El interminable desfile de disfraces de Balenciaga
Demna Gvasalia o el triunfo del esperpento surrealista
¡Ay si don Cristóbal levantara la cabeza, volvería a caer fulminado! Demna Gvasalia, que sabe de moda lo que yo de física cuántica, ha vuelto a dar otro golpe de efecto con su desfile de hace un rato. Como en el cuento de El Traje Nuevo del Emperador de Christian Andersen en el que nadie se atreve a decirle al rey que va desnudo, en el cuento de Balenciaga-Gvasalia nadie tiene bemoles de calificar como fiesta de disfraces o viaje mental a los desfiles de este georgiano que ha basado su carrera en el esperpento permanente.
Así las cosas, no me queda otra que explicar que Demna Gvasalia y su hermano Guram, que actúan juntos cual pin y pon del terror estilístico, siempre están satisfechos por «subvertir el statu quo de la moda», según sus propias palabras, mostrando sus inventos en pequeños clubs gays de París, vendiendo ínfulas a Kanye West –que se traga todo lo que suene a escándalo– o publicitando la marca del artista de Guetaria con niños que juegan con ositos vestidos de sadomasoquistas. La fuertes críticas contra estas últimas imágenes en las redes sociales acusando a los Gvasalia y a Balenciaga de tolerar la pedofilia y la explotación infantil casi llevaron a François Pinault a prescindir de los hermanos georgianos. Pero ha debido decidir que nunca tuvieron más eco sus hazañas con la casa de origen español.
La realidad es que Demna Gvasalia no crea nada vendible, bueno, sí, algunos bolsos que les fabrican los talleres de Gucci y algunas camisetas que se fusilan en El Rastro. Pero en esta oportunidad adicional que el grupo Kering les ha dado a los Gvasalia, los georgianos han creado un repertorio de fiesta de disfraces de instituto de barrio marginal. El desfile comenzó con una serie de sorprendentemente bonitos vestidos de noche largos y rectos en pailletes cobres y grises con una especie de «mini tontillo» lateral, uséase, una suerte de mini cancán lateral sobre las caderas. La primera modelo mascaba chicle abriendo la boca como si le fuera la vida en ello. Muy chic. Luego comenzó una serie de abrigos de pieles estilo años 90 de arriba a abajo que imaginamos estaban hechos con materiales no animales que son finalmente mucho más nocivos para el medioambiente que las pieles de antaño. Hasta ahí, no iba del todo mal la cosa.
Pero el toque general del desfile fue colocar antifaces de distintos tonos a los modelos, ellas y ellos, porque ha sido un desfile mixto, de tal modo que simulaban no poder ver mucho. Los que se libraban del antifaz cerrado, iban tocados con un sombrero de punto tipo espía ruso calzado hasta la nariz. La cosa era llamar la atención y evitar que los rostros de las modelos quedasen patentes. Eso si, a las modelos asiáticas –que se vean bien– a Carmen Kass y a una bellísima Esther Cañadas las libraron del tocado, que para algo había costado una pasta traerlas.
Los trajes de chaqueta masculinos para gigante, rozando el suelo y con las mangas hasta las rodillas fueron un ejemplo de cómo vestir a un espantapájaros gastando de lo lindo. Luego siguieron varios vestidos ochenteros maltrechos que dejaban ver unas medias con carreras del tamaño de la M 40. Todo para causar un poquito más de rechazo. Lo siguiente dió pavor, pues era la mismísima parca vestida de cuadros: un/a modelo sin cara aparente que no resultaba muy confortante ver. Por fin llegaron dos o tres vestidos mini en negro con escote halter y las mangas caídas hacia adelante y combinados con botas altas, mera copia de las piezas mostradas por Gucci hace unos días en Milán.
Los monos de mecánico plagados de medio centenar de cadenas y candados, los atuendos con pantalones vaqueros en forma de chal frontal, los conjuntos con sudaderas por arriba y por abajo, a modo de falda larga y los vestidos de Lolita sexy sideral fueron preludio de los conjuntos de chándal atados con cinta de plástico de embalar, que precedieron a su vez a la novia final, de negro y con un vestido palabra de honor al que iban cosidos unos 40 souties y ropa interior variada. Lo dicho: interminable desfile de disfraces ante los atentos ojos de una Kim Kardashian en primera fila previo pago. El escándalo incómodo aumenta la notoriedad de forma exponencial. Y eso lo saben Balenciaga y Kardashian. Agotador esperpento surrealista.