
Comer en ella no es solo un placer, es una forma de vivir.
Gastronomía
La mejor ciudad de Europa para comer está en España
Se posiciona como capital gastronómica por delante de otras como París, Oporto o Nápoles
Hay ciudades que se saborean a cada paso. Calles que huelen a historia cocinada a fuego lento y otras donde la vanguardia chisporrotea en los fogones de chefs que no se resignan al inmovilismo. Madrid, en 2025, es todo eso y más. Una metrópoli donde el cocido sabe a hogar, pero también a revolución. Donde las barras son altares populares, y los manteles largos, escenarios de una ópera contemporánea de sabores, texturas y relatos.
Según el último ranking global de Time Out, la capital española no solo lidera Europa en experiencia gastronómica, sino que se cuela con fuerza en el top 5 mundial, junto a urbes tan potentes como Nueva Orleans, Bangkok o Medellín. El listado, construido a partir de la voz del comensal local y del criterio de editores de la revista en más de 50 ciudades, refleja algo más que preferencias: dibuja el mapa emocional del gusto global. Y Madrid, con su posición por delante de gigantes como París, Oporto o Nápoles, confirma lo que muchos ya intuían: comer en Madrid no es solo un placer, es una forma de vivir.
Los criterios utilizados por Time Out para elegir a las mejores capitales gastronómicas del mundo no se basaron solo en la alta cocina. Se pidió a los encuestados que valoraran desde la calidad del producto hasta la accesibilidad de la oferta, pasando por la diversidad, la autenticidad y la emoción. Es decir, se buscaba mucho más que estrellas Michelin; se buscaba alma.
Y Madrid, según la conocida revista, la tiene. En sus tabernas centenarias donde el vermú fluye y la oreja se sirve con alegría. En casas de comidas como La Capa o Quinqué, que con discreción, disciplina y devoción por el producto hacen lo que mejor saben hacer: cocinar bien, sin pretensiones. En templos como Sacha, que merecería ser Patrimonio Gastronómico Nacional. O en proyectos jóvenes como Chispa, OSA o Tontón, donde la nueva generación de cocineros madrileños explora con pasión la tradición para reinventarla.Y es que durante años, Madrid fue tierra de barra y caña, de tortilla jugosa y jamón bien cortado. Su oferta se regía por la contundencia de lo castizo: los callos, las bravas, la oreja a la plancha. Sin embargo, sin renunciar a esa raíz, la ciudad comenzó a abrir sus fogones a otros mundos. Chefs jóvenes, muchos formados en las grandes cocinas del norte de España o en París y Nueva York, regresaron con ganas de reinterpretar lo propio y abrazar lo ajeno.

El mercado de San Miguel en la Cava Baja, epicentro de la vanguardia gastronómmica
Tradición y modernidad no se enfrentan: se abrazan. Y ese mestizaje —emocional, cultural, gastronómico— es su mayor fortaleza. Para quien busca comer bien, comer distinto o simplemente comer con verdad, no hay mejor lugar en Europa ahora mismo. Mercados como el de San Miguel o Platea Madrid son ejemplo de esta diversidad culinaria, donde es posible recorrer el mundo en cada bocado.
Restaurantes como DiverXO, del irreverente Dabiz Muñoz, pusieron a Madrid en el radar con su cocina «hecha de locura controlada», como él mismo la define. Con tres estrellas Michelin y una lista de espera interminable, DiverXO no es sólo un restaurante: es una experiencia sensorial que sintetiza lo que hoy es Madrid, un cruce de caminos y culturas servido en plato hondo.