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10 de septiembre de 2024

Agamenón

Agamenón

70 años del Agamenón, el crucero de los Reyes que despierta nostalgias de la realeza de otro tiempo

Los Reyes Pablo y Federica de Grecia mostraron a sus invitados y al mundo las olvidadas bellezas de la Hélade

En estos días de agosto se cumplen 70 años de la travesía de famoso crucero Agamenón, el «crucero de los reyes», que en 1954 puso a Grecia en el mapa de mundo con toda la prensa internacional siguiendo con interés la marcha de un barco, con nombre de héroe de la mitología, a bordo del cual un centenar de reyes y príncipes de toda la vieja Europa convivieron en una cordial armonía reencontrada. Once días (del 24 de agosto al 3 de septiembre) durante los cuales los padres de la Reina Sofía, los Reyes Pablo y Federica de Grecia, mostraron a sus invitados y al mundo las olvidadas bellezas de la Hélade. Un brillante golpe de efecto salido de la ingeniosa inteligencia de la soberana griega, que, a la postre, resultó ser un gran éxito por ser el precursor del turismo de élite en las aguas del Egeo y en la Grecia continental. Atrás quedaban las penurias y los estragos de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra civil librada contra la guerrilla comunista, que había puesto en jaque al país y a la dinastía, y la monarquía helena, a pesar de los desencuentros del Rey Pablo con el autoritario general Alexander Papagos, pasaba por el momento de mayor prestigio en su historia a nivel nacional e internacional.

«Lo primero – recuerda Federica en sus memorias – teníamos que llamar la atención del mundo y, como la prensa mundial se encargó de hacer una gran propaganda del crucero, todo salió muy bien. Pablo y yo deseábamos abrir las puertas de Grecia al turismo, en un país en el que las carreteras se encontraban en un estado lamentable y no había hoteles modernos. El momento parecía ser el más oportuno para llevar a cabo nuestro proyecto, pues nuestros hijos no estaban todavía en edad de casarse. Lo contrario tal vez habría dado otro carácter al crucero». Razones de peso a las que se sumaba, también, el íntimo deseo de la pareja real de reunir a lo más granado de la realeza del momento, tanto miembros de monarquías en ejercicio como de familias reales en el exilio, para un gran reencuentro familiar que pudiese dejar atrás los grandes daños provocados por la guerra mundial, que tantos desgarros, dolores y pesares había supuesto para la mayoría de aquellos reyes y príncipes. Había que reanudar los vínculos de grupo y los lazos de afecto, merecía la pena acoger a los primos alemanes que no habían sido colaboracionistas con el nazismo, y convenía que los miembros de la nueva generación pudieran conocerse. «Únicamente – sigue recordando Federica – una monarquía reinante podría hacer semejante aportación a las familias reales reinantes o en el exilio».

REINA SOFIA DE ESPAÑA CON SU MADRE FEDERICA Y SU HERMANA IRENE DE GRECIA DECADA 1960 *** Local Caption *** REINA SOFIA DE ESPAÑA CON SU MADRE FEDERICA Y SU HERMANA IRENE DE GRECIA DECADA 1960

La Reina Sofía, con su madre la Reina Federica y su hermana, la Princesa IreneGTRES

Así se consiguió reunir a una alegre, variada y jubilosa zarabanda de primos y tíos en distintos grados procedentes de muchos los países, cuya lengua franca era el inglés (la reina griega detestaba el francés) y que ahora podían conocerse, mezclarse y tener ocasión de acercarse a los miembros de la vieja generación, aquella que aún había alcanzado a conocer los brillos y los fastos finales de la belle-époque. Personajes como el viejo príncipe Jorge de Grecia de grandes y vistosos bigotes, esposo de aquella insigne psicoanalista que fue la princesa María Bonaparte, con quien un jovencísimo Juan Carlos de Borbón hizo muy buenas migas en aquellos días; el encantador y casi patriarcal infante Alfonso de Orleans quien, por confesión propia, jugó como un loco con los más jóvenes; o el príncipe Viggo de Dinamarca cuya simpatía aún rememora la reina doña Sofía. «En nuestro caso – nos contaba la princesa María Luisa de Bulgaria –, llegamos allí muy contentos de tener ocasión de poder encontrarnos con aquellos primos del norte a los que nunca antes habíamos visto». Como recuerda doña Sofía, «las listas, las invitaciones, el programa, todo, lo organizaron mis padres, muy en contacto con los condes de París. Estaba también en el ajo Miguel de Grecia, que es primo hermano de mi padre, pero de nuestra generación».

De los reinantes (obviando a los Mónaco y los Liechtenstein) solo faltaron las casas de Bélgica y de Gran Bretaña, esta última por no querer mostrar su vinculación con sus parientes alemanes y por no querer comprometer a su gobierno, por entonces tirante con el de Atenas por la cuestión de la isla de Chipre (mucho lloró la princesa Alejandra de Kent por no poder acudir). Toda una troupe de figuras importantes de tres generaciones distintas, con soberanos en ejercicio como la reina Juliana de Holanda y la gran duquesa Carlota de Luxemburgo, reyes destronados como Humberto y María José de Italia y Juana de Bulgaria, jefes de prestigiosas casas reales exiliadas como los condes de Barcelona o los condes de París y hasta príncipes de casas olvidadas o malditas como Dimitri Romanoff, sobrino del zar Nicolás II. Y, junto a ellos, el grupo de los bulliciosos jóvenes, liderado por los también destronados Miguel y Ana de Rumanía, entre quienes se esperaba que pudiesen surgir uno o varios flirts capaces de perpetuar la importante y necesaria endogamia de clase. «Alejandro [de Yugoslavia] y yo nos enamoramos locamente» nos confesaba la princesa María Pía de Italia, otro romance fue el del príncipe Antonio de las Dos Sicilias y la duquesa Elisabeth de Wurttemberg, pero nada hubo entre Don Juan Carlos y Doña Sofía muy jóvenes por entonces para pensar en aquellas cuestiones.

KING JUAN CARLOS AND QUEEN SOFIA OF SPAIN IN LAUSANNE, SWITZERLAND

Los Reyes Juan Carlos y Sofía, en Suiza en 1960GTRES

Una experiencia inolvidable para aquellos pocos que, todavía hoy, atesoran con delectación lo vivido que solo pudo articularse por la voluntad férrea de Federica de Grecia que consiguió del riquísimo armador Stavros Niarchos la cesión del barco, que recogió a los primeros invitados en Marsella, para desde allí proceder hasta Nápoles y, finalmente, completar el contingente regio en Corfú. La bella isla sede del palacio estival de los monarcas griegos, Mon Repos, donde el grupo quedó conformado «muy en familia». Todos se dieron el tratamiento de tíos y primos sin importar el grado o la cercanía en el parentesco, se dejaron de lado las cuestiones de rango y de precedencia, en las noches, y vestidos de rigurosa etiqueta, reyes y príncipes compartieron las mesas (los asientos se sorteaban por turnos para que las tres generaciones pudieran mezclarse y tejer vínculos de afecto, aunque algunos jóvenes hacían trampas) y, durante el día, el rey Pablo hizo de culto cicerone mientras la condesa de Barcelona grababa metros de película, las princesas de Francia se tomaban fotos remedando a las cariátides de la Grecia clásica y sus hermanos gemelos, Jacques y Michel, se entregaban a continuas travesuras.

«Fue interesantísimo – recordaría años después la condesa de Barcelona – porque la Reina Federica lo tenía todo organizado a la prusiana. Íbamos con el barco a las distintas islas o a los distintos puertos y allí nos esperaban unos autobuses. Cada día se dividía el grupo y cada uno iba con quien quería. Al acabar el almuerzo o la cena, la reina Federica se levantaba un poco y hacía una seña al rey Pablo para que levantara el campo». Desde Corfú partieron hacia Olimpia para, posteriormente, visitar las islas de Creta, Rodas, Santorini, Miconos, Skiathos y Delos y entrar en la Grecia continental para conocer Atenas y asistir a una representación del Hippolitus, de Eurípides, en el viejo teatro de Epidauro concluyendo el periplo en la mítica Delfos. Todo ello en una perfecta mezcla de formalidad (bikinis prohibidos) e informalidad y con baños de mar, juegos y risas de los más jóvenes, que hoy son los últimos representantes de aquella vieja generación de la realeza cada día más extinta.

Un total de 104 personas de las que únicamente quedan con vida 23, que son testigos de excepción de aquel emprendimiento irrepetible, del último intento de mantener vivo el tapiz de la gran familia real europea que nunca más volvería a reunirse de forma tan masiva. Ellos son Juan Carlos y Sofía de España, Beatriz e Irene de Holanda, Astrid de Noruega, Margarita de Suecia, María Pía y María Gabriela de Italia, Simeón y María Luisa de Bulgaria, Irene de Grecia, Isabel de Yugoslavia, Isabel, Elena, Ana y Diana de Francia, la archiduquesa Elena de Austria, el duque Franz y la princesa María Gabriela de Baviera, los príncipes Rainiero y Dorotea de Hesse, la princesa Tatiana Radziwill y el conde Hans Veit de Toerring-Jettenbach. Los últimos del Agamenón y los últimos de un tiempo tocado de muerte en el que, como escribe el recientemente fallecido príncipe Miguel de Grecia, también presente en el crucero, «todos parecían felices de reencontrarse, como si en esta ocasión la pesadilla hubiese quedado finalmente olvidada. Al principio, y tras los besos, no sabían mucho que decirse. Pero, a medida que progresábamos de isla en isla, los recuerdos, las evocaciones del pasado resucitaron los viejos vínculos. La presencia del último rey de Italia, Humberto II, ilustraba mejor que nada la solidaridad reencontrada».

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