'La Antorcha'
María Calvo: «Cualquier mujer quiere un varón que le pueda dar protección y seguridad»
La autora de una decena de libros sobre feminidad y masculinidad, esposa y madre de cuatro hijos, habla en La Antorcha sobre vínculos familiares, el papel del padre y el boom de las madres solteras
De por qué es tan importante el vínculo con el varón en el hogar, qué ataques recibe y cómo preservarlo, María Calvo, autora de una decena de libros sobre feminidad y masculinidad, esposa de Pablo desde 1992 y madre de cuatro hijos, ha hablado con La Antorcha, la revista gratuita de la Asociación Católica de Propagandistas.
–Para hablar de los vínculos en el hogar, lo primero es recordar que un vínculo es una ligazón que une dos factores diferentes. ¿Cuáles son, en términos generales, las diferencias entre el varón y la mujer?
–Hay una evidente, que es la capacidad que tenemos las mujeres de traer vida al mundo. Eso nos hace totalmente distintas: nosotras tenemos una visión de la vida más humana y enfocada en la persona. La mujer está más preparada para el encuentro, para lo íntimo, para los sentimientos. El hombre, para el exterior, para la independencia, para lo público. Estas diferencias se ven desde que nacemos, pero los científicos afirman que, ya desde la octava semana de gestación, cuando estamos en el útero materno y nuestro cerebro se ve influido por los estrógenos o por la testosterona, ya tenemos un pequeño cerebro de mujer, muy diferente del cerebro del hombre. Salvo la igualdad total en derechos, deberes, humanidad, dignidad, objetivos a cumplir y cociente intelectual, el resto es distinto. Esto implica que tenemos una forma de ver la vida muy diferente, que nos hace dar valor a cosas distintas. Y eso es importantísimo porque, en el ejercicio de la función paterna y materna, nos complementamos y conseguimos el equilibrio para los hijos.
Al hombre hoy se le admite en la medida en que sea una mujer defectuosa
–Los padres no somos «madres con barba», sino que ejercemos la paternidad de un modo diferente del que las mujeres ejercen la maternidad. ¿Qué sería, por tanto, lo específico del varón en el hogar?
–El hombre está dotado especialmente para dar protección y seguridad, y precisa sentirse necesario en ese sentido. Esto es algo que ahora se le veta y coarta. Al hombre hoy se le admite en la medida en que sea una mujer defectuosa. Se le exige que sea suave, cariñoso, emotivo, sensible... Todo eso es magnífico. Pero, cualquier hijo, cualquier hija, cualquier mujer, quiere un hombre que en un momento dado le pueda dar protección y seguridad.
–¿Y lo específico de la mujer?
–Lo esencial es traer vida al mundo, y tener esa visión que nos permite ejercer una ética del cuidado de un modo especial. La mujer es humanizadora de la sociedad, que decía Juan Pablo II. Y, por desgracia, también esta es una faceta que se ha diluido e invisibilizado mucho. Nos hemos masculinizado y tenemos esta capacidad atrofiada. Dice Mariolina Cierotti que la mujer tiene dos partes: una huella psicológico-materna ineludible, seamos madres o no, porque la maternidad no es el fin ineluctable de la mujer; y otra parte erótica, de mujer, de profesional, de amiga, de hija. Nuestro equilibrio depende de conseguir el equilibrio entre ambas partes. Pero en las últimas décadas, la parte erótica ha devorado a la materna, y nos hemos vuelto muy autorreferenciales y narcisistas, y hemos olvidado nuestra capacidad humanizadora.
–¿Cómo impacta en los hijos el vínculo paterno?
–Tiene un impacto enorme. Los padres, varones, no debéis minusvalorar el poder de daros a vosotros mismos, porque la huella paterna es imborrable, en positivo o en negativo, por acción u omisión. El ejemplo perfecto nos viene de san José. En él tenemos un ejemplo maravilloso de ternura, de la capacidad de dar cariño, pero también de la fortaleza exterior y sobre todo interior para salvar los obstáculos terribles que se le presentan. Ahí se ve la dimensión de seguridad y protección de la familia que debe tener el padre.
La huella paterna es imborrable, en positivo o en negativo
–¿Cómo debe ser su vínculo con el hijo varón?
–Para el hijo varón, el padre va a ser su primer modelo de masculinidad. Por eso es importante que el padre sea equilibrado, con esa mezcla de ternura y fortaleza. Para ellos, será el primer líder. Los hijos necesitan un líder, y si no lo encuentran en su padre, lo van a buscar fuera y lo pueden encontrar en ambientes no recomendables. En cuanto a su identidad sexual, es muy importante hoy, cuando se nos intenta convencer de que la identidad sexual es fluida y y elegible, que el hijo tenga un modelo de masculinidad equilibrado. El padre necesita validar la masculinidad de su hijo, transmitir el mensaje de que la masculinidad es hermosa, de que ser hombre es algo bueno. Para eso ayuda realizar ritos iniciáticos con el varón.
–¿Ritos iniciáticos? ¿A qué se refiere?
–No se trata de ir a cazar un león. Pero las niñas se transforman en mujeres por la propia naturaleza, y la capacidad que tenemos para ser madres nos da mayor responsabilidad y una visión más madura. Sin embargo, al varón, la naturaleza no le facilita eso y necesita un padre que lo conduzca con cariño, pero con autoridad, hacia la hombría. Las madres podemos transformar un embrión en un niño, pero no podemos transformar ese niño en un hombre. Para eso, necesita a su padre. Y convertirse en hombre es hoy una tarea muy complicada. Sin embargo, el niño tiene que experimentar un desgarro de ese mundo femenino maternal, tan dulce, y experimentar una conexión con el mundo masculino paterno. Ahí, ciertos ritos marcan el camino de la infancia a la madurez, en los que el padre le da una responsabilidad y lo introduce en ambientes que pertenecen a los adultos, con pequeños gestos como llevarlo a ver un partido de su deporte favorito, o hacerlo miembro de su club de fútbol, o compartir una afición, o enseñar cómo se pone una corbata, o ayudarlo a afeitarse. Son ritos que al niño le hacen sentirse orgulloso y validado por su padre, y que él interpreta como «mi padre está orgulloso de mí y me está conduciendo a ese mundo de adultos al que quiero pertenecer».
–¿Y el vínculo padre-hija?
–El padre será su primer amor. Y esto es muy importante, porque va a ser el filtro a través del cual mire al resto de los hombres. Si ve en su padre un hombre enamorado de su madre, que la respeta, que trabaja en casa… ese es el filtro que ella va a exigir. La mejor recomendación que podemos dar a los padres es que tenéis que ser como queréis que sean los novios de vuestras hijas. Hace poco, estaba tomando un café en la Universidad y oí a un grupo de chicas de unos veinte años que decían que no se querían casar, que no querían saber nada de los hombres, que todos eran machistas y pervertidos... Y una dijo: «Yo no pienso así, yo quiero encontrar un hombre que me mire como mi padre mira a mi madre».
Las madres podemos transformar un embrión en un niño, pero no podemos transformar ese niño en un hombre
–Promiscuidad, retraimiento, confusión de género… ¿Qué actitudes aparecen cuando falla el vínculo con el padre?
–Las hijas suelen interiorizar la falta de vínculo afectivo con el padre. Muchos estudios demuestran que lo interiorizan con depresión, baja autoestima, anorexia, buscando el afecto masculino en otros hombres, en relaciones sexuales inadecuadas, con embarazos adolescentes... Y los varones suelen exteriorizar la falta del vínculo: agresividad, rechazo de lo masculino o incluso violencia. El informe del fiscal de menores del año pasado en España muestra que el delincuente tipo es varón, menor de edad y sin padre. Y este es un dato al que no se le da importancia. En todos los altercados que hubo en Francia en agosto pasado, con jóvenes saliendo a la calle y destrozando mobiliario urbano, quemando coches, saqueando tiendas… a más de mil se les hizo un seguimiento sociológico y se demostró que habían crecido sin padre. Estos jóvenes necesitaban esa ley simbólica de la familia, ese orden de filiación que impone el padre. Macron dijo: «Hay hambre de ley». Pero, en realidad, hay hambre de padre. La ausencia paterna genera angustia existencial.
–¿Y esta ausencia tiene que ver con la promoción del movimiento transexual?
–Por supuesto. Pensamos que la teoría de género afecta solamente a los pobres chicos o chicas que sienten que no están en el cuerpo adecuado. Sin embargo, la hemos absorbido en el ámbito de nuestras familias. Y ha ocurrido por tres circunstancias: primero, porque negamos la naturaleza y nuestra alteridad sexual; segundo, por la emotividad exacerbada; y tercero, por la pérdida de la razón. La teoría de género se basa en que la identidad sexual es un sentimiento fluido que varía y puede modificarse constantemente según nuestro deseo. Hemos perdido la razón, y por tanto hemos perdido la capacidad de amar, que en la familia es importantísima. Una causa de separación es que ya no siento lo mismo. ¡Claro que no! Es que cuando nos casamos, no prometimos o juramos estar igual de enamorados y sentir lo mismo que el día de la boda. Prometimos amar. Y amar requiere de la razón, requiere abrazar la realidad y pensar en el otro antes que en uno mismo.
Queremos que los hombres sean suaves, y cuando lo son decimos que son homosexuales o trans
–¿Qué ocurre cuando los padres se encuentran con un hijo que es más sensible, que exterioriza más sus sentimientos, que no le gusta lo rudo, y a quien, por ello, la sociedad conduce a la homosexualidad o la transexualidad?
–Hay muchas formas de ser varón y ser empático y tierno es parte de la masculinidad. Pero también lo es la fortaleza. Lo que pasa es que no me refiero a una fortaleza física, sino a una fortaleza interior. Un niño que es suave exteriormente, que no le gusta el fútbol, pero le gusta la poesía o la canción, es tan masculino como un jugador de rugby, porque su fortaleza es una fortaleza interior. Paradójicamente, hoy queremos que los hombres sean suaves, y cuando son suaves decimos que son homosexuales o tienen problema de transexualidad.
–El rol del varón ha cambiado con respecto a las generaciones anteriores. ¿Qué papel juega hoy el esposo dentro del hogar en el vínculo con su esposa?
–Yo creo que el esposo nos libera. Muchas veces pensamos que los vínculos nos oprimen y constriñen una idea de libertad que es dar rienda suelta a todos mis deseos. Pero eso es una forma de esclavitud, porque soy esclava de mis caprichos, de mis impulsos. Y el vínculo con el hombre me libera profundamente.
–¿Por qué?
–Porque un hombre que es equilibrado, que sabe de ternura y fortaleza, me va a servir de apoyo. La autoestima femenina depende de los vínculos, incluso más que los hombres, cuya autoestima es más alta cuando se saben independientes. La mujer, por lo general, necesita vínculos y tejer una red social. Ahí el principal vínculo tiene que ser nuestro esposo, nuestro marido, como apoyo principal. Y una vez que somos madres, nos libera más que nunca, porque nos libera de los hijos.
Esta idea extendida de que la libertad es no tener vínculos es terrible y errónea
–Creo que eso merece una explicación…
–Las madres tenemos un amor tan desmedido por los hijos, somos tan sacrificadas, que a veces nos convertimos en solo madres, todo madres. Y nuestra vida gira en torno a los hijos y nos olvidamos de que somos mujeres y esposas. La faceta materna en este caso devora a la erótica. Esto no es bueno para los hijos, porque una madre así asfixia. No regala libertad, sino que crea una relación sinérgica y simbiótica con el niño, y mata las alteridades y la independencia. Y aquí la intervención del varón es importantísima: responsablemente, dando valores y haciendo un seguimiento, libera a los hijos de una madre que puede sofocar en amor, y nos libera de los hijos, al recordarnos que no somos solo madres. Esto es algo que las mujeres tenemos que aprender cuanto antes, porque como matrimonio nuestro fin es volver a estar solos y felices. La pareja primero, siempre.
–Si son tan importantes para la persona y la sociedad, ¿cuáles son las causas de que hoy se intenten socavar los vínculos con el padre?
–Esta idea extendida de que la libertad es no tener vínculos es terrible y errónea. Porque los psicólogos han demostrado que la plenitud en soledad es imposible. Detrás hay un proceso histórico y social que viene incluso de antes de la revolución del 68. Ya Simone de Beauvoir, que era una representante del existencialismo ateo francés, consideraba el hogar como algo humillante, y la maternidad como una forma de opresión que tenían los hombres para mantenernos sometidas. Se considera que la mujer está subyugada, esclavizada por la maternidad, humillada a través de las tareas del hogar. Y para liberarla había que desvincularla del hombre, que es un enemigo y debe pasar a un segundo plano.
–Y en estas, llegó mayo del 68…
–La revolución sexual del 68 supuso una emancipación de la mujer, pero contra el hombre, ignorando todo lo bueno que había traído el hombre consigo en generaciones anteriores. Fue legítimo y bueno que la mujer se introdujese en el ámbito público y profesional. Pero la ola feminista se pasó de frenada, exigió una igualdad irreal en el ámbito reproductivo y biológico, y reclamó una desvinculación de la sexualidad respecto del amor, del matrimonio y de la reproducción, dejando el sexo como algo lúdico y sin el hombre. A las mujeres esto nos ha provocado muchísimo dolor y desestructuración interior; tanta, que ahora el gran problema de la mujer es que experimenta una soledad angustiosa.
El 90 % de los jóvenes en prisión en Estados Unidos crecieron sin padre
–Esta soledad, ¿qué consecuencias tiene?
–Las que ya se están viendo. Pero salen poco a la luz, porque cuando está el hombre de por medio no se hacen estudios, sobre todo en esta vieja Europa que percibe que los hombres no tenéis problemas, sino que sois el problema. Pero la realidad es que la ausencia paterna está en la base de la inmensa mayoría de problemas sociales: drogodependencia, fracaso escolar, abandono del hogar, embarazos adolescentes... El 90 % de los jóvenes en prisión en Estados Unidos crecieron sin padre. En cuanto a la mujer, la problemática es terrible, porque no está hecha para estar sola. Y llega un momento en que quiere llenar esa soledad autoimpuesta que considera al hombre y a los hijos como un fardo. Una encuesta de 2022 del Instituto Valenciano de Infertilidad, entre mujeres de veinticinco y cuarenta y cinco años, mostró que el 62 % no quería ni casarse ni tener hijos, jamás. Habían hecho una ablación de su parte psicológica materna, porque les quitaba libertad y tiempo. Libertad, cuando una libertad sin vínculos es una forma inédita de esclavitud, es la tiranía de mi yo, de mis viajes, mis compras... Y tiempo, cuando la dación del tiempo es la sublimación del amor. La consecuencia es esta mujer hiperactiva, en una turbo temporalidad, siempre haciendo cosas, porque cuando la capa de hielo es muy fina hay que patinar a mucha velocidad para que no se rompa. Y muchas de estas mujeres que renuncian a la vida familiar, llega un momento en que se sienten solas y buscan el hijo que llene su vacío existencial.
–El boom de las madres solteras…
–Las madres solas, sin padre, es la familia que más crece en España. En Finlandia, Suecia, Francia... ya es la familia mayoritaria. Y lo terrible es que ese hijo no nace libre, sino sometido a una relación de dominación, porque viene a cumplir un fin en la vida de esa madre: ser su acompañante en su soledad existencial, dar sentido a su vida.
–¿Cómo revertimos esta situación?
–Yo no soy optimista, en el sentido de que esto se solucionará solo. Lo que tengo es esperanza. Pero la esperanza requiere acción. La esperanza es no dar a lo nefasto y, por desgracia, dominante de este mundo, el estatuto de definitivo; y luchar. Empezando por nosotros. Muchas veces nos quejamos de lo que pasa y pensamos en qué fuerzas ocultas habrá en este mundo tan delirante. Pero tenemos que hacer examen de conciencia para ver cómo nosotros, los cristianos, hemos sido capaces de permitir que esto pase. ¿Hemos dejado de amar? ¿Hemos dejado de proclamar la belleza de los vínculos matrimoniales? En cierta medida creo que ha sido así. No nos hemos dado cuenta de que ese vínculo matrimonial que prometimos ante el altar es algo que hay que trabajar día a día. Hemos olvidado que el amor es un ejercicio de la voluntad. Hay que querer, querer. Nos hemos perdido en este marasmo de teorías de género y de individualismo, hemos creído que sólo los sentimientos son fundamentales y no nos hemos dado cuenta de que hay que luchar por esos sentimientos, que hay que luchar por el amor hacia nuestro marido y hacia nuestra mujer. Y que tenemos que luchar por cuidar nuestros vínculos en el hogar.