos Gallardo habla, por ejemplo, con encendido ánimo y devoción sobre San Juan de Ávila, el doctor de la Iglesia y santo patrón del clero secular, del que el pasado día 10 la Iglesia ha celebrado su día y que reposa en Montilla, la tierra en la que creció nuestro entrevistado. Y desde su luminoso despacho del seminario, donde nos recibe, reflexiona sobre la importancia de regresar al rezo profundo e íntimo, al reto permanente que es afrontar la vida contemporánea y sobre todo a ser humildes, ya que los días son un préstamo divino y breve que se debe aprovechar con gratitud y con la confianza que el padre Gallardo recuerda y transmite con sus palabras.

Carlos Jesús Gallardo

Carlos Jesús GallardoJesús D. Caparrós

- Enhorabuena por su reciente nombramiento.

- Gracias. Ese es el sentimiento que me queda, el de la gratitud, de acción de gracias al Señor y al señor obispo, por su confianza. Estoy agradecido porque me permite hacer un servicio a la Santa Iglesia Catedral, a la iglesia madre de la diócesis y eso siempre es un motivo de alegría y de gozo, el poder cuidar el culto de la catedral, poder conservar el templo, poder difundir el Evangelio en ese ámbito, y trabajar por la cultura. Pero además de ese agradecimiento, también es un momento de pensar en el servicio de comunión que en el Cabildo se ejerce. Servicio de comunión con los hermanos sacerdotes, es decir, hay un colegio de canónigos que en comunión con el obispo trabajan con una función concreta. Lo que más me alegra es pensar que hay un conjunto de hermanos que nos reunimos cada día para rezar juntos, para la Eucaristía y para el servicio de culto y de cultura. Y nada, le pido al Señor que me dé luz y me ayude a cumplir la misión que me encomienda, que no nos confundamos con otras cosas que no sean lo importante. Y lo importante es ser sacerdote, que es lo más hermoso de la vida. Celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, sea donde sea, donde la Iglesia nos ponga. Doy gracias al Señor, al obispo y a la Iglesia por esta misión tan bonita y pido la oración de todos para seguir adelante en esta tarea y poder ejercerla como Dios quiere.

-Ha dicho usted que san Juan de Ávila es un «hombre de fuego porque contagia el amor de Dios».

- Ciertamente. Los escritos de San Juan de Ávila todos tienen esa peculiaridad, que impregnan el amor de Dios. Es fácil, cuando uno los lee, entrar en contacto con el amor de Dios, aun cuando San Juan de Ávila, en algunos momentos, es bastante exigente y es firme en muchas de las propuestas que hace en la vida de la fe. Pero precisamente por eso también presenta el amor de Dios de una forma nueva y en un siglo difícil, en el que Lutero empieza a hablar de la justicia de Dios y presenta a un Dios justiciero, que rechaza el pecado de una manera tan dura que a veces incluso afecta al pecador. San Juan de Ávila sabe presentar la dureza del pecado y también la verdad del amor de Dios, y cómo ese amor y la misericordia tienen la capacidad de arrancar el pecado del hombre. San Juan de Ávila presenta el amor de una forma sorprendente, por eso muchas de sus cartas y sermones, aunque a veces pueden ser exigentes en algún aspecto, presenta de una manera novedosa ese misterio del amor y de la misericordia.

- También se ha dicho de él que fue «un regalo de Dios a su Iglesia» en tiempos de crisis.

- Sí. El siglo XVI es un siglo muy complejo, aunque creo, y siempre lo pienso, que no es tan distinto al nuestro. Es una época de cambios y un cambio de época, como ahora. San Juan de Ávila es un sacerdote que sabe acoger la tradición y presentarse ante la novedad que viene, no rechazando nada, sino sabiendo coordinar y combinar lo antiguo con lo nuevo. En su formación teológica, en Alcalá, él recibe toda la doctrina que está surgiendo como novedosa en la Iglesia en ese momento, pero al mismo tiempo bebe de las fuentes: las escrituras, la tradición, los padres de la Iglesia…Es un regalo en un momento concreto en el que era necesaria una reforma, porque lo que protestantismo presenta no es una reforma sino una ruptura. San Juan de Ávila, como los santos de esa época- San Juan de la Cruz, Santa Teresa o San Ignacio- promueve una auténtica reforma en la Iglesia. Sin romper con ella, lo que hacen precisamente es amarla, presentar la belleza del rostro de la Iglesia y destacar lo que es valioso. Eso lo presentan como algo nuevo y al mismo tiempo antiguo. Saben valorar muchísimo esto y lo hacen tocando todas las piezas necesarias para una auténtica reforma: la teología, la experiencia espiritual y la acción social y caritativa. Él ama a Cristo, ama a la Iglesia y enseña a amarla en medio de sus dificultades.

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- Usted defiende la vigencia del doctor de la Iglesia y, de hecho, acaba de establecer un paralelismo entre los siglos y las épocas ¿Qué tiene que ofrecer San Juan de Ávila a los hombres de hoy?

- Creo que hay varios puntos importantes, y uno de ellos es la autenticidad. Es un hombre auténtico, porque lo que cree lo vive, y lo que vive es lo que cree. No hay una ruptura. En el mundo de hoy el hombre está muy disgregado, muy roto por dentro. Y vive la vida sin una unidad. No hay integridad. Por ejemplo, se trabaja, se estudia, pero luego la vida va por otro sitio. La fe está en un cajón, la familia en otro y la diversión se guarda en otro. Hay mucha disgregación, no existe una integridad de vida. San Juan de Ávila presenta una unidad, en él no hay confrontación entre la vida de oración, la predicación,y la caridad. Por otra parte está ese amor intenso a Jesucristo que yo creo que es la clave de su santidad. Es algo común a todos los santos, pero en él está muy presente y muy vivo. Y es lo que le da unidad a su vida. Pero luego, en el plano cultural creo que tiene mucho que decirnos. porque San Juan de Ávila es un humanista. Es un hombre, puede decirse así, polifacético. Al mismo tiempo que defiende una unidad, tiene muchas facetas en su vida. Fue inventor, escritor , predicador, sacerdote incansable con un amor a los pobres tremendo; defensor al máximo de la educación, porque fundó muchísimos colegios; reformador de la Iglesia… Es decir, nos enseña el valor de la educación, el valor del respeto, o el valor de coordinar la ciencia con la fe, porque no se contradicen. Él fue inventor y al mismo tiempo predicador. Era un hombre del Renacimiento pero que no pone al hombre en el centro, sino a Dios, que es el que da la identidad al hombre.

En el mundo de hoy el hombre está muy disgregado, muy roto por dentro. Y vive la vida sin una unidad. No hay integridad.

- Y a la mujer.

- San Juan de Ávila, si tuvo muchos discípulos, fueron muchas también sus discípulas. Y de ellas a veces se habla poco. Se escribía con ellas por carta, las visitaba, se ocupaba de su bienestar y se preocupó siempre de defenderlas en momentos de dificultad. Incluso la Inquisición le llegó a perseguir por la defensa que hacía de la mujer, que se malinterpretó. No es una defensa lejana a la que tuviera la Iglesia en ese momento pero sí era rompedora en el modo de ejercerla. Él defendía la educación de la mujer y el valor de la maternidad, el del papel de la mujer en la familia, de su importancia en la vida de la fe. Enseñó a la mujeres a hacer oración mental, que en ese momento no era tan común como lo es ahora. Antes solo se enseñaba el rezo vocal. Han llegado hasta nuestros días diversas cartas a sus discípulas que hacen un bien tremendo a quien las lee. La condesa de Feria, Sancha Carrillo, a la que dedica Audi Filia, o por ejemplo Leonor de Inestrosa son varias de las discípulas que con él tienen una vinculación muy fuerte y él les ayuda muchísimo. Y no se puede olvidar la relación con la marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba, que se apoyó en él y él en ella para llevar adelante también una reforma cultural en Montilla y todo el marquesado de Priego.

- Ahora que ha hablado de la oración y teniendo en cuenta que es usted director espiritual ¿Se ha olvidado, hoy en día, el sentido preciso de la oración?

- Hubo un tiempo en la Iglesia en el que se olvidó el valor o el sentido de la oración. Se aparcó, teológicamente hablando. Hoy en día no estamos en esa situación. La Iglesia ha renovado, ha refrescado ese momento y ha presentado una teología de la oración sana. ¿Cuál es el problema ahora? Pues que hay una crisis de voluntad. No cuesta trabajo hacer oración. Sabemos que es muy buena, pero nos cuesta mucho. Todos sabemos lo bueno que es el deporte, pero no todo el mundo lo hace, porque falta voluntad. Falta motivación e interés. Sabemos la importancia de la oración, por tanto, y sabemos que es buenísima, pero nos dejamos llevar por el activismo . Es mucho más agradable ver el fruto de las cosas que se hacen automáticamente, y no se mira a largo plazo. No se quiere comprender que la oración es la fuerza. Sin embargo caemos en una trampa que es absurda, porque sabiendo el valor de la oración, la dejamos, y al dejarla, nuestra obras pierden fuerza. Esas obras podrán ser eficientes, pero no serán eficaces. La oración hace que la obra sea eficaz, porque la obra es de Dios, no es nuestra. Al final lo que ocurre es que nos ponemos en el lugar de Dios, y eso es un problema. Usamos a Dios para trabajar, para hacer las cosas, pero nos ponemos en su lugar. Y no nos damos cuenta de que todo empieza de rodillas. La Encarnación comenzó de rodillas, con María orando. San Juan de Ávila dice a los candidatos al sacerdocio que ninguno se ordene sin tener experiencia de que Dios les oye. Y si se ordenan sin esa experiencia , «que lloren su pobre vida». San Juan de Ávila recordaba así que la misión del sacerdote es orar por su pueblo, además de su trabajo. La oración es una relación entre dos, una relación con Dios. Dios en Trinidad: Padre Hijo y Espíritu Santo. En esa relación de intimidad es donde se produce el amor, y así Dios nos da la gracia para trabajar, para vivir, para amar. El marido podrá amar mejor a su esposa cuando ore y viva con Dios. El sacerdote podrá hacer mejor su ministerio cuando ore en la intimidad con Cristo. La Iglesia podrá crecer si realmente vive de rodillas. Pero como somos tan soberbios nos cuesta vivir así. Volviendo a la pregunta, insisto en que nos falta voluntad, y al dejar la oración perdemos la visión sobrenatural. Y suplimos a Dios. A Dios lo usamos, pero no lo adoramos.

Carlos Jesús Gallardo

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La Iglesia podrá crecer si realmente vive de rodillas.

- Eso es ejercer el materialismo, que por otra parte es el signo de este tiempo. Se utiliza a Dios con un medio, no como un fin.

- Sí, Dios no ocupa el centro de la vida sino que es como un cajón al que se le dedica un tiempo. El creyente de hoy, a lo mejor, reza un rato durante el día y luego va a sus cosas. O va a misa el domingo y luego a otros asuntos. Sin embargo no es Dios el centro de su vida. Ese es el problema de fondo.

- Usted que tuvo una pronta vocación ¿recuerda cuando le enseñaron a rezar?

- Yo con ocho años ya quería ser sacerdote. En la catequesis escuchaba a la catequista, una religiosa, hablar de Jesucristo y me entusiasmaba. Quería ser como Jesús.Seguí como monaguillo y me gustó. Y recuerdo esos momentos de oración, de niño, que eran muy sencillos pero muy emocionantes para mí. Lo recuerdo con mucha viveza. Le pedía a Jesús que si quería que fuera amigo de él, que me lo dijera. Y mi vida ha sido observar cómo Dios ha actuado en ella. Yo no he hecho nada. Ha sido él el que ha estado haciendo. Entré con 13 años en el seminario menor y se fue haciendo más habitual en mí la vida de oración. Pero sí recuerdo esa oración incipiente, de un niño, que va al sagrario por pura fe, sabiendo que está Jesús ahí, sin saber ni cómo ni por qué, pero que él está ahí. Yo hablo con él y él habla conmigo. Me sorprende ver cómo un sacerdote hace felices a los demás porque lleva a Jesús. No lleva nada más que a Jesús. No hay otra riqueza ni secreto. Es Jesús.

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- Es usted rector del seminario de una diócesis que sigue siendo importante en número de vocaciones.

- Siempre el número de vocaciones es un tema muy delicado, porque, cuando comparas, pues sí, ves donde hay más y donde menos. Nunca podemos decir que seamos de los que más o de los que menos. Es que es un misterio; la vocación es un don. Sí, hay 30 seminaristas en el mayor, 13 en el menor, y eso es motivo para dar gracias a Dios. Es una alegría. Pero necesitamos más sacerdotes. Nuestra diócesis también, para atender todos los pueblos, todas las necesidades de la vida de fe que la Iglesia presenta hoy. Tenemos vocaciones y les damos muchas gracias a Dios por ellas. Pero al mismo tiempo tenemos que seguir orando al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, porque necesitamos más vocaciones . Y las hay. Dios sigue llamando, pero muchas veces los jóvenes tienen miedo a responder, porque hay que cambiar de vida y, aparentemente, dejar muchas cosas. Y otras veces lo que es necesario es la propuesta directa, es decir, proponer la vocación directamente porque si no se hace así, muchos no se la cuestionan. Vivimos tan sumergidos en nuestro mundo que hace falta que alguien nos rompa esa barrera y nos plantee el sacerdocio. Muchos jóvenes están en las cofradías, o en las parroquias porque se sienten atraídos, pero no saben qué les pasa, no saben por qué, no saben cómo. Hace falta que alguien les pregunte si han pensado en ser sacerdotes. A veces lo ven los de fuera antes que uno mismo. Empiezan a ver en ti cosas que no son sino la vocación.

Dios sigue llamando, pero muchas veces los jóvenes tienen miedo a responder, porque hay que cambiar de vida y, aparentemente, dejar muchas cosas.

- ¿Cómo se preparan a los curas para este cambio de época y esta época de cambio, que dijo usted antes?

- Es todo un reto, según nos encontramos en el mundo de hoy. Pero al mismo tiempo es algo apasionante. Es muy necesario conocer la cultura actual para poder responder a lo que nos encontramos. Y descubrir que en el fondo no haya nuevo bajo el sol, es decir, que el pecado sigue siendo el mismo, que Cristo sigue siendo el mismo, que la fuerza de su amor sigue siendo la misma y que Jesús siempre tiene respuesta a los interrogantes del hombre. Ahí está el secreto. Lo que yo quiero que los seminaristas graben a fuego en sus corazones, es, primero, una intimidad profunda con Jesucristo en oración; una buena formación teológica y filosófica que responda al hombre de hoy, y después cultivar el mundo afectivo, las relaciones humanas que hay que cuidar y fortalecer especialmente. Hay que recuperar el valor de la voluntad, la fidelidad a la palabra dada, cosas que en el mundo actual deben de nuevo desarrollarse y crecer. Y sobre todo que tengan un corazón enamorado de Jesucristo, un corazón coherente que crezca en la voluntad, en la generosidad y en la disponibilidad.

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