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Supermercado con estanterías vacías

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Gastronomía

Desabastecimiento y frugalidad

Ante el temor del desabastecimiento de los alimentos podemos poner en práctica la antigua y útil virtud de la frugalidad cuidando lo que tenemos, evitando el desperdicio y planificando mejor las comidas

Vivimos en una burbuja histórica de confort, de facilidades y abundancia. Convendrán conmigo que acercarse al supermercado de la esquina a elegir la cena es cómodo. Y más que lo traigan a casa, calentito y todo. Más aún, el restaurante de la esquina siempre está abierto y podemos elegir el estilo de cocina, comer mexicano en el corazón de Madrid o disfrutar de un menú de tapas en Estocolmo. Se nos ha olvidado que hasta no hace tanto las lentejas de un día eran el puré del día siguiente. Y que los restos del pan se convertían en las migas el domingo o en un buen gazpacho si apretaban los calores. La creatividad de las mujeres de hace nada más que unas pocas décadas era la magia de la que se extraían ricos platos de aprovechamiento, gracias a los que sobrevivía la economía familiar. Y no solamente en España, todo Occidente vivía una pauta idéntica, estábamos sometidos a la temporalidad, había tomates en verano y si uno quería salsa de tomate en invierno había que tomarse el esfuerzo de preparar la conserva. Y durante el invierno había, según la zona, naranjas, coles o cardos. Cada nueva temporada se vivía con la alegría del cambio de los alimentos, que no siempre estaban en el mercado todo el año.

Kofi Annan dijo que el 11 de septiembre de 2001 que penetramos una nueva era «bajo puertas de fuego», pero ¿alguien dijo que no éramos o somos vulnerables? La humanidad ha temido siempre la hambruna, la necesidad, el desabastecimiento de lo más importante, los alimentos. Y en este bien abastecido siglo XXI suenan tambores de carestía. La seguridad era una ilusión, el ser humano está sometido a la turbulencia de los tiempos, y quién más o quién menos ha comprado alguna lata extra. Somos vulnerables como civilización y en lo personal. Pero no podemos hacer nada para evitarlo, la vida es frágil y maravillosa, por eso tienen tanto valor el presente, la experiencia del pasado y la ilusión del futuro.

Es posible que se rompan en algún momento las cadenas de abastecimiento y que nos falte algún producto puntual, pero dada la oferta que tenemos, su abundancia y diversidad, probablemente será algo más simbólico que otra cosa. Mientras, podemos poner en práctica la antigua y útil virtud de la frugalidad cuidando lo que tenemos, evitando el desperdicio, planificando mejor las comidas y siendo conscientes del valor de la oferta que nos regala el estilo de vida de la cultura occidental. También la alimentación forma parte de las claves de una civilización, y el gozo de la gastronomía y su impresionante variedad, nuestros bien abastecidos mercados y la vida social alrededor de la comida son parte de la alegría de vivir, y de vivir bien.

Acumular alimentos solo provocará una innecesaria tensión en su distribución y no será eficaz a nivel doméstico, porque nuestra forma de vida necesita la cooperación de muchos sectores profesionales, desde los productores hasta los transportistas y finalmente el punto de venta. Otra cuestión es la subida de precios que ya se hace incómoda y golpea a las familias. Es posible que el miedo al desabastecimiento forme parte de la conducta de supervivencia humana, aunque en las circunstancias actuales no se justifica. Pero en cualquier caso utilizar las antiguas técnicas de aprovechamiento de alimentos no va a sobrar, más cuando la tecnología está de nuestro lado: congelar productos de temporada a buen precio, deshidratar algunas frutas y verduras que lo admitan (ahora las setas están perfectas para su deshidratación), reaprovechar y formatear los guisos tradicionales, refrescar las sobras de carnes para acompañar un buen plato de pasta… todo vale, cuidará nuestro bolsillo y nos proporcionará el placer del aprovechamiento inteligente. Cocinar (y hacerlo bien) puede ser la gran rebelión del s. XXI ¿se atreven?

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