Qué le gusta comer al Rey Juan Carlos en Galicia
Le pirra la cocina española de toda la vida, la potente y sabrosa, la casera y popular
Vuelta a casa, señor. Bienvenido. Porque cualquier rincón de España es la casa del Rey que nos condujo a una de las brillantes etapas de nuestra historia. De la de todos nosotros.
Me preguntan que qué le gusta a D. Juan Carlos, y por las noticias que tengo, el monarca encaja cualquier plato bueno, ya sean platos de taberna o cocina moderna y hasta sushi. Pero desde luego, todos coinciden en algo: le pirra la cocina española de toda la vida, la potente y sabrosa, la casera y popular. En el sur, tortillitas de camarones y langostinos de Sanlúcar. En Galicia percebes ¿quizás empanada? seguro pulpo y pimientos de Padrón. En León tartar, chuletón y cecina. Se ha prodigado por los restaurantes de los grandes: Berasategui, Arzak, Atrio… pero ha apreciado igualmente una buena paella en casa de Bertín Osborne o una comida en los clásicos más castizos, y si no, que se lo pregunten a Lucio. Y también valora un bocadillo de jamón y un café con leche en una Escuela Naval a altas horas de la noche, de eso estoy segura.
Saber comer es también parte del saber estar. No es exigente, no come demasiado y es bastante moderado con la comida. Suele parecerle todo bien, sin excesos, me cuentan. Conoce muy bien los vinos españoles, como su hijo, y le gustan los huevos fritos con patatas y el jamón ibérico. Aunque para mí, la cuestión clave no es qué come el Rey padre, sino a qué sabe lo que come, o a qué le sabe a él.
¿A qué sabe lo perdido?
Porque… ¿A qué sabrá comer en Galicia después de 654 días fuera de casa? ¿qué sazón tendrá el aroma de las Rías Bajas, cómo será la embocadura del mar entre los labios? ¿Cómo será dormir de nuevo bajo ese cielo dulce y amigable, respirar el verdor gallego, oír la ría de Pontevedra? ¿Cómo será sentir el afecto de la gente, percibir la piel del pueblo, advertir la camaradería de los amigos? ¿Qué aroma tendrá otra vez el marisco gallego tibio, recién capturado? ¿Se estima más la lealtad de la familia? El sabor, el olor, la vista, el oído, el corazón, la tierra deben tener un sabor diferente cuando durante todos esos interminables días sólo fueron un recuerdo. España debe saber de rechupete cuando uno vuelve a paladearla. Porque España es mucha España.
Todos los sabores, los aromas, los paisajes y hasta los afectos deben tener un regusto de añoranza y cosa nueva a la vez. Probablemente todo sea mejor, mucho mejor, porque lleva consigo el cuño de lo perdido. Y aunque las distancias hoy no sean ya un problema, hay cosas que en la casa de uno siempre son diferentes: es el aire, es la tierra, es el mar; y lo demuestran algunos de nuestros mejores caldos, porque ni la sidra, ni la manzanilla, ni el ribeiro o el chacolí saben tan bien en casa como cuando viajan. Son bebidas viejas y sabias, que quieren que uno vaya a agasajarlas para poder contar una historia. Quizás porque saben que tienen un sitio, y que todos los demás no son su lugar.
¿A qué sabe lo perdido? ¿Cómo será respirar de nuevo el aire de casa en medio del silencio de la noche? ¿Qué ocurre cuando todos callan, por fin? ¿Se almacenan recuerdos para poder degustarlos después, lentamente? ¿O más bien todo se mezcla para poder sobrevivir? En cualquier caso, Sangenjo le dará los mejores bocados, que son los que tonifican el corazón.