Retrato de una generación ¿frustrada? que no sale de casa de sus padres
Según los últimos datos del INE, el 55 % de los jóvenes españoles de entre 25 y 29 años siguen viviendo en el hogar familiar
¿Son los 30 los nuevos 20? La edad de emancipación de los jóvenes en España ha ido aumentando hasta difuminarse con el paso entre la juventud y la adultez. A los 20, la mayoría de las personas continúan siendo estudiantes universitarios, etapa que también se ha alargado ante una especialización cada vez más solicitada. Los hay que empalman máster con máster y llegan a la treintena con un contrato en prácticas y una nómina que no da seguridad casi ni para comer.
En este país, según indica Mercedes Bermejo, psicóloga y vocal de la junta de gobierno del Colegio de Psicólogos de Madrid, «no hay cultura de fomentar la independencia desde edades tempranas». No se anima a los jóvenes a volar del nido y esto se constituye como una de las causas principales de que a día de hoy, según los datos de la última Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE) del año 2020, el 55 % de las personas de entre 25 y 29 años sigan viviendo con sus padres. Y lo que es más: este porcentaje se ha incrementado en un 6,5 % en los últimos siete años. En mayores de 30 años y hasta los 34, esta cifra desciende al 25,6 %, aunque también ha aumentado en 5 puntos desde 2013.
«No quiero ser un lastre para mis padres»
Teresa es una de estas jóvenes españolas que a sus 29 años continúa en el hogar familiar. Es diseñadora de interiores, emprendedora y a la vez vendedora en una tienda de muebles y decoración. Está deseando emanciparse, pero para ella, es «inviable». «Gano 800 euros al mes más algunos ingresos aparte que me proporciona mi empresa. Mi pareja todavía no quiere salir de casa y, tal y como están los alquileres, sola no puedo irme», cuenta.
Lo que Teresa no quiere es emanciparse y volver cada semana a recoger táperes llenos de comida, o tener que regresar a los tres meses porque no tiene dinero para subsistir por sí misma. «Me habría independizado antes, pero de forma precaria. Tampoco quiero ser un lastre para mis padres», confiesa la interiorista.
Una relación más horizontal
Cuando un joven ya no tan joven decide, por cuenta propia o de manera impuesta por el mercado laboral y el difícil acceso a la vivienda, seguir bajo el techo de sus padres, las relaciones familiares cambian, porque según explica la psicóloga, ni ellos son ya niños ni sus padres una autoridad. «Surge una dificultad para establecer roles en el hogar, en una estructura que no es como la esperada. Se busca que la relación sea más horizontal, pero los progenitores quieren seguir teniendo esa potestad sobre sus hijos», explica Bermejo.
Esto es algo que Teresa ha venido notando últimamente. «Ya me considero adulta y tengo mi manera de hacer las cosas, mis propios horarios, y mis padres, también los suyos», afirma. Los roces surgen, por ejemplo, para establecer la hora de la cena. «Es su casa y son sus reglas, pero ya no te pueden castigar o decir que se cena a tal hora».
Falta de autonomía y autorrealización
Hasta que no se tienen ciertas garantías de seguridad, como un contrato laboral indefinido, o la capacidad de pagar un alquiler o comprar una vivienda y no llegar a fin de mes desayunando, comiendo y cenando sopa de fideos, Bermejo explica que los jóvenes no ven el momento de salir de casa e independizarse. Esta situación, el vivir en la habitación en la que te has criado cuando te conviertes en adulto, puede generar sentimientos de frustración tanto en padres como en hijos.
«En los más jóvenes, pueden surgir dificultades emocionales como consecuencia de una sensación de falta de autonomía y de realización personal», explica la psicológica. La otra cara de la moneda, los padres, que muchas veces son ya de tercera edad, se encuentra con responsabilidades que no piensa que son acordes a la etapa de descanso que viven. «Tienen otro tipo de prioridades, entre las que no se incluye estar todavía al cuidado de sus hijos», ahonda Bermejo.
Los 30 son los nuevos 20. Los datos reflejan que el salto se da con el paso a la treintena, cuando disminuye a la mitad el número de ellos que siguen viviendo con sus padres, aunque todavía muchos de ellos sigan sin conseguirlo después. Mientras que sus progenitores a su edad ya estaban casados o habían comprado su primera casa, los jóvenes de hoy se enfrentan a la frustración de no poder, que sí querer, salir de casa.