La azarosa vida de Ricardo Bofill hijo que sonrojó a su icónico padre
Su matrimonio con Chabeli Iglesias y su posterior noviazgo con Paulina Rubio marcaron una época oscura en la que mostró la peor versión de sí mismo. Líder del papel cuché durante una alocada etapa de rebeldía y excesos, el hijo del genio de la arquitectura rompió con todo lo perjudicial, pero no evitó enturbiar la impecable reputación de su progenitor
El fallecimiento del arquitecto barcelonés Ricardo Bofill Levi a los 82 años ha dejado devastada a su familia y, en concreto, a su hijo Ricardo Bofill Jr, la antítesis de la formalidad, la seriedad y la estabilidad que marcaban la vida de su progenitor. Se consagró como uno de los grandes de su profesión y fue galardonado en numerosas ocasiones con premios de prestigio que aumentaron su notoriedad dentro del mundo de la jet set.
Sin embargo, su impecable carrera profesional se vio empañada por la vinculación de su hijo con determinados personajes de la crónica social. Una vida amorosa que le hizo sonrojar en más de una ocasión. No le afectó, tampoco le perjudicó, pero hizo que su nombre traspasara las fronteras de la clase y el saber estar propios de la burguesía a la que perteneció durante toda su vida.
Aun así, la elegancia le caracterizó hasta el final de sus días, incluso supo adentrarla en las alocadas y elocuentes redes sociales. De ahí, que su perfil de Instagram fuese un claro retrato de la experiencia y la sabiduría.
Su hijo también se proclamó rey, aunque en vez de la arquitectura, del papel cuché, a pesar de formar parte de la respetada empresa de su padre. Actualmente se escuda en el anonimato y en una vida sana alejada del foco mediático, aunque lo cierto es que en los años 90 se convirtió en unos de los rostros más recurrentes de las revistas del corazón.
Saltó a la prensa rosa gracias a su matrimonio con Chabeli Iglesias a su posterior noviazgo con la cantante Paulina Rubio y a su breve idilio con la actriz Ana Turpin. Con las tres terminó mal y todas ellas marcaron una oscura etapa de su vida que desencadenó en otra mucho más polémica, aquella en la que, abducido por los vicios, los excesos y un fuerte carácter difícil de controlar, se convirtió en uno de los personajes más conflictivos de Tómbola y Crónicas Marcianas.
Llegó un momento en el que se cansó de esa rutina, lo que le llevó a dar un giro radical a su vida ahora ya enfocada en la serenidad y en la responsabilidad. Atrás quedaron sus ganas de conquistar cada uno de los platós de televisión y de convertirse en director de cine y en escritor de novelas eróticas, y todo gracias al resurgimiento de un yo interior que le incitó a dejar de ser «el egoísta, el sádico hedonista y el exhibidor folclórico» que con el tiempo se consideró.
Ahora está centrado en llevar una rutina donde solo tienen cabida los buenos hábitos. Cuida su alimentación, practica deporte, reniega de cualquier tipo de adicción y permanece volcado en continuar el legado que le ha dejado su progenitor sin preocuparle su soledad a nivel sentimental. Su crecimiento personal le ha llevado a mantener una relación cordial con la familia Iglesias Preysler y con Paulina Rubio y, aunque lo suyo le ha costado, actualmente está disfrutando como nunca de su tan deseado anonimato.