Retrato del portero de un edificio en Madrid

Retrato del portero de un edificio en MadridEuropa Press

Crónicas Castizas

El portero de la armonía

Recordarán ustedes que hubo un escritor que se llamaba Jardiel Poncela, casi cancelado por el avaro mundo woke en la cultura del presente, la menos trascendente de todas, por su manía de pensar de forma independiente al discurso oficial de entonces y de ahora. En uno de sus libros, «Historias para leer mientras sube el ascensor...»

En una reunión de vecinos, forma detestable de asamblearismo y crítica de la democracia de base y una de las peores opciones de pasar el tiempo, miraba a mi alrededor y pensaba en cuando llegué a esa comunidad llena de viejos a los que apenas conocí... y ahora por la magia del tiempo yo era otro viejo desconocido. Los asistentes hablaban sin riendas; cuando se agotaron los cotilleos vanos, enfocamos qué hacer con el piso de la portería ahora que no había titular y estaba vacío. Y me pregunté qué será de los pocos porteros que quedan y de los teleros y los vendedores de hielo y todas esas profesiones que ahora están desapareciendo o ya lo han hecho. Y es culpa suya por no saber modernizarse pues dados los tiempos que corren con que los porteros hubieran hecho un curso de estética para pasar revista a los vecinos que salen a la calle, según y cómo, ni siquiera una maestría, la cosa hubiera mejorado notablemente, no sólo en el inmueble este donde moro, que sale en las novelas de Pérez Galdós de puro viejo, la finca, y la propia calle.

Recordarán ustedes que hubo un escritor que se llamaba Enrique Jardiel Poncela, casi cancelado por el avaro mundo woke en la cultura del presente, la menos trascendente de todas, por su manía de pensar de forma independiente. En uno de sus libros: «Historias para leer mientras sube el ascensor», un capricho bibliófilo más barato que «La Historia del levantamiento, guerra y revolución en España» del conde de Toreno, a modo de anuncio venía a decir, Poncela digo: «Caballero, ¿tiene usted las narices torcidas?, señora, ¿no tiene usted un busto hermoso? ¡No salgan a la calle!», pues humorada aparte si el portero o cancerbero del portal, donde aún queden, atendiese a esas explicaciones y no dejara salir con inverosímiles pantalones cortos, excesivamente cortos, casi UHF (un huevo fuera) al anciano de escuálidas piernas varicosas del 4ºB ni tampoco admitiese el guardés la salida a la rue con ropa de licra ceñida a la densa en carnes o espesa en rotundos michelines del bajo A, explicándose, el custodio de la finca, con cierta amabilidad pero con firmeza ante los infractores terroristas de la estética, la calle sería más transitable y menos horrorosa para los ojos. Pero no supieron modernizarse en su momento ni añadir valor a sus empleos en pro del triunfo de la belleza y, de paso, de la verdad y del bien. Que todo se comunica. Mi propuesta fue rechazada de plano por mis congéneres vecinos con la fácil excusa de que no había portero, aunque alguno alegó que no iba a consentir que les pasase nadie revista de policía como hacían en la mili, esa que añora Cándido Méndez, para salir de paseo tras la arriada de bandera. Así se expresó el conjunto de los vecinos más o menos airados. Luego hicieron propuestas de obras y de gastos, las mayores y más caras defendidas por aquellos que por metros cuadrados de propiedad les tocaba menos porcentaje a pagar y eso que uno de esos inversores con dinero de origen dudoso se ha hecho una terraza particular en el tejado por la cara, que le sobra, ocupando espacios comunes y añadiendo miles de kilos de peso al vetusto edificio presuntamente protegido por el ayuntamiento, por lo que al instalar el ascensor hubo que hacerlo a medida del hueco de la escalera, ¡lo siguiente a caro!, para proteger la barandilla del herrero piticlinoso del siglo XIX , y eso que le dijimos al protector municipal que nos lo impuso que se la regalábamos para un museo, hay varios cerca. Pero ni caso, pues el dinero salía de nuestro oro judío y no del suyo.

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