Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo
20 señales que podrían indicar que un niño tiene autismo
En algunos casos, estos rastros están ahí pero no indica un autismo, sino otro trastorno. La psicóloga Júlia Ballester indica que los que más se confunden con el TEA suelen ser la discapacidad intelectual y el trastorno específico del lenguaje
La edad media de diagnóstico de un trastorno del espectro autista en España supera los 3 o 4 años. Esto, según Júlia Ballester, profesora de Psicología de la Universidad Abat Oliva CEU, es llegar tarde. «De los 0 a 3 es cuando mayor plasticidad cerebral hay», explica, a lo que añade que hay estudios que demuestran que cuanto más precoz es una intervención temprana en el niño, se obtienen mejores resultados.
«No significa que se vaya a revertir, porque es un trastorno crónico, que la persona va a tener toda su vida», indica la psicóloga. En este sentido, añade que hay evidencias de que antes de los 3 años ya se dan en algunos niños, a los que después se les diagnostica trastorno del espectro autista, algunas de las que llaman señales de alarma de posible riesgo de autismo.
Que se presenten algunos de estos signos o comportamientos en el menor no quiere decir automáticamente este trastorno. En algunos casos, la señal está ahí, pero no indica un autismo, sino otro trastorno. Ballester indica que los que más se confunden con el TEA suelen ser la discapacidad intelectual y el trastorno específico del lenguaje.
Los primeros meses de vida
Antes de cumplir el año, según indica Ballester, ya se pueden apreciar algunas señales que podrían indicar la presencia del trastorno. Siguiendo los principales hitos del desarrollo se pueden ver algunas de ellas. En torno a los dos o cuatro meses de vida, normalmente el niño ya hace contacto ocular, fija los ojos en los de sus padres. «Esto en un niño con autismo no ocurre, igual que tampoco ocurre con la sonrisa social», indica al psicóloga. Se refiere con esta última a la tendencia innata en los bebés que sonríen cuando alguien les mira. En cambio, un niño autista sonríe cuando ya es un poco más mayor «cuando hay estímulos físicos que les llamen mucho la atención, pero rara vez ríen simplemente por la presencia de papá o mamá», añade la profesora.
Más adelante, alrededor de los seis meses, la mayoría de los niños comienzan a disfrutar de los juegos que involucran alguna sorpresa. Por ejemplo, que la mano de su padre aparece a cada rato por un lado distinto para hacerle cosquillas. De nuevo, esto en menores que después son diagnosticados un TEA no sucede: prefieren los juegos repetitivos, con los que se sienten seguros. Estos cambios inesperados pueden provocar enfado en ellos. Lo mismo ocurre con los pasatiempos que involucren esconder un juguete y tener que buscarlo: la mayoría de niños levantará la manta para encontrarlo, pero cuando una persona con autismo pierde de vista un objeto, es como si dejase de existir.
A partir de los nueve meses aproximadamente, según indica la profesora, los niños desarrollan el miedo a los extraños. «Identifican quienes son sus padres y a quienes no conocen», explica. Un claro ejemplo que pone Ballester es el momento de dejar a un hijo la primera mañana de colegio: «Se agarran y no quieren que se vaya, pero en niños que después han desarrollado TEA no hay esa reacción», continúa. En cambio, se quedan tranquilos, como si nada pasara.
A partir del año
Los niños descubren el mundo cada día y cuando todavía no saben poner palabras a lo que ven, van señalando aquello que les gusta y mirando a sus padres para compartirlo. La llamada «atención conjunta». Ballester indica que esto es algo que no ocurre en menores con autismo. Estos chicos son muy autónomos y si quieren algo, van a cogerlo por sí mismos, sin pedir ayuda.
En muchos menores diagnosticados con autismo, analiza la psicóloga, se ha visto cuando se ha pedido a sus padres grabaciones de cuando era más pequeño que no responden cuando se les llama por su nombre. «Son vídeos donde tienen que llamarles muchas veces y alzar mucho la voz. A veces ni aun así responden», explica. Es más complicado para sus padres llamar su atención y, según afirma Ballester, muchos de ellos piensan en un principio que lo que el niño tiene es algún problema de audición. Esto sucede porque un niño con TEA siente «más interés por lo objetos que por las personas», añade Ballester. Al mismo tiempo, les interesa mucho también el aspecto sensorial de los objetos y si tienen un cochecito van a darles vueltas a las ruedas por largo rato y en raras posturas, como mirándolo desde abajo o de lado.
El juego simbólico, como la hora del té, aparece al año y medio de vida. En cambio, una señal de alerta de TEA puede ser que el niño siga prefiriendo los juegos más de bebé, entretenimientos más repetitivos. «Hay niños que incluso hasta los tres, cuatro o cinco años les cuesta mucho este juego», dice la psicóloga.
Más allá de los dos años
El TEA hace que quien lo padece tenga una mayor dificultad para adaptarse a los cambios, que además provoca que tengan poca curiosidad por las cosas nuevas. Si siguen una ruta cada día para ir al colegio y un día cambia, la reacción suele ser nerviosismo por su parte. «No saben qué va a pasar, pierden su sensación de control», ahonda en esta cuestión la profesora. Ante esta situación, el contacto físico no sirve para calmar a muchos de estos niños.
Son al mismo tiempo «muy selectivos con la comida», indica la experta. Para ellos, los platos de casa no saben igual que los del colegio, por lo que puede que algo que le gusta cuando está cocinado por su padre, si no es él quien lo hace no se lo coma.
En lo que se refiere al lenguaje, muchas veces cuando hay autismo suele haber también un retraso en la aparición del habla. «Cuando este llega, se ve que es un lenguaje que llamamos ecolálico o estereotipado. Son niños que van repitiendo las mismas palabras todo el día», indica Ballester. Muchas veces sin tener ningún sentido con la conversación que discurre a su alrededor. Cuando son más mayores, esta forma de comunicarse se vuelve monótona, con alteración en la «prosodia», explica la psicóloga, que quiere decir no hacen fluctuaciones en su entonación.
Probablemente un niño al que después se le diagnostique este trastorno hable de sí mismo en tercera persona. «Les cuesta mucho decir 'yo'», añade. Este momento, en el que ya hay lenguaje, suele coincidir con el comienzo de la educación infantil, cuando la psicóloga dice que comienzan a verse las señales mucho más claras. En el colegio, los profesores ven las dificultades que pueda tener un alumno para seguir el ritmo de la clase y las alteraciones del comportamiento que presentan la mayoría de los niños con autismo, como pulular mucho por el aula o quedarse en un rincón donde se sienten más seguros ante tanta gente que no conocen.
Ante las situaciones desconocidas o que provocan incertidumbre, suelen aparecer movimientos repetitivos, como aleteos con los brazos. «Se ha visto que hacer algo repetitivo es algo que pueden controlar, entonces les calma», concluye Ballester, que añade que también han visto que en busca de seguridad se miran las manos y así se tranquilizan ante situaciones que les resultan ansiosas.