Gastronomía
El secreto alimenticio de los templarios para disfrutar de una vida larga y saludable
Presentaba cuestiones comunes a la práctica cristiana, como eran la frugalidad, el ayuno y la abstinencia en días señalados
Anno Domini 1118. El caballero francés Hugo de Payns creo una orden militar y religiosa, La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón (más conocidos como Caballeros Templarios), con el fin de proteger a los peregrinos cristianos del acoso musulmán cuando viajaban a Tierra Santa. La historia de esta orden ha sido objeto de innumerables estudios y de leyendas. Pero más allá de todas ellas, hay datos fehacientes sobre aspectos importantes como fue el caso de su alimentación.
La longevidad de los caballeros monjes sobrepasaba la edad media de su tiempo. Y este hecho llamó la atención hace pocos años del Dr. Francesco Fransecchi y de su equipo, del Gemelli de Roma, quienes publicaron un interesante estudio sobre la dieta y los hábitos de vida de los caballeros templarios.
Aunque a esta orden se han atribuido toda clase de incógnitas y cuestiones milagrosas, en realidad practicaban un tipo de alimentación inscrita en primera instancia en el ámbito de la dieta tradicional del resto de las órdenes religiosas como la de la Regla de San Benito. Aunque los templarios tuvieron su propia Regla, en cuya última versión contaba con 686 artículos, muchos de los cuales regulaban la alimentación cotidiana.
Desde luego, este tipo de dieta se enmarca en el ámbito de las órdenes religiosas, ya que la alimentación monástica ordinaria presentaba cuestiones comunes a la práctica cristiana, como eran la frugalidad, el ayuno y la abstinencia en días señalados. Y también el consumo de ciertos productos como el pan, el queso y el vino, que en gran medida formaban la base de la alimentación de casi todas las órdenes.
Veremos las normas generales de la dieta templaria: en la comida se ofrecían guisos de legumbres, potajes o estofados lunes, miércoles y viernes, que eran los días de abstinencia de carne. Y podían elegir uno de estos guisos. Durante las comidas se podía beber vino con moderación, a veces aguado, y por supuesto, agua. No se consumía ningún alimento entre horas, y las comidas se acompañaban de pan.
Aunque si era posible hacían las colaciones en el refectorio, si esto no podía ser, comían al menos de dos en dos, cuidando de seguir la práctica recomendada, y se guardaba una parte para los necesitados. También se obsequiaba con esmero a los enfermos, quienes no tenían que guardar dieta alguna, ya que el objetivo era una pronta recuperación. Para el resto de la comunidad las cantidades eran idénticas para todos, no había privilegios entre ellos, y durante las refacciones no se podía hablar: o bien se desarrollaban en silencio o algún monje leía textos religiosos, como en el resto de las órdenes religiosa.
Además de estas normas básicas, se podía comer carne tres veces a la semana, con ración doble después de un día de ayuno. El queso, el pescado y la fruta formaban parte cotidiana de su menú, y también el marisco cuando lo tenían a su alcance. En realidad, estos monjes eran también caballeros, por lo que necesitaban sus fuerzas intactas para la batalla, la comida era algo fundamental.
Por lo que resultaba complejo combinar en difícil equilibrio la frugalidad propia del monacato con la alimentación de un caballero. Como orden militar, llevaban una vida muy activa, con ejercicio constante, practicando esta estricta disciplina en la comida e incluso había ciertos productos vetados para el consumo, como era el caso de las carnes de caza, quizás por las posibles toxiinfecciones propias de estas piezas.
Entre sus hábitos saludables, los templarios practicaban estrictas rutinas higiénicas, como lavarse las manos antes de comer, evitando además, que los encargados de las labores manuales no participaran en la preparación de las comidas. Con esto también se protegía la comida de contaminaciones indeseadas.
A pesar de ser acusados de innumerables fechorías, de idolatría y de todo tipo de atrocidades, fueron en general meras invenciones interesadas. Y su alimentación, como se puede observar, saludable, suficiente y enmarcada en lo que correspondía para una orden religiosa. Sin embargo, se han aventurado esas cuestiones de corte extraordinario que siempre han acompañado al Temple, como el consumo de productos exóticos durante su permanencia en Tierra Santa, o la mezcla de agua con zumo de naranja y detalles similares de cuya constancia carecemos.
Sí es cierto que hábitos higiénicos, ejercicio al aire libre y comida suficiente y variada pudieron proporcionarles esa diferencia no solamente en longevidad sino probablemente también en una mejor calidad de vida.